Sin embargo, donde se veía con mayor claridad la fusión entre animal y hombre era en la cabeza, un tanto desproporcionada con respecto al resto de la figura. Quienquiera que la hubiese creado poseía unas aptitudes artísticas a la altura de su perturbada mente. Múltiples criaturas se habían utilizado para componerla, y tuve que mirar con atención para encontrar las líneas donde terminaba una y empezaba la otra: la mitad de la mandíbula de un primate se había unido cuidadosamente a la de un niño, mientras que la parte superior de la región facial entre los maxilares y la frente se constituía de secciones de hueso blanco y cabezas de pájaro. Por último, unos cuernos asomaban de lo alto de un cráneo humano, uno apenas visible y parecido a los nódulos de la cabeza de un ciervo joven, el otro semejante al de un carnero, que formaba una espiral por detrás del cráneo y casi tocaba la pequeña clavícula de la figura.
– Si este tipo está subarrendando, se ha metido en un lío de padre y muy señor mío -comentó Ángel.
Louis examinaba uno de los cráneos de la mesa, tenía la cara apenas a unos centímetros de las cuencas vacías.
– Parecen viejos -observé, contestando a una pregunta no formulada.
Asintió y salió de la habitación. Lo oí mover cajas de un lado a otro, buscando alguna pista del paradero de Alice.
Siguiendo el tufo a orina, llegué al cuarto de baño. La bañera contenía más huesos, todos en remojo en un líquido amarillo. Se me saltaron las lágrimas por el hedor a amoniaco. Tapándome la nariz y la boca con un pañuelo, registré expeditivamente los armarios y luego cerré la puerta. Ángel aún examinaba la escultura de huesos, parecía fascinado. No me sorprendía. Era una creación digna de una galería de arte o un museo. Aunque repugnante, resultaba sobrecogedora por su talento artístico y la fluidez con que se fundían entre sí los restos de las distintas criaturas.
– No me explico qué demonios es esto -dijo-. Parece un hombre transformándose en ave, o un ave transformándose en hombre.
– ¿Has visto muchas aves con cuernos? -pregunté.
Ángel alargó un dedo en ademán de tocar las protuberancias del cráneo, pero cambió de idea.
– Supongo que no es un ave, pues.
– Supongo que no.
Cogí una hoja de papel de periódico del suelo y con ella levanté de la mesa uno de los cráneos usados como candelera e iluminé el interior con mi minilinterna. Dentro tenía grabados, en el propio hueso, unos números de serie. Examiné los otros y todos incluían marcas semejantes, salvo uno, adornado con el símbolo de un bidente y apoyado en una pelvis. Levanté uno de los cráneos numerados y lo coloqué en una caja de embalaje; luego añadí con cuidado el cráneo marcado con el bidente y la escultura. Me llevé la caja a la habitación contigua, donde estaba Louis, de rodillas en el suelo ante una maleta abierta. Ésta contenía herramientas, entre ellas bisturís, limas y pequeñas sierras para hueso, todas dispuestas ordenadamente en bolsillos de lona, y un par de cintas de vídeo. Cada una llevaba una etiqueta a un lado con una larga fila de mayúsculas y fechas.
– Estaba preparándose para irse -dijo Louis.
– Eso parece.
Señaló la caja de embalaje que sostenía entre mis manos.
– ¿Has encontrado algo?
– Es posible. Estos cráneos están marcados. Me gustaría que alguien les echara un vistazo. Y quizá también a la escultura.
Louis extrajo una de las cintas de su correspondiente funda, la insertó en el vídeo y encendió el televisor. Por un momento no se vio nada aparte de la interferencia estática, hasta que finalmente apareció la imagen. Era un terreno de arena amarilla y piedra, del que la cámara, con movimientos bruscos, ofreció una panorámica hasta ir a posarse en el cuerpo parcialmente vestido de una joven. Yacía boca abajo en el suelo y tenía sangre en la espalda, las piernas y el pantalón corto, antes blanco. La melena oscura se extendía por la arena como hilos de tinta en agua sucia.
