– Dios, claro -repitió Castle, incrédulo-. ¿Y bien?
– Creo que no lo capta, señor: el objetivo de la operación es conseguir abrir una vía de comunicación con Él para que nos prevenga de una situación parecida, si fuera el caso. Queremos contar con el mismo seguro de vida que Noé. Así de simple.
– ¿Qué?
– La Operación Elías busca un canal para hablar con Dios, señor. Por eso la NSA se ocupa de ella. ¿O acaso no es nuestra misión proteger las comunicaciones del gobierno?
– Es una broma, ¿verdad? Me cuesta imaginar una especie de grupo de oración en la sede de la inteligencia militar de este país.
– No es un grupo de oración, señor presidente -lo corrigió Owen-. Es un grupo de comunicación.
Los ojos de Roger Castle casi se le salen de las órbitas.
– ¿Quiere decir que desde hace más de cien años, primero desde la Oficina Naval de Inteligencia y luego desde la Agencia Nacional de Seguridad, ha existido un programa secreto e ininterrumpido para tratar de hablar físicamente con Dios?
– Todo esto es más racional de lo que parece, señor. Los del presidente Arthur fueron los años del espiritismo. Medio mundo creía que podía comunicarse con el más allá. Y si, como parecía, los avances en el campo de la electricidad y la telefonía iban a seguir creciendo exponencial- mente, a nadie le resultaba inverosímil que un día u otro lográramos hablar con el otro lado. Hasta con el cielo, si fuera preciso.
Una sombra de consternación oscureció el rostro de POTUS:
– Dígame, Owen, ¿cuánto nos ha costado esto?
– Elías no tiene presupuesto asignado, señor. Si necesita alguna información o recursos para su trabajo, se piden a través de la agencia oportuna.
– ¿Y por qué nadie ha clausurado esta locura aún, Michael? Porque eso es lo que es, ¿no?
Owen lo miró severo, se levantó del sillón y arrastró su pierna ortopédica hasta la ventana.
– Le recuerdo que también el Proyecto Apolo era una locura, señor. Y sin embargo logramos poner a doce americanos en la Luna. Si Elías no se ha cerrado aún es porque en este tiempo ha dado resultados interesantes.
– Es otra broma.
Por tercera vez en pocos minutos, el presidente no daba crédito a lo que estaba oyendo.
– La Operación Elías ha evolucionado mucho desde los tiempos de Chester Arthur, señor. Ahora existen iniciativas de búsqueda de inteligencias en el espacio, muy parecidas en su filosofía a la Operación Elías.
– Claro -concedió-. En 1882 no disponíamos de radiotelescopios…
– Por esa razón se creó un grupo dedicado a recoger aquí y allá las radios que sirvieron en el mundo antiguo para comunicarse con Dios, tratando de ponerlas en funcionamiento de nuevo. En ellas trabajan un grupo de sabios que se ha ido renovando desde entonces. Lo que hacen es ciencia pura. Pero sobre bases tan remotas y con resultados tan avanzados que si se hicieran públicos casi parecería magia.
– Un momento. ¿Ha dicho radios?
El asombro de Roger Castle no había tocado fondo.
– ¿Recuerda las viejas radios de galena, señor?
– Mi abuelo tuvo una…
– Son radios primitivas que funcionaban gracias a una piedra sulfurosa con vetas de plomo. Por sí mismo, el mineral era capaz de detectar variaciones en el campo electromagnético circundante. No necesitaba pilas, se alimentaba de la energía de las propias ondas de radio, y su esquema de funcionamiento era más que simple. Dentro de su mecanismo-de captación, y con una antena adecuada, una sola piedra podía llegar a demodular emisiones de onda media con facilidad.
– ¿Y eso se conocía en tiempos de Noé?
– Creemos que sí, señor. De hecho, sabemos que nuestros antepasados usaron piedras para hablar con Dios. Fueron minerales modificados electromagnéticamente, capaces de interferir en frecuencias específicas de comunicación. Su existencia no pudo mantenerse en secreto por mucho tiempo. Todos los libros sagrados las mencionan: las Tablas de la Ley, la Kaaba, la piedra de Jacob, la del Destino escocesa, la «susurrante» del Oráculo de Delfos, la Lia Fail irlandesa… Incluso se conocían entre los aborígenes australianos. Las llamaban «piedras alma» o churingas.
