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Bosch trató de imaginario. A veces pensaba que estaba habituado al olor, pero sabía que no lo estaba.

– ¿Qué es lo que no dijo en la nota, Fox?

– La parte de que quería a Conklin para ella. Verás, primero lo intenté con ella. Pero Conklin no mordió el anzuelo. Después lo organicé con Marjorie y saltaron chispas. Aunque nadie esperaba que fuera a terminar dispuesto a casarse con ella. Y menos Meredith. Sólo había sitio en el caballo blanco para una princesa. Ésa era Marjorie. Meredith no lo soportó. Debió de ser una pelotera infernal.

Bosch no dijo nada. Pero la verdad le picó en la cara como una quemadura de sol. Al final todo se había reducido a eso, una pelea entre putas.

– Vamos a tu coche -dijo Fox.

– ¿Por qué?

– Tenemos que ir a tu casa.

– ¿Para qué?

Fox no llegó a responder. Un coche patrulla de Santa Mónica se detuvo delante de la casa justo cuando Bosch formulaba su pregunta. Dos agentes de policía empezaron a salir.

– Tranquilo, Bosch -dijo Fox con calma-. Tranquilo si quieres vivir un poco más.

Bosch vio que Fox giraba el cañón de su arma hacia los agentes que se aproximaban. No podían verlo porque lo tapaba la gruesa buganvilla que recorría la parte delantera del porche. Uno de ellos empezó a hablar.

– ¿Alguien ha llamado a…?

Bosch dio dos pasos y se lanzó por encima de la barandilla al parterre. Al hacerlo gritó una advertencia.

– ¡Tiene una pistola! ¡Tiene una pistola!

Desde el suelo, Bosch oyó que Fox echaba a correr por el porche. Supuso que trataba de alcanzar la puerta. Entonces sonó el primer disparo. Estaba seguro de que había surgido de detrás de él, de Fox. A continuación los dos policías abrieron fuego como si fuera el Cuatro de Julio. Bosch no pudo contar todos los disparos. Se quedó en el suelo con los brazos extendidos y las manos hacia arriba, esperando que no dispararan en aquella dirección.

En menos de ocho segundos había terminado. Cuando los ecos se apagaron y volvió el silencio, Bosch volvió a gritar.

– ¡Estoy desarmado! ¡Soy agente de policía! ¡No soy una amenaza! ¡Soy un agente de policía desarmado!

Sintió la boca de un cañón caliente apretada en el cuello.

– ¿Dónde está la identificación?

– En el bolsillo interior derecho de la chaqueta. Entonces recordó que no la tenía. Las manos del poli lo agarraron por los hombros.

– Voy a darle vuelta.

– Espera un momento. No la llevo.

– ¿Qué es esto? Dese la vuelta.

Bosch obedeció.

– No la llevo, pero llevo otra identificación. En el bolsillo interior izquierdo.

El poli empezó a registrar su chaqueta. Bosch estaba asustado.

– No voy a hacer nada malo.

– Cállese.

El poli sacó la billetera de Bosch y miró la licencia de conducir que estaba detrás de una ventanilla de plástico.

– ¿Qué tienes, Jimmy? -gritó el otro poli. Bosch no podía verlo.

– Dice que es poli, no tiene placa. Tengo el carnet de conducir aquí.

A continuación se agachó y cacheó a Bosch en busca de armas.

– Estoy limpio.

– Muy bien, dese la vuelta otra vez.

Bosch lo hizo y le esposaron las manos a la espalda. Entonces oyó que el hombre que estaba encima de él pedía una ambulancia por radio.

– Muy bien, arriba.

Bosch hizo lo que le dijeron. Por primera vez vio el porche.

El otro poli estaba de pie, apuntando con su pistola el cuerpo de Fox, junto a la puerta principal. Bosch subió por la escalera hasta el porche. Vio que Fox seguía vivo. Su pecho subía y bajaba. Tenía heridas en ambas piernas y en el estómago y parecía que una bala le había atravesado ambas mejillas. La mandíbula le colgaba abierta. Pero los ojos parecían aún más abiertos mientras esperaba que la muerte pasara a buscarle.

– Sabía que dispararías, cabrón -le dijo Bosch-. Ahora muérete.

– ¡Cállese! -le ordenó el policía al que habían llamado Jimmy-. Ahora.

