«La Primera Guerra Mundial, nacida de errores y equívocos, habría debido tener como conclusión una victoria aliada indiscutible, seguida de una paz de reconciliación. Pero se haría lo contrario: de una victoria incompleta, saldría una paz ridículamente rigurosa.»
Hitler recibió la noticia del armisticio en el hospital pomeranio de Pasewalk, especializado en heridos a causa de gases. Había perdido la visión en la madrugada del 14 de octubre, cuando el puesto de mando del regimiento List, que se hallaba en una localidad llamada La Montagne, al sur de Yprés, fue objeto de un prolongado ataque británico con granadas de cloro gaseoso. Al hospital llegaban atenuadas las noticias del armisticio, de la rendición de las fuerzas armadas alemanas y de la caída y exilio del Káiser, pero Hitler escribió unos años después que cuando, el 10 de octubre, se enteró de que la guerra estaba perdida, no quiso escuchar más detalles:
«[…] la noche cayó ante mis ojos y a tientas, a tropezones, regresé al dormitorio y hundí mi cabeza ardiente bajo la manta y la almohada.»
El 21 de noviembre de 1918, hallándose plenamente recuperado, recibió el alta. Dos días más tarde regresaba a Munich en busca de su destino. Allí, poco después, Adolf Hitler nacería para la política; allí, en los años veinte, se pondrían las bases del III Reich que pretendía ser milenario y, desde allí, los nazis conquistarían el poder en la siguiente década. Munich le elevaría hasta la cúspide de sus ambiciones. Munich estaría metida hasta su médula, tanto que, en aquella madrugada del 29 de abril de 1945, cuando la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial era evidente, una muniquesa, Eva Braun, le decía «sí, quiero» y se convertía en su esposa en el búnker de la Cancillería de Berlín.
¡Qué extraña ceremonia! El hombre que se había enamorado, en 1906, de Stefanie y que jamás se atrevió a declararle su amor, el que había rechazado a las mujeres en Viena, el misógino de la guerra, se casaba prácticamente in articulo mortis. Cierto que en Munich había tenido relaciones fugaces y que mantuvo una tempestuosa relación con Geli Raubal, su medio sobrina, pero casi nadie sabía que Hitler sostenía una relación sentimental estable desde 1932.
Eva Braun, nacida en el seno de una familia pequeño-burguesa de Munich en 1912, se había educado en un colegio de religiosas que no pudieron hacer carrera de ella, hasta el punto de que carecía del certificado de estudios secundarios. En 1929 entró a trabajar en la tienda y estudio de Heinrich Hoffmann, fotógrafo oficial de Hitler desde que éste se convirtiera en una de las estrellas de la política alemana en 1923. Eva llevaba la contabilidad, atendía a los clientes y ocasionalmente le servía de modelo. Era una muchacha rubia, atlética, de cara redondeada, ojos azules y amplia sonrisa, que poseía una gran distinción natural y una contagiosa alegría de vivir. Carecía de formación intelectual, pero la suplía con una notable inteligencia y una extraordinaria actividad y resolución.
Hitler la conoció en el estudio de Hoffmann en 1929, recibiendo una profunda impresión, que no pasó desapercibida al fotógrafo. En adelante, frecuentemente era ella la encargada de llevar las fotografías que Hoffmann servía al futuro canciller semanalmente. Se ignora si existieron relaciones íntimas entre ellos mientras vivió Geli Raubal, pero a comienzos de 1932 -apenas medio año después de la muerte de su medio sobrina- la convirtió en su amante fija. Eva tenía entonces veinte años, Adolf, cuarenta y tres. Hubo otras mujeres a partir de entonces, pero siempre constituyeron relaciones fugaces para, seguidamente, retornar a Eva Braun. Esta situación hizo sufrir tanto a la muchacha que intentó suicidarse en dos ocasiones, pero terminó aceptando la naturaleza de la relación, sobre todo a partir de 1936, cuando el Führer le regaló un apartamento en Munich y le asignó habitaciones tanto en la Cancillería del Reich como en su residencia de Berghof.
