– De puta madre, Cole. No podías tener detrás un pirado de estar por casa. Tenías que buscarte un asesino profesional.
– No lo conozco, Starkey. Jamás he oído hablar de él. No conozco a nadie que se llame Fallon, y menos a nadie como este tipo..
– Pues, desde luego, él a ti sí que te conoce. John, ¿puedes imprimimos esto?
– Sí, claro.
– Hazme una copia a mí también -pedí-. Quiero enseñárselo a Lucy y después hablar con la gente de su barrio. Luego podemos volver a la obra. Cuando enseñas una foto a la gente todo resulta más sencillo. Un recuerdo da pie a otro.
– ¿Qué? -dijo Starkey con una sonrisa-. ¿Ahora somos compañeros?
En los minutos transcurridos entre la conversación que habíamos mantenido en el aparcamiento y la aparición de la ficha en la pantalla, mentalmente nos habíamos convertido en equipo. Como si ella no fuera policía y yo un hombre desesperado por encontrar a un chico desaparecido. Como si trabajáramos juntos.
– Ya me entiendes. Por fin tenemos algo con lo que trabajar. Podemos sacar mucho de esto. Podemos avanzar.
Starkey sonrió aún más y me dio una palmadita en la espalda.
– Tranquilo, Cole. A eso vamos. Y si te portas bien te dejo que me acompañes. Voy a meter esto en el boletín de alerta.
Starkey introdujo los datos y a continuación solicitó por teléfono información sobre Fallon a las delegaciones de Los Ángeles del FBI, el Servicio Secreto y la Oficina del Sheriff. Después nos fuimos a casa de Lucy. Los dos, en equipo.
El tramo de calle que discurría delante de la casa de Lucy estaba a rebosar con la limusina de Richard y dos coches patrulla, el de Gittamon y otro que llevaba las palabras «UNIDAD DE DESAPARICIONES» pintadas en el lateral. Gittamon abrió la puerta cuando llamamos. Se sorprendió al vemos y acto seguido se mostró enfadado. Miró a un lado y a otro y después nos habló en voz baja. En ningún momento soltó el pomo de la puerta, que mantuvo entrecerrada, como si estuviera escondiéndose.
– ¿Dónde te has metido? Me he pasado la mañana llamándote.
– Estaba trabajando -contestó Starkey-. Hemos encontrado algo, Dave. Ya sabemos quién ha secuestrado al chaval.
– Tendrías que habérmelo dicho. Tendrías que haberte puesto cuando te he llamado.
– Pero ¿qué pasa? ¿Por qué están aquí los de Desapariciones?
Gittamon miró hacia dentro de la casa y después abrió la puerta.
– Nos han echado, Carol. Los de Desapariciones se quedan el caso.
Tiempo desde la desaparición: 47 horas, 38 minutos
Richard se frotaba las manos nerviosamente. Tenía la ropa aún más arrugada que el día anterior, como si hubiera dormido vestido. Lucy estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas y Myers se había apoyado contra la pared del fondo. Era el único del grupo que tenía buena cara y no parecía cansado. Estaban escuchando a una mujer muy acicalada vestida con traje chaqueta oscuro y a su clon en versión masculina, que se habían sentado en sendas sillas llevadas desde el comedor. Lucy apartó la vista de ellos y la fijó en mí. No quería que me metiera en aquel asunto, pero allí me tenía, allí estaba yo empeorando las cosas.
Gittamon carraspeó. Se quedó en la entrada del salón como un crío al que el maestro acabara de echar un buen rapapolvo.
– Perdone, teniente. Han venido la inspectora Starkey y el señor Cole. Carol, éstos son la inspectora teniente Nora Lucas y el inspector sargento Ray Álvarez, de la Unidad de Desapariciones.
Lucas tenía una de esas caras de porcelana en miniatura sin una sola arruga, seguramente porque no había sonreído en la vida. Alvarez me estrechó la mano y la retuvo lo suficiente para dejar una cosa bien clara ante Gittamon.
– Yo creía que habíamos decidido que el señor Cole no iba a tomar parte en la investigación, sargento.
– Suélteme la mano, Alvarez -dije-, o verá lo que es tomar parte.
Me la apretó durante un instante más solamente para demostrarme que podía hacerla.
– En esa cinta se vierten acusaciones muy interesantes contra usted. Ya iremos hablando de ellas a medida que revisemos el caso.
Richard se pasó la mano por el pelo mientras se acercaba a la ventana. Parecía molesto.
– ¿Qué pueden hacer ustedes que no sea lo que ya se ha hecho? -preguntó dirigiéndose a Lucas y a Alvarez.
– Tienen más fuerza -dijo Myers.
Lucas asintió.
– Exacto. Vamos a dedicar todo el peso y la autoridad de la Unidad de Desapariciones a encontrar a su hijo, por no hablar de nuestra experiencia. Nuestro trabajo es encontrar personas.
Alvarez se inclinó hacia adelante.
– Somos un equipo de primera fila, señor Chenier. Vamos a organizar el caso, repasar lo que se ha hecho y encontrar a su hijo. También vamos a cooperar con el señor Myers y con usted en lo que hagan.
Richard dio media vuelta con impaciencia, dejó atrás la ventana y le hizo un gesto a Myers de que se apartase de la pared.
– Muy bien, Perfecto. Y ahora me gustaría que nos pusiéramos otra vez a buscar a mi hijo, en lugar de hablar sólo de hacerla. Vamos, Lee.
– Ya sabemos quién lo ha secuestrado -intervine.
Todos me miraron como si no estuvieran seguros de lo que había dicho o por qué. Lucy abrió la boca y luego se puso en pie.
– ¿Qué has dicho?
– Que ya sabemos quién ha secuestrado a Ben. Tenemos una descripción del vehículo utilizado y de dos hombres, y a uno de ellos lo hemos identificado.
Myers se apartó de golpe de la pared.
– Qué gilipolleces dices, Cole -exclamó.
Starkey sacó su copia de la ficha de la Interpol para que Lucy viera la foto de Fallon.
– Mire a este hombre, señora Chenier. Intente recordar si lo ha visto alguna vez, quizás en un parque un día estando con Ben, o después del colegio, o en el trabajo.
Lucy estudió el rostro de Fallon como si se cayera dentro de la foto. Richard recorrió la habitación a toda prisa para verla.
– ¿Quién es ese hombre? ¿Qué habéis descubierto?
Me comporté como si ni Richard ni los demás estuvieran allí. Sólo me importaba Lucy.
– Piénsalo bien, Luce. Tal vez algún día te dio la impresión de que te seguían; tal vez viste a alguien que te dio mala espina y era este hombre.