«¡Piedras!»
Una chispa brilló en alguna sinapsis neuronal del presidente, recordándole la promesa que le había hecho Ellen Watson de hacerse con una de ellas.
– Muy bien, Michael. Escúcheme con atención. Quiero saberlo todo de este proyecto. Cuál es su programa. Quiénes lo integran. Qué pasos piensan dar para cumplir su objetivo. Y, también -añadió buscando su mirada junto a la ventana del despacho-, por qué han desaparecido dos personas vinculadas a esas piedras.
– No habrá problema con eso, señor. Aunque debo decirle que sus preguntas llegan en un momento muy delicado para la Operación Elías.
– ¿A qué se refiere?
– Por primera vez en cien años nos ha salido un serio competidor.
– ¿Qué?
– Alguien está utilizando sus conocimientos en la tecnología de los antiguos para abrir esa vía de comunicación antes que nosotros. Y ese alguien es quien ha hecho desaparecer a sus dos personas. Pero estamos ya tras ellos, señor.
– ¿Y quién diablos está al frente de esto?
Owen se apartó de la ventana desde la que se veía el Washington Memorial aún iluminado, como una flecha de fuego en medio de la noche, y sostuvo la mirada de su presidente:
– Para responder a esa pregunta deberíamos dejar este edificio, señor. Supongo que su limusina sigue ahí fuera, ¿verdad?
– Claro.
– Si da la orden de que nos despejen la ruta, a esta hora podríamos llegar a la NRO en cuarenta minutos.
– ¿A la Oficina Nacional de Reconocimiento? ¿Ahora?
Owen asintió.
– Es importante que vea algo.
Capítulo 47
– «Se te da visionada.» «Juan de Estivadas.» «Sadavitsed Naoi.» ¿Es que no lo ve?
Sacudí la cabeza, sintiéndome fuera de juego. El armenio me miraba con sus ojos vivarachos, como si le costara admitir que nuestras lógicas fueran tan diferentes.
– ¡Es un anagrama!-exclamó Dujok-. ¡Si está clarísimo!
– ¿Está seguro?
– Totalmente. La frase que Martin le envió en el vídeo es un anagrama del nombre que figura en esta tumba. ¿No se da cuenta? Utilizó las mismas letras pero en un orden distinto. Martin no podía decirle a las claras dónde tenía que mirar para encontrar la piedra, pero le sugirió en clave que viniera a esta iglesia y que mirara en esta tumba. Su adamanta está aquí.
– Su aplomo me asombra.
– Conozco la mente de Martin, señora Faber. Se ha valido de uno de los sistemas de encriptación más viejos de la Humanidad. Si usted cambia el orden de las letras de ese nombre puede formar la frase que le ha enviado su marido con una precisión absoluta. ¿Recuerda cuáles fueron las últimas palabras de su marido?
– S… Sí, claro -tartamudeé-. «La senda para el reencuentro siempre se te da visionada.»
– Pues traducida como yo le propongo, su sentido resulta más que evidente: «La senda para el reencuentro», esto es, para que lo localice, «es Juan de Estivadas». ¿Lo entiende ya? «Juan de Estivadas» y «se te da visionada» se forman a partir de las mismas letras. Ni una más, ni una menos.
Me rasqué la cabeza algo perpleja.
– Lo que no entiendo, señor Dujok, es qué tiene que ver Estivadas con Noé.
– Eso tendría que preguntárselo yo. Antes dijo que lo sabía todo sobre él.
– Casi todo -precisé-. En Noia existe incluso una calle que lleva su nombre. Fue el antiguo bodeguero del pueblo. Nació en la época de los Reyes Católicos, justo antes del descubrimiento de América, y estuvo casado con una mujer de buena cuna que se llamaba María Oanes. Eso es lo más destacado de su biografía. Como comprenderá, un personaje que vivió en el siglo XVI no es un buen candidato a ocupar el lugar de Noé…