Aún tenía el pelo mojado por la apresurada ducha cuando me senté ante Walter a una mesa del rincón. No estaba solo. Lo acompañaba Dunne, el inspector de la cafetería.
– ¿Sabe tu compañero que te ves con otros? -le pregunté.
– Tenemos una relación abierta. Siempre y cuando no se entere, es muy tolerante. Pero cree que tú le disparaste a G-Mack.
– Eso mismo opinan en la Nueve Seis. Me creas o no, yo no apreté el gatillo.
– Oye, no es que nos importe mucho, la verdad. Lo que pasa es que Mackey no quiere verse salpicado por esto en caso de que alguien se entere de que nosotros te lo pusimos a tiro.
– Nos lo señalaron un par de personas. Puedes decirle a tu compañero que no tiene por qué preocuparse.
– ¿Dices que os lo señalaron? ¿A ti y a quién más? -preguntó Dunne.
Maldita sea. Estaba cansado.
– A Walter y a mí.
– Ya. Claro.
No quería hablar de eso con Dunne. Ni siquiera sabía qué hacía el inspector allí.
– Bien -dije-, ¿a qué hemos venido? ¿A probar los bollos?
Dunne se volvió hacia Walter en busca de un aliado.
– No se deja ayudar -comentó.
– Es muy autosuficiente -convino Walter-. Es la pose del hombre fuerte. Creo que oculta una sexualidad conflictiva.
– Walter, con el debido respeto, no estoy de humor para esto.
Walter levantó una mano con gesto apaciguador.
– Calma. Como ha dicho Dunne, intentamos ayudar.
– A Sereta, la otra chica…, según parece, también la han encontrado -anunció Dunne.
– ¿Dónde?
– En un motel en las afueras de Yuma.
– ¿Los asesinatos del Spyhole? -pregunté. Lo había visto en los noticiarios de televisión.
– Sí. La identificación es definitiva: la chica que apareció en el maletero es ella. Ya lo habían deducido antes porque el coche estaba a su nombre y un trozo de su carnet de conducir se libró del fuego, pero esperaban la confirmación. Por lo visto aún estaba viva y consciente cuando la alcanzaron las llamas. Consiguió tumbar a patadas el respaldo del asiento trasero antes de morir.
Intenté recordar los detalles.
– ¿No había un segundo cadáver en el coche?
– Un hombre. Sin identificar. Sin ningún documento ni billetero. Aún intentan determinar su identidad con lo que tienen, pero tampoco se puede decir que vayan a poner una foto suya en los tetrabriks de leche. Quizás en las bolsas del carbón para barbacoa cuando llegue el verano, pero no antes. Tenía balazos en el hombro y el pecho. La bala que causó la herida mortal seguía alojada en el cuerpo. Era de una pistola de calibre treinta y ocho, la que llevaba el mexicano encontrado muerto en una de las habitaciones del motel. En la investigación se partió del supuesto de que podía ser el blanco de un golpe fallido. El tipo trataba con gente bastante turbia, y los federales de México tenían mucho interés en hablar con él. Ahora, al presentarse aquí este asunto de Alice, quizás haya que darle otro enfoque.
Según G-Mack, Alice y Sereta estaban en la casa de Winston cuando éste y su ayudante murieron asesinados, pero no vieron nada. Sin embargo, se llevaron algo, y al parecer dicho objeto poseía el valor suficiente como para que los individuos implicados estuvieran dispuestos a matar a fin de recuperarlo. Encontraron a Alice, y quizás a través de ella averiguaran el escondite de Sereta. Preferí no pensar en cómo le habían arrancado esa información.
– Es probable que mañana le den el alta a tu amigo G-Mack -dijo Dunne-. Por lo que ha llegado a mis oídos, aún no sabe nada de cómo han acabado sus busconas, y no llegó a ver al hombre que disparó contra él. El que le pegó el tiro en la pierna sabía lo que se hacía. El talón y la articulación del tobillo quedaron hechos trizas. Va a quedar lisiado para el resto de su vida.
Pensé en el cráneo de Alice en el hueco del apartamento de García. Imaginé los últimos instantes de la vida de Sereta, cuando el calor aumentó de intensidad, abrasándola lentamente antes de que las llamas prendieran. Al vender a Alice, G-Mack las había condenado a muerte a las dos.
