Выбрать главу

Tercera Parte. UNA CARRERA POR LA SELVA

16

Tiempo desde la desaparición: 44 horas, 17 minutos

Nos apuntamos el segundo tanto cuando llevamos a la señora Luna hasta su furgoneta. Aunque Ramón Sánchez no pudo añadir nada a lo que ella nos había contado, el encargado de la parrilla, un adolescente que se llamaba Héctor Delarossa, recordaba la marca y el modelo de la furgoneta del fontanero.

– Ah, sí, era una Ford Econoline del 67 de cuatro puertas, sin ventanas en la parte trasera y con los asientos originales. Tenía una grieta en el parabrisas, por la izquierda, marcas de óxido en los faros e iba sin tapacubos.

Le pedí que describiera a los dos individuos, pero no los recordaba.

– ¿Te fijaste en que los faros tenían manchas de óxido pero no puedes describir a los dos tíos?

– Es que es un modelo clásico, tío. Mi hermano Jesús y yo somos fans de las Econoline, ¿sabes? Estamos reparando una del 66. Hasta tenemos una página web. Tienes que verla.

Starkey llamó por teléfono para que incluyeran la marca y el modelo en el boletín de alerta y después nos fuimos hasta Glendale, cada uno con su coche, yo tras ella. Chen se había marchado un poco antes.

La División de Investigaciones Científicas del Departamento de Policía de Los Ángeles compartía sus dependencias con la Brigada de Artificieros en un complejo en constante crecimiento situado al norte de la autopista. Los edificios de escasa altura y el amplio aparcamiento me hicieron pensar en un instituto de enseñanza media de una zona residencial, aunque, evidentemente, en los aparcamientos de esos centros por lo general no se veían los Suburban de la Brigada de Artificieros ni policías vestidos con monos negros.

Aparcamos uno al lado del otro y después Starkey me llevó hasta el edificio blanco de la DI C. La furgoneta de Chen estaba fuera, junto a otras cuantas. Con un gesto Starkey nos abrió el paso por la recepción y después me condujo hasta un laboratorio donde había cuatro o cinco estaciones de trabajo agrupadas pero separadas por paredes de cristal. En cada una de aquellas jaulas de cristal vimos forenses y técnicos de laboratorio encaramados en taburetes o sillas giratorias. La atmósfera estaba cargada de una sustancia muy fuerte, quizás amoníaco, que me irritó los ojos.

Starkey entró pavoneándose.

– ¡Ya está aquí la colega! ¡Esta tía es la bomba!

Los técnicos sonrieron y la saludaron. Ella les hacía bromas como si fuera una vieja amiga de la universidad. No la había visto tan relajada y a gusto desde que nos habíamos conocido.

Chen se había puesto una bata blanca de laboratorio y guantes de goma y estaba trabajando cerca de una gran cámara de cristal. Al vemos se encogió como si intentara desaparecer dentro de la bata, e hizo un gesto a Starkey de que bajara la voz.

– ¡Joder, con tanto ruido sólo falta que me dibujes una diana en la frente! Se va a enterar todo el mundo de que hemos vuelto.

– Las paredes son de cristal, John; ya se han dado cuenta de que estás aquí. A ver qué has conseguido.

Chen había cortado el envoltorio de celofán a lo largo y lo había clavado con alfileres, plano, encima de una hoja de papel blanco. En la parte trasera de su mesa de laboratorio había una hilera de tarros con polvos de colores, junto a los que vi cuentagotas y frasquitos, rollos de cinta adhesiva transparente y tres de esos cepillitos que utilizan las mujeres para maquillarse. Un extremo del celofán estaba manchado de polvo blanco y tenía unas marquitas marrones. Se veía claramente el contorno de una huella dactilar, pero el interior estaba desdibujado y borroso. A mí me pareció bastante decente, pero Starkey puso mala cara al verla.

– Esto es una mierda. ¿Estás currando, John, o te preocupa tanto esconderte dentro de la bata que no tienes tiempo para tonterías?

Chen se encogió aún más. Si seguía así acabaría debajo de la mesa.

– Sólo hace quince minutos que me he puesto a ello. Quería ver si conseguía algo con el polvo o con la ninhidrina.

La mancha blanca era polvo de aluminio, y los puntitos marrones un producto químico llamado ninhidrina que reaccionaba con los aminoácidos que dejamos al tocar las cosas.

Starkey se inclinó para ver mejor y después lo miró con el entrecejo fruncido, como si lo considerase un idiota.

– Esto lleva varios días al sol. Ha pasado mucho tiempo y con el polvo ya no se pueden sacar latentes.

– Pero es que es la forma más rápida de conseguir una imagen para meterla en el sistema. Me ha parecido que valía la pena probar.

Starkey gruñó. Mientras se tratara de ganar tiempo se contentaba.

– No creo que la ninhidrina nos dé gran cosa.

– Demasiado polvo, y seguramente el sol ha estropeado los aminoácidos. He pensado que con eso sacaríamos algo, pero voy a tener que pegarlo.

– Mierda. ¿Cuánto vas a tardar?

– ¿Cómo que tienes que pegarlo? -intervine.

Chen me miró como si el idiota fuera yo. Estaba estableciéndose una jerarquía de gilipollas, y yo me había situado en el nivel inferior.

– ¿ Es que no sabes lo que es una huella dactilar?

– No hace falta que le sueltes un sermón -apuntó Starkey-. Limítate a pegarlo de una vez.

Chen se cabreó, como si le diera rabia perderse la oportunidad de demostrar lo mucho que sabía. Mientras iba trabajando explicaba lo que hacía: cada vez que se toca algo, se deja un depósito invisible de sudor, que está compuesto en su mayor parte de agua pero que también tiene aminoácidos, glucosa, ácido láctico y péptidos, lo que Chen denominaba «el residuo orgánico». En los casos en que esa materia conservaba la humedad, técnicas como la del polvo funcionaban, porque se pegaba al agua y con ello aparecían las espirales y dibujos de la huella dactilar. Sin embargo, cuando el agua se evaporaba sólo quedaba el residuo orgánico.

Chen quitó los alfileres y a continuación, valiéndose de unas pinzas, colocó el celofán en una especie de portaobjetos con la superficie externa hacia arriba que introdujo en la cámara de cristal.

– Hervimos un poco de pegamento extrafuerte en la cámara para que los vapores saturen la muestra, reaccionen con el residuo orgánico y dejen un rastro pegajoso de color blanco alrededor de las líneas de la huella.

– Los vapores son muy tóxicos. Por eso tiene que hacerla dentro de la cajita.