– Que lo que intenta es encontrar a tu padre. ¿No sería estupendo que encontrara a tu papá?
Al escuchar aquello Jimmie se sintió mejor, incluso algo ilusionado. No conocía a su padre y ni le había visto en foto. Nadie hablaba de él, ni siquiera su madre, y nadie sabía su nombre. Jimmie había preguntado una vez a su abuelo si lo conocía, pero el viejo se había quedado mirándolo y había contestado:
– Seguramente no lo conoce ni la idiota de tu madre.
Aquella vez la madre de Jimmie estuvo cinco días sin dar señales de vida, y después, como siempre, regresó sin dar explicaciones.
Desde entonces habían pasado muchos meses, y aquella tarde, tras la ausencia de doce días y el anuncio del cambio de nombre, Jimmie y su madre se habían puesto a comer hamburguesas sentados a la mesita de la cocina.
– Mami…
– ¿Qué pasa, Elvis?
– ¿Por qué me has cambiado el nombre?
– Te he dado un nombre original porque eres un jovencito distinto de los demás. Me gusta tanto tu nuevo nombre que a lo mejor me lo pongo yo también, y entonces nos llamaremos Elvis los dos.
Jimmie había dedicado la mayor parte de aquellos doce días a pensar en lo que le había dicho ese verano su tía Lynn, que cuando su madre desaparecía se dedicaba a buscar a su padre. Él quería que fuera cierto. Quería que lo encontrase y lo convenciera de que volviera a casa, para ser una familia normal como las demás. Y entonces su mamá ya no se iría nunca más. Reunió el valor necesario para preguntar:
– ¿Te has ido a buscar a mi papa? ¿Por eso te has marchado?
Su madre se quedó quieta, con la hamburguesa a medio camino del plato a la boca. Lo miró durante lo que a él le pareció una eternidad, y después dejó el bocadillo en la mesa.
– Pues no, claro que no. ¿De dónde has sacado eso?
– ¿Quién es mi papá?
Ella se echó hacia atrás en la silla, con expresión de picardía.
– Ya sabes que no puedo decírtelo. El nombre de tu papá es un secreto. No puedo decirle a nadie cómo se llama tu padre y jamás lo haré.
– ¿Se llamaba Elvis?
Su madre se echó a reír.
– No, tontito.
– ¿Y Jimmie?
– No, y tampoco Philip. Y si me vas preguntando uno por uno por todos los nombres que existen te contestaré que no, no y no. Pero sí voy a decirte algo muy especial.
Jimmie se asustó. Nunca le había contado nada sobre su padre y de repente se dio cuenta de que no estaba seguro de si quería saber nada. Pero ella sonreía. Bueno, más o menos.
– ¿Qué?
Su madre apoyó las palmas de las manos sobre la mesa. Tenía la cara iluminada como una bombilla. Se inclinó hacia él con expresión traviesa y una amplia sonrisa en el rostro.
– ¿De verdad quieres saberlo?
– ¡Sí!
Se la veía llena de vida, con una energía que era incapaz de contener. Con las manos apretaba nerviosamente el borde de la mesa.
– Es un regalo. Un regalo muy especial que te hago, algo que solo yo puedo darte.
– Dímelo, por favor, mamá. Por favor.
– Soy la única que lo sabe. Soy la única que puede hacerte este regalo especial. ¿Lo entiendes?
– ¡Sí, sí!
– ¿Te portarás bien si te lo digo? ¿Serás muy, muy bueno y me prometes que será siempre un secreto entre tú y yo?
– ¡Sói, sí, voy a ser bueno!
Su madre suspiró profundamente y después le acarició el rostro con tanto amor y dulzura que Jimmie lo recordaría durante años.
– Bueno, muy bien. Voy a decírtelo. Es un secreto superespecial para un niño superespecial, algo que quedará sólo entre tú y yo, por siempre jamás.
– Entre tú y yo. ¡Dímelo ya, mamá, por favor!
– Tu padre es hombre bala.
Jimmie la miró atónito.
– ¿Qué es eso?
– Un hombre bala es alguien tan valiente que deja que lo metan en un cañón y le disparen sólo para volar por los aires. Piénsalo, Elvis: vuela por los aires, él solo por encima de las cabezas de todo el mundo, de toda la gente que tiene ganas de estar ahí arriba con él, de ser tan valiente y tan libre como él. Así es tu padre, Elvis, y nos quiere mucho a los dos.
Jimmie no sabía qué decir. A su madre le brillaban los ojos, como si hubiera esperado toda la vida para decírselo.
– ¿Y por qué tiene que ser secreto? ¿Por qué no podemos hablar de él a todo el mundo?
La mirada de su madre lo llenó de tristeza. Volvió a acariciarle la mejilla con delicadeza y dulzura.
– Tu papá es nuestro secreto porque es alguien muy especial, Elvis, y eso es al mismo tiempo maravilloso y terrible. La gente quiere que todo el mundo sea normal. No les gusta que haya personas diferentes. No les gusta que pase un hombre volando por encima de sus cabezas mientras ellos se quedan con los pies en la tierra. Si eres especial la gente te odia, porque les recuerdas todo lo que no son, Elvis, así que vamos a mantenerlo todo en secreto para evitamos problemas. Tú recuerda que te quiere y que yo también te quiero. Recuérdalo siempre, da igual adónde haya ido o cuánto tiempo esté fuera o lo mal que vayan las cosas. ¿Te acordarás?
– Sí, mamá.
– Muy bien. Y ahora vámonos a la cama.
Aquella noche el llanto de su madre lo despertó. Se acercó sigilosamente a la puerta de su dormitorio, desde donde la vio dar vueltas bajo las sábanas, diciendo cosas que no comprendía.
– Yo también te quiero, mamá -dijo Elvis Cole.
Cuatro días después, su madre volvió a desaparecer.