Eva Braun vivió desde entonces una discreta existencia -hasta el punto de que sólo el círculo de los íntimos de Hitler la conocía- plenamente dedicada a ser su compañera, «el reposo del guerrero», sin otra ambición que ser querida y amar «al hombre más grande de Alemania y aun del mundo». Hitler la amaba y los millares de fotografías y fotogramas de cine que se conservan de su vida con Eva Braun le muestran relajado, sonriente y feliz a su lado. Junto a Eva no tenía que fingir, podía despojarse de su coraza de feroz autócrata. Buena muestra de su cariño hacia ella son los numerosos y caros regalos que le hizo y que en su testamento de 1938 la designase primera beneficiaria; más aún, cuando en enero de 1945 se trasladó a Berlín para defender la capital del Reich, la dejó en Berghof, prefiriendo la seguridad de Eva a su compañía.
Pero ella también amaba apasionadamente a Hitler -que, por edad, hubiera podido ser su padre- hasta el punto de que decidió morir a su lado. Se presentó en Berlín el 15 de abril, cuando la ciudad estaba a punto de ser cercada y cuando se veía obligada a vivir en el búnker de la Cancillería, incómodo, húmedo y maloliente. Hitler la recibió con muestras de contento, aun cuando Eva había desobedecido sus órdenes, y los demás habitantes del refugio también se mostraron felices porque su presencia dulcificaba el violento carácter del Führer.
El 22 de abril Hitler hizo un nuevo intento de salvarla. Quena que tomase un avión hacia el sur, junto con sus secretarias. Los soldados soviéticos avanzaban hacia el corazón de la ciudad, pese a la feroz resistencia, casa por casa, que oponían los viejos y los niños reclutados por la Volkssturm y un puñado de soldados extranjeros de las SS. La guerra estaba perdida y los días de resistencia en Berlín, contados. David Irving describe la siguiente escena:
– Todo ha terminado, no queda ni la más leve esperanza. ¡Vete ya!
Eva le cogió de las manos:
– Sabes que me quedaré aquí, a tu lado.
Apareció un nuevo brillo en los ojos de Hitler e hizo algo que nadie le había visto hacer hasta entonces. Besó levemente en los labios a Eva Braun. Frau Junge terció:
– ¡Yo también me quedo!
Frau Christian dijo lo mismo. Hitler observó:
– ¡Ojalá mis generales fueran tan valientes como vosotras!
Una semana después, cuando ya los soldados soviéticos estaban a unos pocos centenares de metros de la Cancillería, Hitler comenzó a dictar a Frau Junge su testamento privado, cuya primera parte estaba dedicado a su boda con Eva Braun:
«Aunque durante mis días de lucha creía no poder comprometerme a la responsabilidad del matrimonio, ahora, al final de mi vida, he decidido casarme con la mujer que, después de muchos años de verdadera amistad, ha venido a esta ciudad por voluntad propia, cuando ya estaba casi completamente sitiada, para compartir mi destino. Es su deseo morir conmigo como mi esposa. Esto nos compensará de lo que ambos hemos perdido a causa de mi trabajo al servicio de mi pueblo.»
En este punto había interrumpido su testamento para vestirse de novio, pero como el funcionario encargado de registrar el matrimonio tardaba en llegar, Hitler pudo terminar su testamento privado, calmando así su impaciencia por la demora:
«Lo que poseo, en lo que pueda valer, es propiedad del partido. Si éste ya no existiera, pertenece al Estado, y si el Estado también es destruido, ya no es necesaria ninguna decisión por mi parte.
»La colección de pinturas que he adquirido a través de los años no fue comprada con fines particulares, sino exclusivamente para el establecimiento de una galería de arte en mi ciudad natal de Linz. Es mi ferviente deseo que se cumpla este legado.