El otro poli lo apartó de la puerta. En la calle, Bosch vio que los vecinos se juntaban en grupitos u observaban desde sus porches. Nada como los tiroteos en barrios residenciales para unir a la gente, pensó. El olor de la pólvora quemada en el aire era mejor que una barbacoa.

El joven policía se acercó al rostro de Bosch. Harry vio que su placa lo identificaba como D. Sparks.

– Muy bien, ¿qué coño ha pasado aquí? Si es poli, díganos qué ha pasado.

– Vosotros dos sois un par de héroes, eso es lo que ha pasado.

– Cuente la historia. No tengo tiempo para chorradas.

Bosch oía las sirenas que se aproximaban.

– Me llamo Bosch. Soy del Departamento de Policía de Los Ángeles. Este hombre al que habéis abatido es sospechoso del asesinato de Arno Conklin, ex fiscal del distrito de este condado, y del teniente Harvey Pounds de la policía de Los Ángeles. Estoy seguro de que has oído hablar de esos casos.

– Jim, ¿has oído eso? -Se volvió de nuevo hacia Bosch-. ¿Dónde está su placa?

– Robada. Puedo darte un número al que llamar. Subdirector Irvin Irving. Responderá por mí.

– No importa. ¿Qué hacía él aquí? -Señaló a Fox.

– Me dijo que se estaba escondiendo. Antes he recibido una llamada para venir a esta dirección y él me estaba esperando para tenderme una emboscada. Yo podía identificarle. Tenía que eliminarme.

El poli miró a Fox, preguntándose si debía creer una historia tan rocambolesca.

– Habéis llegado justo a tiempo -dijo Bosch-. Iba a matarme.

D. Sparks asintió con la cabeza. Empezaba a gustarle el sonido de la historia, pero enseguida arqueó una ceja en un gesto de preocupación.

– ¿Quién ha llamado a urgencias? -preguntó.

– Yo -dijo Bosch-. Llegué aquí, encontré la puerta abierta y entré. Estaba llamando al novecientos once cuando saltó sobre mí. Solté el teléfono porque sabía que vendríais.

– ¿Por qué llamó a urgencias si todavía no le había cogido?

– Por lo que hay en el dormitorio de atrás.

– ¿Qué?

– Hay una mujer en la cama. Parece que lleva muerta una semana.

– ¿Quién es?

Bosch miró a la cara al joven policía.

– No lo sé.

– ¿Por qué no reveló que sabía que ella era la asesina de su madre? ¿Por qué mintió?

– No loé. No loe pensado. Es sólo que había algo en lo que escribió y en lo que hizo al final que… No lo sé, pensé que era suficiente. Quería dejarlo pasar.

Carmen Hinojos asintió con la cabeza como si entendiera, pero Bosch no estaba seguro de comprenderlo él mismo.

– Creo que es una buena decisión, Harry.

– ¿Sí? No creo que nadie más pensara que fue una buena decisión.

– No estoy hablando desde el punto de vista de procedimiento o de justicia penal. Sólo estoy hablando en el plano humano. Creo que hizo lo correcto. Por usted.

– Supongo…

– ¿Se siente bien?

– En realidad, no. Tenía razón, ¿sabe?

– ¿Sí? ¿En qué?

– En lo que dijo de lo que ocurriría cuando encontrara a quién lo hizo. Me advirtió. Dijo que podría hacerme más mal que bien. Bueno, se quedó corta… Menuda misión me di, ¿no?

– Lo lamento si tenía razón. Pero, como dije en la última sesión, las muertes de esos hombres no pueden…

– Ya no estoy hablando de ellos. Estoy hablando de otra cosa. Ve, ahora sé que mi madre estaba tratando de salvarme de ese lugar en el que estaba. Como ella me había prometido ese día junto a la valla del que le hablé. Pienso que tanto si amaba a Conklin como si no, estaba pensando en mí. Tenía que sacarme de allí y él era la forma de hacerla. Así que, en última instancia, murió por mí.

– Oh, por favor, no se diga eso, Harry. Es ridículo.

Bosch sabía que la ira en la voz de Hinojos era real.

– Si va a adoptar esa clase de lógica -continuó ella-, puede encontrar cualquier razón por la que la mataron, puede argumentar que su nacimiento puso en movimiento las circunstancias que condujeron a su muerte. ¿Se da cuenta de lo estúpido que es esto?