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Ángel apareció poco después de que la chica volviera. Había elegido una indumentaria informal para la ocasión, como si por lo común no fuera ya bastante informal. Vestía unos vaqueros aún más desgastados que de costumbre y la cazadora parecía robada al cadáver de un motorista especialmente sucio.

– Lo tenemos -dijo.

– ¿Dónde?

– En un callejón, a dos manzanas. Está en un Dodge, escuchando la radio.

– ¿Solo?

– Eso parece. Por lo visto, esa chica que hay al lado de la ventana le lleva el dinero un par de veces cada hora, pero ella es la única que se le ha acercado desde las diez.

– ¿Crees que va armado?

– Yo en su lugar llevaría algo.

– No sabe que hemos venido.

– Sabe que alguien va a venir. Louis ha hablado con Jackie O.

– ¿El viejo?

– Sí. Acaba de darnos el soplo. Cree que G-Mack cometió un gran error, y él lo sabe desde la noche en que Martha lo abordó. Está nervioso.

– Me sorprende que se haya quedado hasta ahora.

– Jackie O cree que, si pudiera, huiría. Después de gastarse todo el dinero en un coche de lujo, anda mal de fondos, y no tiene amigos.

– Es para echarse a llorar.

– Ya me imaginaba que te compadecerías de él. Paga en la caja. Si lo dejas en la mesa, lo robará alguien.

Pagué el café y seguí a Ángel a la calle.

Le cortamos el paso a la chica cuando entraba en el callejón. El chulo tenía el Dodge en un solar a la vuelta de la esquina, detrás de una casa de piedra rojiza, aparcado entre dos salidas, una a la calle por detrás y otra que comunicaba perpendicularmente con un callejón por delante. De momento, no nos veía.

– Hola -saludé.

– Esta noche no me interesa -contestó ella.

Intentó esquivarme. La agarré del brazo rodeándoselo con la mano; y tan delgada estaba que tuve que apretar el puño para sujetarla. Abrió la boca dispuesta a gritar y entonces Louis se la tapó con la mano al mismo tiempo que la arrastrábamos hacia la oscuridad.

– Tranquila -dije-. No vamos a hacerte daño.

Le enseñé mi licencia sin darle tiempo para fijarse en los detalles.

– Soy investigador -expliqué-. ¿Lo entiendes? Sólo quiero hablar contigo.

Hice una seña a Louis con la cabeza, y él le retiró la mano con cautela de la boca. Esta vez la chica no intentó gritar, pero él mantuvo la mano cerca por si acaso.

– ¿Cómo te llamas?

– Ellen.

– Eres una de las chicas de G-Mack.

– ¿Y qué?

– ¿De dónde eres?

– Aberdeen.

– Tú y otro millón de admiradoras de Kurt Cobain. Ahora en serio, ¿de dónde eres?

– Detroit -contestó encorvando los hombros. Probablemente aún mentía.

– ¿Cuántos años tienes?

– No tengo por qué contestar a sus preguntas.

– Ya lo sé. Yo sólo pregunto. Si no quieres decirlo, no lo digas.

– Diecinueve.

– Y una mierda -replicó Louis-. Ésa es la edad que tendrás en el año 2007.

– Que te den por el saco.

– A ver, Ellen, atiéndeme. G-Mack se ha metido en un buen lío. Después de esta noche, no seguirá en activo. Quiero que cojas el dinero que llevas en el bolso y te vayas. Antes vuelve al Green Mill. Nuestro amigo se quedará contigo para asegurarse de que no hablas con nadie.

Ellen pareció dudar. Noté que se ponía tensa, pero Louis acercó la mano a su boca de inmediato.

– Ellen, obedece.

Walter Cole apareció a nuestro lado.

– No pasa nada, encanto -dijo-. Vamos, te acompañaré. Te invitaré a un café, a lo que quieras.

Ellen no tuvo elección. Walter le rodeó los hombros con el brazo. Era un gesto casi protector, pero la sujetó con firmeza por si intentaba escapar. Ella se volvió para mirarnos.

– No le hagáis daño -pidió-. No tengo a nadie más.

Walter la condujo a la otra acera. La chica ocupó el mismo asiento de antes y él se sentó al lado para oír todo lo que ella decía a las otras mujeres y poder detenerla si se echaba a correr hacia la puerta.

