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– Eh, ¿a qué viene esto? -protestó-. Te invito a entrar en mi casa y así me tratas. Mira… -Tiró del cuello de la bata mostrando un desgarrón de quince centímetros en la tela-. Me has roto la bata, y esta mierda es de seda.

– Cállate -ordenó Louis-. Ya sabes por qué he venido.

– ¿Y cómo voy a saberlo?

– No es una pregunta. Es una afirmación. Lo sabes.

Jackie O dejó de fingir. Con aquel hombre no se podía jugar. Jackie G se acordaba de la primera vez que vio a Louis, hacía casi una década. Ya por entonces había oído anécdotas, pero no conocía aún a su protagonista. En aquella época, Louis era distinto: un fuego ardía fríamente en su interior, a la vista de todos, aunque su ferocidad ya había empezado a disminuir poco a poco y las llamas, agitadas por vientos transversales, parpadeaban de modo confuso. Jackie O sospechaba que un hombre no podía dedicarse a matar y hacer daño una y otra vez sin pagar a la larga un alto precio por ello. Los peores -los sociópatas y psicópatas- simplemente no se daban cuenta de lo que sucedía, o tal vez ya estaban tan trastocados desde el principio que no podían deteriorarse más. Pero Louis no era así, y cuando Jackie O lo conoció, las consecuencias de sus acciones empezaban a pasarle factura.

Se había tendido un señuelo a un hombre que, después de asesinar a una muchacha en un país lejano, se estaba cebando en mujeres jóvenes. Personas muy poderosas habían sentenciado a muerte a ese hombre, y pereció ahogado en la bañera de su habitación en un hotel, atraído hasta allí por la promesa de una chica y la garantía de que nadie haría preguntas si ella sufría un poco, ya que era un hombre con dinero suficiente para permitirse sus caprichos. No era un hotel caro, y, en el momento de morir, el hombre no llevaba encima efectos personales aparte de la cartera y el reloj. Aún tenía el reloj puesto cuando murió. De hecho, estaba totalmente vestido cuando fue hallado, porque quienes ordenaron su muerte querían descartar toda posibilidad de que aquello se interpretase como un suicidio o una muerte natural. El asesinato debía servir de advertencia a otros de su ralea.

Cuando el asesino abandonaba la habitación, Jackie O tuvo la fatalidad de salir de otra en la misma planta del hotel después de dejar allí instalada a una mujer, una de sus putas ligeramente más caras, para iniciar su jornada de trabajo. Si bien él no sabía que aquel hombre era un asesino, no entonces, o desde luego no con certeza, percibió que algo se agitaba bajo la superficie en apariencia plácida, como el pálido espectro de un tiburón visto en aguas profundas. Sus miradas se cruzaron, pero Jackie siguió adelante en busca de la seguridad del gentío y el tumulto. Ignoraba adónde iba ese hombre y qué había hecho en aquella habitación, y no quería saberlo. Ni siquiera miró atrás hasta que llegó al recodo del pasillo, con la escalera ya a la vista, y para entonces el hombre había desaparecido. Pero Jackie O leía los periódicos, y no hacía falta ser matemático para sumar dos y dos. En ese momento se maldijo por tener una imagen tan reconocible entre los suyos, y maldijo su afición por la ropa elegante. Sabía que sería fácil encontrarlo, y no se equivocaba.

Así pues, ésa no era la primera vez que Louis el asesino invadía su espacio; ni era la primera vez que hundía su arma en la carne de Jackie. En aquella primera ocasión, Jackie estaba seguro de que moriría, pero su voz reveló firmeza cuando dijo: «No tienes nada que temer de mí, hijo. Si yo fuese más joven y tuviese agallas, quizás habría hecho lo mismo».

Louis apartó la pistola lentamente de su cara y se marchó sin mediar palabra, pero Jackie supo que estaba en deuda con él de por vida. Con el tiempo, Jackie descubrió más cosas sobre él, y las anécdotas que le habían llegado empezaron a cobrar sentido. Al cabo de unos años, Louis volvió a él, por entonces un tanto cambiado, y le dijo a Jackie O su nombre, y le pidió que cuidase de una joven con un ligero acento sureño y una creciente pasión por la aguja.

Jackie hizo por ella cuanto estuvo en sus manos. Procuró animarla a cambiar de vida mientras ella pasaba de un chulo a otro. Ayudó a Louis a seguirle la pista en las repetidas ocasiones en que él se empeñó en obligarla a buscar ayuda. Intercedió ante otros siempre que fue necesario, recordando a aquellos que la tenían a su cargo que era distinta, que si sufría algún daño, alguien se interesaría por lo ocurrido. Con todo, no fue un acuerdo satisfactorio, y él había visto el dolor en el rostro del hombre de menor edad cuando esa mujer, que era de su misma sangre, iba de hombre en hombre y moría un poco en cada mano. Gradualmente, Jackie empezó a preocuparse menos por la chica, conforme ella fue preocupándose menos por sí misma. Ahora había desaparecido, y su fracasado guardián pedía cuentas a los responsables.

