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Win miró atentamente cómo se alejaba. Después dijo:

– Un culo de primera clase.

– ¿Te refieres a mí? -preguntó Myron.

Win mantuvo la mirada bien atenta en el objetivo.

– En la tele siempre aparece sentada detrás de la mesa -comentó-. Uno nunca adivinaría que tiene un culo tan perfecto. -Sacudió la cabeza-. La verdad, un auténtico desperdicio.

– Sí -dijo Myron-. Quizá debería levantarse un par de veces durante cada informativo. Darse unas cuantas vueltas, agacharse, cosas por el estilo.

– Ya estás con lo de siempre. -Win arriesgó una rápida mirada a Myron-. ¿Habéis tomado alguna foto de la acción, tal vez filmado un vídeo?

– No, eso es lo que harías tú -señaló Myron-, o quizás una estrella del rock muy pervertida.

– Una pena.

– Sí, una pena, entendido. -¿Un culo de primera?-. ¿Qué pasa con Esperanza?

Terese por fin desapareció a través de la puerta principal. Win exhaló un suave suspiro y se volvió hacia Myron.

– El yate tardará media hora en repostar. Entonces nos marcharemos. ¿Te importa si me siento?

– ¿Qué ha pasado, Win?

No respondió, sino que se sentó en una tumbona y se reclinó. Entrelazó las manos detrás de la cabeza y cruzó los tobillos.

– Te diré una cosa. Cuando decides darte el piro, lo haces por todo lo alto.

– No me he dado el piro. Sólo necesitaba un descanso.

– Sí, sí.

Win miró a la distancia, y la comprensión golpeó a Myron en la cabeza. Había herido los sentimientos de Win. Extraño pero probablemente cierto. Win podía ser un sociópata aristocrático de sangre azul, pero, ah amigo, todavía era humano, más o menos. Los dos hombres habían sido inseparables desde la facultad, y no obstante Myron se había largado sin ni siquiera llamarlo. En muchos sentidos, Win no tenía a nadie más.

– Pensaba llamarte -dijo Myron con voz débil.

Win se mantuvo inmóvil.

– Pero sabía que si se presentaba algún problema, serías capaz de encontrarme.

Era verdad. Win podía encontrar la legendaria aguja en un pajar.

Win agitó una mano.

– Lo que tú digas.

– ¿A ver, qué pasa con Esperanza?

– Clu Haid.

El primer cliente de Myron, un lanzador diestro suplente en el ocaso de su carrera.

– ¿Qué pasa con él?

– Está muerto -respondió Win.

Myron sintió que las piernas le flaqueaban un poco. Se dejó caer en la tumbona.

– Le dispararon tres veces en su propia casa.

Myron bajó la cabeza.

– Creía que se había enderezado.

Win no dijo nada.

– ¿Qué tiene que ver Esperanza con esto?

Win consultó su reloj.

– Más o menos a esta hora con toda probabilidad la están arrestando por su asesinato.

– ¿Qué?

Una vez más. Win no dijo nada. Detestaba repetirse.

– ¿Creen que Esperanza lo mató?

– Me alegra ver que las vacaciones no han perjudicado tus agudos poderes de deducción.

Win volvió la cara hacia el sol.

– ¿Qué pruebas tienen?

– Para empezar, el arma asesina. Manchas de sangre. Fibras. ¿Tienes un protector solar?

– ¿Pero cómo…? -Myron observó el rostro de su amigo. Como siempre, no dejaba traslucir nada-. ¿Lo hizo?

– No tengo ni idea.

– ¿Se lo preguntaste?

– Esperanza no quiere hablar conmigo.

– ¿Qué?

– Tampoco quiere hablar contigo.

– No lo comprendo. Esperanza no mataría a nadie.

– Estás muy seguro de ello, ¿no?

Myron tragó saliva. Había creído que su reciente experiencia le ayudaría a comprender mejor a Win. Él también había matado. Es más, a menudo. Ahora que Myron había hecho lo mismo, creía que debería haber un nuevo vínculo. Pero no lo había. En realidad, todo lo contrario. La experiencia compartida estaba abriendo un nuevo abismo.

Win consultó su reloj.

– ¿Por qué no vas a preparar la maleta?