– Sólo es una niña -dije a Louis.

– Ya -contestó Louis-. Sálvala después.

G-Mack había prometido a Ellen un diez por ciento de los ingresos de las demás mujeres si actuaba de intermediaria esa noche, trato que Ellen aceptó encantada porque significaba pasar unas horas bebiendo café y leyendo revistas en lugar de helarse de frío en ropa interior mientras intentaba atraer a tipejos a los solares. Pero a G-Mack no le convenía alejarse de sus mujeres por mucho tiempo. Las muy zorras ya habían empezado a estafarlo. Sin su presencia física para meterlas en cintura, con suerte llevaría calderilla en los bolsillos al cerrar la jornada. Sabía que Ellen también le sisaría un pico antes de entregarle el dinero, así que, dadas las circunstancias, ésa no iba a ser una noche rentable para él. Ignoraba cuánto tiempo más podría seguir escondido, intentando evitar un enfrentamiento que llegaría ineludiblemente a menos que reuniera pasta suficiente para huir. Se había planteado vender el Cutlass, pero sólo durante cinco segundos. Adoraba ese coche. Comprarlo había sido su sueño, y desprenderse de él equivaldría a reconocer el fracaso.

Una silueta se movió en el retrovisor. Había vuelto a colocarse la Hi-Point en la cintura de los vaqueros, pero la Glock permanecía caliente en su mano derecha, pegada al muslo. La sujetó con mayor firmeza. Notó que se le resbalaba, pues tenía la palma de la mano sudorosa. Cerca de la pared se tambaleaba un hombre. G-Mack vio que era un pelagatos, vestido con ropa vaquera andrajosa y unas zapatillas vulgares que parecían salidas de una tienda de ropa de segunda mano. El hombre se hurgó en la bragueta; luego volvió la cabeza y apoyó la frente contra la pared mientras esperaba a que saliera el chorro. G-Mack relajó la mano en torno a la Glock.

La ventanilla del conductor del Dodge estalló hacia dentro y una lluvia de cristales cayó sobre él. Cuando intentó levantar la pistola, la ventanilla del acompañante también se desintegró, recibió un golpe en un lado de la cabeza que lo aturdió, y al instante una fuerte mano le agarró el brazo derecho y el cañón de un arma mucho más grande que la suya se hincó dolorosamente en su sien. Vio con el rabillo del ojo a un negro con el pelo gris cortado a cepillo y una barba de aspecto vagamente satánico. El hombre no pareció alegrarse de verlo. G-Mack, como quien no quiere la cosa, comenzó a deslizar la mano hacia la Hi-Point oculta bajo la chaqueta, pero entonces se abrió la puerta del acompañante y otra voz dijo:

– Yo que tú no lo haría.

G-Mack no lo hizo, y le quitaron la Hi-Point de la cintura de los vaqueros.

– Suelta la Glock -ordenó Louis.

G-Mack dejó caer la pistola al suelo del coche.

Lentamente, Louis apartó su arma de la sien de G-Mack, abrió la puerta y le ordenó:

– Sal. Con las manos en alto.

G-Mack lanzó una mirada a la izquierda, donde me encontraba yo, de rodillas, junto a la puerta del acompañante. La Hi-Point, en mi mano izquierda, se veía pequeña al lado de mi Colt. Era la Noche de las Pistolas Grandes, pero nadie había prevenido a G-Mack. Se apeó con cuidado del coche, y los cristales rotos cayeron al suelo con un tintineo. Louis le dio la vuelta y, tras empujarlo contra el costado del coche, lo obligó a separar las piernas. G-Mack notó unas manos sobre él y vio al hombrecillo con ropa vaquera que poco antes parecía un borracho a punto de mear. No se podía creer que lo hubieran engañado tan fácilmente.

Louis lo tocó con el cañón de su H &K.

– ¿Ves lo tonto que eres? -preguntó-. Bien, pues vamos a darte la oportunidad de demostrar que en realidad eres listo. Vuélvete. Despacio.

G-Mack obedeció. Ahora estaba de cara a Louis y Ángel. Ángel sostenía la Glock de G-Mack. Éste no iba a recuperarla. De hecho, aunque G-Mack probablemente no lo sabía, nunca había estado tan cerca de ser asesinado.