La joven se movió. Una voz masculina le habló, al parecer en español.
– Creo que ha dicho que aún está viva -tradujo Louis.
Apareció una figura en escena. El cámara se desplazó para conseguir un plano mejor. Se vieron unas botas negras caras.
– No -dijo otra voz, en inglés.
El cámara fue apartado de un empujón para impedirle que ofreciera una imagen clara del hombre y la chica. Captó un sonido semejante al de un coco al cascarse. Alguien se echó a reír. El cámara recuperó su puesto y volvió a enfocar a la chica. La sangre corría por la arena en torno a su cabeza.
– Puta. -Era otra vez la primera voz, de nuevo en español.
La cinta se quedó en blanco por un momento y luego continuó.
En esta ocasión, la chica tenía mechas rubias en el cabello oscuro, pero el entorno era similar; arena y rocas. Un insecto acechaba junto a una mancha de sangre cerca de la boca, la única parte del rostro que no quedaba oculta por el pelo. Alguien tendió una mano y apartó el pelo para que el cámara ofreciera una imagen mejor de ella, y de inmediato terminó esa sección y empezó otra, con otra chica muerta, ésta desnuda sobre una roca.
Louis avanzó la cinta. Perdí la cuenta del número de mujeres. Cuando acabó, puso la segunda cinta e hizo lo mismo. Una o dos veces apareció una chica de piel más oscura y paró la imagen, la examinó con detenimiento antes de seguir adelante. Todas eran hispanas.
– Voy a llamar a la policía -dije.
– Todavía no. Este tipo no habrá dejado aquí esta mierda para que la encuentre el primero que venga. Volverá a buscarla, y pronto. Si es verdad que nos vigilaban en el callejón, puede que quienquiera que viva aquí esté fuera ahora mismo. Propongo que esperemos.
Pensé en lo que le iba a decir antes de abrir la boca. Si Rachel hubiera estado presente, quizá lo habría considerado un progreso por mi parte.
– Louis, no tenemos tiempo para esperar de brazos cruzados. La policía puede organizar una operación de vigilancia mejor que nosotros. Este tipo es un eslabón, pero tal vez podamos seguir la cadena. Cuanto más nos quedemos aquí inmóviles, más disminuyen las probabilidades de encontrar a Alice antes de que le ocurra algo grave.
He visto a personas, incluso policías experimentados, caer en la trampa de emplear el pasado al hablar de un desaparecido. Por eso, a veces, conviene reflexionar sobre lo que se pretende decir antes de que las palabras salgan por la boca a borbotones.
Levanté con cuidado la caja que sostenía.
– Seguid aquí un rato, a ver qué más encontráis. Si no puedo volver a tiempo, antes de hablar con la policía os llamaré para que salgáis.
Sentado en su coche, García vio cómo los hombres entraban en su apartamento. Supuso que el chulo era más listo de lo que aparentaba, porque, si no, no habrían averiguado tan pronto dónde tenía su base. El chulo había seguido a alguien hasta García, probablemente para intentar conseguir cierto espacio de maniobra en caso de que su traición a la chica repercutiera negativamente en él. García ardía de rabia. Un par de días más y el apartamento habría estado vacío, y su ocupante fuera de allí. En esas habitaciones había muchas cosas valiosas para él. Deseaba recuperarlas. Sin embargo, las órdenes de Brightwell habían sido tajantes: síguelos y averigua adónde van, pero no les hagas daño ni intentes enfrentarte a ellos. Si se separaban, debía permanecer junto al hombre de la cazadora de cuero, el que se había rezagado en el callejón como si advirtiera su presencia. El gordo parecía abstraído cuando se despidió de García, pero también misteriosamente eufórico. García sabía que no debía preguntar por qué.