– Es una pena -dije.
Dunne se encogió de hombros.
– Así es la vida. Por cierto, Walter dice que intentó hablar con Ellen, la buscona más joven.
Me acordé de la chica vestida de colores oscuros.
– ¿Le sacaste algo? -pregunté.
Walter negó con la cabeza.
– Es una chica dura por fuera, y se está endureciendo por dentro. Voy a hablar con Safe Horizon, la organización de ayuda a menores, y además tengo un amigo en la Brigada de Proyectos Especiales contra la Delincuencia Juvenil. Seguiré intentándolo.
Dunne se puso en pie y cogió su chaqueta.
– Mira -me dijo-, si puedo echarte una mano, lo haré. Estoy en deuda con Walter, y si él quiere cobrarse la deuda en tu beneficio, por mí no hay problema. Pero me gusta mi trabajo y pienso conservarlo. No sé quién le ha pegado los dos tiros a ese mierda, pero si lo ves por casualidad, dile que la próxima vez se lo lleve a Jersey. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -contesté.
– Ah, y otra cosa. Encontraron otro detalle fuera de lo normal en el Spyhole. El recepcionista tenía la cara embadurnada de sangre, y en las muestras había un ADN distinto del suyo. Lo raro es que era un ADN degradado.
– ¿Degradado?
– Era viejo y estaba deteriorado. Creen que quizá las muestras se corrompieran por alguna razón. Contenían toxinas, y aún están intentando identificar la mayor parte. Es como si alguien le hubiese restregado al chico un trozo de carne podrida por la cara.
Le dimos cinco minutos de ventaja y salimos.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Walter mientras esquivábamos a un autobús que estuvo a punto de atropellarnos.
– Necesito hablar con determinadas personas. ¿Crees que te será posible averiguar quién es el dueño de ese almacén de Williamsburg?
– No puede ser muy difícil. La Nueve Seis ya debe de estar en ello, pero veré qué encuentro en el registro de la propiedad.
– Los policías de la Nueve Seis saben cómo se llama el hombre al que maté. No creo que compartan mucha información conmigo, así que aguza el oído, a ver qué se filtra.
– Eso está hecho. ¿Vas a quedarte en el Meridien otra noche?
Pensé en Rachel.
– Quizás una más. Después tengo que volver a casa.
– ¿Has hablado con ella?
– Esta mañana.
– ¿Le has contado lo sucedido?
– Casi todo.
– ¿Sabes ese ruido que oyes en un rincón de tu mente? Es una fina capa de hielo que se agrieta. Ahora tienes que estar con ella. Las hormonas, todo se altera. Ya lo sabes. Incluso el más pequeño detalle parece el fin del mundo, y las cosas importantes…, bueno, realmente pueden ser el fin.
Le estreché la mano.
– Gracias.
– ¿Por el consejo?
– No, el consejo es una mierda. Te doy las gracias por el cable que me has echado en este asunto.
– Es que cuando uno ha sido policía… -dijo-. A veces lo echo de menos, pero esto me ha ido bien. Me ha recordado por qué estoy mejor desde que me jubilé.
Al siguiente que llamé fue a Louis. Nos encontramos en una cafetería de Broadway, la Gay Nineties. Louis no parecía haber dormido mucho, y aunque estaba recién afeitado y llevaba una camisa impecablemente planchada, se lo veía incómodo con su ropa.
– La prima de Martha llega hoy -dijo-. Va a traer el historial dental, información médica y todo lo que encuentre. Martha estaba alojada en un antro de Harlem. La he obligado a trasladarse, y les he reservado habitación a las dos en el Pierre.
– ¿Cómo está?
– No ha perdido la esperanza. Dice que quizá no sea Alice. El guardapelo no significa nada, excepto que ese hombre se lo robó.
– ¿Y tú qué piensas?
– Es ella. Como tú, lo supe sin más. Lo presentí en cuanto vi el guardapelo.
– La policía tendrá una identificación definitiva mañana. Seguramente la pondrán a disposición de la familia dentro de un par de días, cuando el forense haya redactado su informe. ¿Volverás para acompañar los restos?