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– Es una pena, tío. Oye, ¿yo qué saco de todo esto?

Pike ya sabía que le pediría algo, y estaba dispuesto a pagar. Esa clase de gente jamás hacía nada gratis. No le había mencionado aquello a Elvis ni pensaba hacerla.

– Mil dólares.

El otro se rió.

– Prefiero buscarte un trabajito. Aún me llegan ofertas, ¿sabes? Y tú en lo tuyo también te sacarías una pasta. En Oriente Próximo necesitan gente como tú.

– Dos mil.

– Creo que puedo encontrar a alguien que conozca a este tío, pero a lo mejor hay que llamar a teléfonos de todo el mundo. No vaya perder el tiempo por calderilla. Tendré gastos.

– Cinco mil.

Era una suma escandalosa, pero Pike sabía que su interlocutor quería algo más que dinero. Confiaba en que la cantidad fuera convincente.

– Pike, no me gustaría nada estar en el pellejo de Fallon cuando os veáis cara a cara, como dices tú. No sé si me entiendes. Me da igual que sea de la Delta o no. Tienes que considerar las cosas desde mi posición: si le pasa algo a ese tipo tus amiguitos federales utilizarán esta pequeña transacción entre tú y yo para cargarme el muerto, como cómplice o incluso como conspirador. No tengo muchos amigos en el FBI.

– Nadie está escuchando.

– Sí, seguro.

Pike no contestó. Se había dado cuenta de que si no decía nada muchas veces la gente entendía directamente lo que quería escuchar.

– Vamos a ver qué te parece esto: yo hago unas cuantas preguntas, y tú dejas que te encargue un trabajito. No sé decirte qué ni cuándo, pero un día te llamaré. Ése es mi precio. Si encuentro a alguien que pueda ayudarte con lo del cara a cara, irás te guste o no. Eso es lo que te cuesta.

Pike se arrepintió de haber llamado a aquel número. Le entraron ganas de que hubiera estado desactivado como los demás. Se planteó intentar buscar a otro, pero con los siete primeros teléfonos no había conseguido nada. Ben estaba esperándolo. Elvis también. El peso del sufrimiento de éstos lo mantuvo al teléfono.

– Venga, Pike, que no es sólo por lo de las llamadas. Hace diez años que no sé nada de ti. Si encuentro a alguien que haya tratado con él, tendré que dar la cara por ti.

En un rincón del salón de Pike había una fuente zen colocada sobre una mesita lacada en negro. Era un cuenco de reducidas dimensiones lleno de piedras y agua que borboteaba y producía el murmullo relajante de un arroyo de bosque. Pike se concentró en aquel arrullo. Le pareció sumamente pacífico.

– Ya sabías que era lo que tocaba, Pike. Por eso me has llamado. Te buscaré un trabajito, pero es lo que querías. Fallon no es lo único que buscas. Los dos sabemos qué quieres.

Pike observó el movimiento del agua de la fuentecita. Se planteó si el otro tenía razón.

– Muy bien.

– Dame tu teléfono. Te llamaré cuando tenga algo.

Pike le dictó el número de su móvil y después se desnudó. Se llevó el teléfono al baño para oído desde la ducha. Dejó que el agua caliente le golpeara la espalda y el hombro e hizo todo lo que pudo para poner la mente en blanco.

Cuarenta y seis minutos después sonó el teléfono. El consultor le dio un nombre y una dirección y le dijo que todo estaba arreglado.

18

Tiempo desde la desaparición: 48 horas, 09 minutos

Tenía dos mensajes esperándome en el contestador automático. Me animé al pensar que quizás habían llamado Joe o Starkey, o incluso Ben, pero uno era de Grace González, mi vecina, que se ofrecía para lo que hiciera falta, y el otro de la madre de CromJohnson, que me devolvía la llamada. No me sentí con fuerzas para hablar con ninguna de las dos.

Desde el porche vi que la furgoneta de Chen volvía a estar en la colina que se alzaba ante mi casa, junto con otra unidad de la DIC y un coche patrulla de Hollywood. Varios de los obreros se habían colocado junto a las furgonetas y observaban desde lo alto el trabajo de Chen y sus colegas en la ladera.

La gente normal recoge el correo cuando vuelve del trabajo, y eso fue precisamente lo que hice. La gente normal se toma un vaso de leche, se da una ducha y luego se cambia de ropa. También lo hice. Me sentía como un impostor.

Estaba comiéndome un bocadillo de pavo delante del televisor cuando sonó el teléfono. Lo agarré con ansia, convencido de que se trataba de Joe. Me equivoqué.

– Al habla Bill Stivic, del Departamento de Personal del Ejército en Saint Louis. ¿Está Elvis Cole, por favor?

El sargento mayor Bill Stivic, marine retirado. Me daba la impresión de que habían pasado semanas desde nuestra conversación, pero había sido aquella misma mañana.

Miré el reloj. No era horario de oficina para un funcionario de Saint Louis. Me llamaba después del trabajo.

– Hola, sargento mayor. Gracias por ponerse en contacto conmigo.

– No hay de qué. Me ha parecido que era muy importante para usted.

– Lo es.

– Vale, muy bien, voy a contarle qué tenemos. En primer lugar, como le he dicho esta mañana, cualquiera puede consultar el 214, pero nunca enviamos el 201 a nadie, a menos que sea por orden judicial o porque nos lo solicite un cuerpo policial. ¿Lo recuerda?

– Lo recuerdo.

– Los archivos indican que hemos enviado su expediente por fax a una inspectora de policía llamada Carol Starkey. Está en Los Ángeles, donde vive usted. Eso fue ayer.

– Sí, muy bien. Hoy he hablado con Starkey.

– Bien. Sólo ha habido otra petición relacionada con su expediente. Fue hace once semanas. Lo enviamos porque nos llegó una orden judicial expedida por un juez de Nueva Orleans, Rulon Lester.

– Un juez de Nueva Orleans -repetí.

– Eso es. Tanto el 201 como el214 fueron enviados a su oficina, en el edificio del Tribunal Superior del Estado de Nueva Orleans.

Otro callejón sin salida. Me acordé del modo en que Richard había agitado la carpeta. Desde luego, el muy cabrón no había escatimado esfuerzos para investigar mi pasado.

– ¿Y ésas son las dos únicas veces que se ha enviado mi expediente? ¿Está seguro de que no pueden habérselo mandado a nadie más?

– Seguro, sólo esas dos veces. Todas las peticiones de los últimos ocho años están archivadas.

– ¿Tiene usted el teléfono del juez, sargento mayor?

– No se guarda copia de la orden, sólo consta que se envió su expediente y el motivo. Sí que está el número de archivo del juzgado. ¿Lo quiere?