– No tengo nada que necesite llevarme.

Win señaló hacia la casa. Terese estaba allí y los miraba en silencio.

– Entonces di adiós al culo de primera y pongámonos en marcha.

2

Terese se había puesto una bata. Se apoyó en el marco de la puerta y esperó.

Myron no sabía qué decir. Se decidió por un:

– Gracias.

Ella asintió.

– ¿Quieres venir? -preguntó Myron.

– No.

– No puedes quedarte aquí para siempre.

– ¿Por qué no?

Myron lo pensó un momento.

– ¿Sabes algo de boxeo?

Terese olisqueó el aire.

– ¿Detecto el claro olor de una metáfora deportiva?

– Eso me temo -dijo Myron.

– Uf. Continúa.

– Todo este asunto es como un combate de boxeo -comenzó Myron-. Hemos estado esquivando, retrocediendo, eludiendo e intentando mantenernos alejados de nuestro oponente. Pero sólo podemos hacerlo durante un tiempo. Al final tendremos que lanzar un puñetazo.

Terese hizo una mueca.

– Vaya, da pena.

– Una ocurrencia del momento.

– Y no muy acertada -añadió ella-. A ver qué te parece ésta.

Hemos probado el poder de nuestro oponente. Nos ha tumbado en la lona. De alguna manera conseguimos ponernos de pie. Pero nuestras piernas todavía son de goma, y nuestros ojos apenas si ven. Otro gran golpe y la pelea se acabará. Lo mejor será seguir bailando. Lo mejor es evitar que te peguen y esperar y mantener la distancia.

Difícil de rebatir.

Guardaron silencio.

– Si vienes a Nueva York, llámame y… -dijo Myron.

– Vale.

Silencio.

– Sabemos lo que pasará -continuó Terese-. Nos encontraremos para tomar una copa, quizá nos metamos en la cama, pero no será lo mismo. Estaríamos incómodos a más no poder. Fingiremos que nos volveremos a reunir, y ni siquiera nos mandaremos una felicitación de Navidad. No somos amantes, Myron. Ni siquiera amigos. No sé qué demonios somos, pero estoy agradecida.

Se oyó el graznido de un pájaro. Las pequeñas olas entonaron su dulce canción. Win estaba en la playa, con los brazos cruzados, su cuerpo terriblemente paciente.

– Que te vaya bien, Myron.

– A ti también -contestó él.

Win y Myron volvieron al yate en la lancha. Un tripulante le ofreció a Myron una mano. Myron la cogió y subió a bordo. El yate zarpó. Myron permaneció en cubierta contemplando cómo la playa se hacía más pequeña. Estaba apoyado en la borda de teca. Teca. Todo en este navío era oscuro, rico y de teca.

– Ten -dijo Win.

Myron se volvió. Win le arrojó un Yoo-Hoo, su bebida favorita, una mezcla entre gaseosa y leche con chocolate. Myron sonrió.

– El primero que bebo en tres semanas.

– Los dolores de la abstinencia -señaló Win-. Han tenido que ser una verdadera agonía.

– Sin televisión y sin Yoo-Hoo. Es un milagro que haya sobrevivido.

– Sí, casi has vivido como un monje -opinó Win. Luego, con otra mirada a la isla añadió-: Bueno, como un monje que folla mucho.

Ambos estaban matando el tiempo.

– ¿Cuánto tardaremos en regresar? -preguntó Myron.

– Ocho horas de navegación -respondió Win-. Un avión chárter nos espera en Saint Bart's. El vuelo dura unas cuatro horas.

Myron asintió. Sacudió la lata y la abrió. Bebió un buen trago y se volvió hacia el agua.

– Lo siento -dijo.

Win no hizo caso de la declaración, o quizás era suficiente para él. El yate aumentó la velocidad. Myron cerró los ojos y dejó que el agua y la suave espuma le acariciasen el rostro. Pensó por un momento en Clu Haid. Clu no había confiado en los agentes -«un peldaño por debajo de los pedófilos», así los describía- y, por lo tanto, le pidió a Myron que negociase su contrato, pese a que Myron sólo era estudiante de primer año de abogacía en Harvard. Myron lo hizo. Le gustó. Pronto aparecería MB SportsReps.