– Era chica de G-Mack -explicó Jackie O-. Intenté hablar con él, pero se negó a escuchar a un viejo. Yo tengo que cuidar de mis propias chicas. No podía pasarme la vida vigilándola.

Louis se sentó en una butaca frente al sofá. Mantenía a Jackie O encañonado, y eso ponía nervioso al chulo. Louis estaba tranquilo. Su ira se había diluido con la misma prontitud con que se había manifestado, cosa que atemorizó aún más a Jackie. La ira y la rabia, al menos, eran emociones humanas. Lo que tenía en ese momento ante sí era a un hombre que se desprendía de dichos sentimientos y se preparaba así para infligir daño a otro.

– Veamos, con eso que acabas de decir hay un problema -respondió Louis-. En primer lugar, has dicho «era», en la idea de que «era» una chica de G-Mack. Eso es pasado, y da una sensación de permanencia que no me gusta. En segundo lugar, lo último que supe de ella es que estaba con Free Billy. En principio, tú debías informarme si esa situación cambiaba.

– Free Billy murió -dijo Jackie O-. Tú no estabas. Sus chicas se disgregaron.

– ¿Te quedaste a alguna?

– A una, sí. Era asiática. Sabía que traería dinero.

– Pero no a Alice.

Jackie O se dio cuenta de su error.

– Ya tenía demasiadas chicas.

– Pero sí encontraste hueco para una asiática.

– Oye, ésa era especial.

Louis se inclinó un poco.

– Alice también era especial. Para mí.

– ¿Te crees que no lo sé? Pero ya te dije hace mucho tiempo que no la aceptaría. No iba a permitir que me miraras a los ojos y vieras al hombre que se la entregaba a otros. Eso te lo dejé muy claro.

Louis parpadeó.

– Sí.

– Pensé que estaría bien con G-Mack, de verdad -dijo Jackie O-. Está empezando. Quiere labrarse una reputación. Nunca he oído hablar mal de él, así que no tenía ningún motivo para preocuparme por ella. G-Mack no quiso saber nada de mí, pero en eso no se diferencia de los otros jóvenes.

Poco a poco Jackie recobraba el valor. Aquello no estaba bien. Ésa era su casa, le estaban faltando al respeto, y encima por algo que no le atañía. Jackie O llevaba mucho tiempo en la brecha y no tenía por qué aguantar gilipolleces de ese tipo, ni siquiera de un hombre como Louis.

– Además, ¿de qué coño me acusas? Esa chica no era asunto mío. Era asunto tuyo. Si querías que alguien la vigilara a todas horas, deberías haberte ocupado tú mismo.

Las palabras brotaron de su boca tan atropelladamente que, en cuanto empezó a hablar, fue incapaz de detenerse. Ahora la acusación flotaba entre los dos, y Jackie O no sabía si iba a disiparse sin más o si le estallaría en la cara. Al final no sucedió ni lo uno ni lo otro. Louis dio un respingo, y Jackie O vio la culpabilidad en su rostro como una cortina de lluvia.

– Lo intenté -dijo en un susurro.

Jackie O asintió y clavó la mirada en el suelo. Había visto a esa mujer volver a la calle después de cada una de las intervenciones del hombre que tenía ante sí. Había abandonado hospitales públicos y prácticamente se había fugado de clínicas privadas. Una vez, la última que Louis intentó llevársela, le sacó un cuchillo. Después de eso, Louis pidió a Jackie O que siguiera haciendo lo que pudiera por Alice, pero poco era lo que él podía hacer, porque esa mujer caía, y caía en picado. Puede que hubiera hombres mejores que Free Billy para ella, pero Free Billy no era la clase de persona que cedía sus propiedades sin más. Por mediación de Jackie O, había sido advertido de lo que le ocurriría si no se portaba bien con Alice, pero al fin y al cabo no eran marido y mujer, ni Louis era el padre de la novia. Se trataba de la relación entre un chulo y su puta. Incluso con la mejor voluntad del mundo -y Free Billy distaba mucho de ser un hombre de buena voluntad-, había un límite en lo que un chulo podía o quería hacer por una mujer que se veía obligada a ganarse la vida con la prostitución. Y, un día, Free Billy murió, y Alice acabó con G-Mack. Jackie O sabía que debería haberla aceptado en su cuadra, pero la verdad es que no la quería, al margen de lo que le hubiera dicho a Louis. Era conflictiva, y a la luz del día pronto parecería un cadáver andante por toda la mierda que se metía en el cuerpo. Jackie O no admitía a yonquis en su cuadra. Eran imprevisibles y propagaban enfermedades. Jackie O siempre procuraba que sus chicas practicasen el sexo seguro, sin importar el dinero que un cliente ofreciese por un extra. Una mujer como Alice…, en fin, era imposible adivinar qué sería capaz de hacer si se le presentaba la necesidad. Otros chulos no eran tan exigentes como Jackie O. Carecían de conciencia social. Como ya había dicho, en su momento pensó que Alice estaría bien con G-Mack, sólo que por lo visto G-Mack no tenía la suficiente inteligencia para hacer las cosas como era debido.