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El asunto se convertiría en problema nacionaclass="underline" el ministro de Defensa, Gesler, ordenó al general Von Lossow- jefe de la Reichswehr en Baviera- que secuestrara los ejemplares y cerrase el periódico nazi. Von Lossow lo consultó con Von Kahr y éste decidió que ninguna publicación bávara sería clausurada por orden de Berlín. Eso significó el enfrentamiento dentro de la Reichswehr, el peligro de confrontación civil entre el ejército del país y el de Baviera. Muchas unidades militares acantonadas en suelo bávaro apoyaron a Von Lossow, pero otros comandantes permanecieron fieles a Berlín. Hitler se había salvado esta vez porque Von Kahr estaba dispuesto a defender contra viento y marea la autonomía de Baviera, pero no porque confiara en Hitler; el general Von Lossow, que tampoco se fiaba de él, escribiría: «Tuve una serie de entrevistas con Hitler en primavera (se refiere a la de 1923) y las reanudamos en otoño, pero la fuerte impresión inicial que causó en mí fue disipándose poco a poco por la reiteración de las ideas en sus interminables discursos…» Por otro lado, el general advirtió que Hitler elevaba rápidamente sus objetivos:

«… Me dijo en primavera que no le animaban intereses personales y que estaba satisfecho de ser la caja de resonancia de un movimiento de regeneración nacional. Sin embargo, en otoño ya se creía el Mussolini alemán, el Gambetta alemán y sus seguidores estaban a punto de considerarle el Mesías alemán.»

Y es que los tiempos en Alemania propiciaban las esperanzas de un mesías político: a la rebeldía bávara y a la división militar se unirían inmediatamente la proclamación de la República independiente de Renania y de la República autónoma del Palatinado; los comunistas se sublevaban en Hamburgo y eran admitidos en los gobiernos de Sajonia y Turingia, donde surgían milicias obreras y se desarmaba al ejército. En esta crítica situación los socialdemócratas abandonaron el gabinete y los conservadores de toda Alemania comenzaron a suspirar por una dictadura apoyada en el ejército. La decisión estaba pendiente de un hilo el 4 de noviembre de 1923, pero no se produjo. El martes, 6 de noviembre, los dirigentes de las ligas paramilitares de Baviera fueron reunidos por Von Kahr, el general Von Lossow y el jefe de la policía bávara, coronel Von Seisser, para comunicarles que se les prohibía tajantemente toda actuación político-militar.

Hitler, que asistió a la reunión, se comprometió, como los demás jefes de las milicias, a no realizar ningún intento golpista pero, en vista de la indignación de muchos de los reunidos, decidió saltarse la orden, confiando en atraerse a los descontentos. El miércoles 7 de noviembre, reunió a Goering, jefe de las SA, Scheubner-Richter, Röhm, Kriebel, Weber, Rosenberg y algunos fieles más y les expuso su plan para apresar al Gobierno bávaro y, seguidamente, sublevar a la guarnición y organizar a las fuerzas paramilitares -empleando a las SA como núcleo- para marchar sobre Berlín. La ocasión elegida fue la reunión política convocada por Von Kahr en la cervecería Bürgerbräukeller, a la que fueron invitados cerca de tres mil muniqueses pertenecientes a los estamentos sociales más influyentes en la ciudad.

A las 20.45 h del 8 de noviembre de 1923, bajo una ligera nevada, el Mercedes rojo del partido que utilizaba Hitler, conducido por Ulrich Graf, se detuvo ante la Bürgerbräukeller y de él descendieron Hitler, Goering, Graf, Amman y Rosenberg; en otros coches les seguía media docena de guardaespaldas y una compañía de las SA. Franquearon sin problemas los cordones del servicio de orden y penetraron en el gran recinto, donde rollizas muchachas, vestidas con trajes regionales bávaros, repartían jarras de cerveza a los asistentes. Von Kahr tenía el turno de palabra cuando, al observar un movimiento inesperado en la sala, interrumpió su discurso para comprobar qué estaba ocurriendo; de pronto vio ante sí a Hitler, que llevaba una pistola con la que disparó hacia el techo reclamando silencio. Subió al estrado que acababa de abandonar Von Kahr y gritó:

«¡La revolución nacional ha estallado! El edificio está rodeado por seiscientos hombres armados. Si el orden no se restablece inmediatamente, se montará una ametralladora en esta sala […] Los gobiernos de Baviera y del Reich han sido derrocados y se va a formar un Gobierno provisional del Reich.»

Anunció luego que los cuarteles del ejército y de la policía habían sido ocupados y que tropas, con la esvástica en sus uniformes, convergían sobre Munich. Los asistentes estaban atónitos, pero no tenían más remedio que creer lo que se les decía desde la tribuna, a la que también había subido Goering con un revólver en la mano; por la sala circulaban armados los camisas pardas y los matones nazis y no cesaba el estruendo de las jarras de cerveza destrozadas al caer al suelo.

Hitler obligó a Von Kahr, Von Lossow y Von Seisser a acompañarle a una habitación próxima, mientras Goering acallaba cualquier protesta con otro disparo al techo. Los tres prisioneros de Hitler, que mantenía su pistola en la mano, escucharon asombrados cómo allí mismo constituía un Gobierno provisionaclass="underline" Von Kahr mantendría su posición en Baviera; Von Lossow recibiría el ministerio de Defensa; Von Seisser se haría cargo de la policía estatal; Ludendorff -al que se esperaba en cuestión de minutos- sería el nuevo general en jefe de la Reichswehr y él, Adolf Hitler, asumiría la Cancillería del Reich. Atónitos y escépticos, los tres prisioneros se negaron a aceptar lo que se les proponía; trataban de ganar tiempo y cuchicheaban entre sí intercambiando opiniones. «Sigamos la comedia», parece que dijo el general Von Lossow. Esa postura sacó de quicio a Hitler, que les dejó custodiados y regresó a la sala.

Tenía un aspecto un tanto ridículo: se había quitado la trinchera, bajo la que llevaba un chaqué que le estaba grande y le hacía parecer un «cobrador de impuestos vestido el domingo con su mejor traje… o ese tipo de novio bávaro de pueblo que se puede ver en las fotografías». Sólo su Cruz de Hierro de primera clase, prendida en el pecho, infundía respeto. Sin embargo, cuando comenzó a hablar captó la atención de los reunidos y arrancó una salva de aplausos al anunciar la composición del nuevo Gobierno. La situación se hizo aún más creíble cuando en la gran sala penetró el mariscal Ludendorff, que ignoraba lo que estaba ocurriendo y a última hora había sido llevado hasta la cervecería por Scheuner-Richter. Sonaron nuevos aplausos y sonoros Heil!, que llegaban hasta la habitación donde eran custodiadas las autoridades de Baviera, sumiéndolas aún en mayor confusión.

Minutos después penetraron en la habitación Hitler y Ludendorff. Al ver entrar al mariscal, los tres detenidos se levantaron y los dos militares hicieron chocar sus tacones. Ludendorff les manifestó que estaba tan sorprendido como ellos, pero que la situación de emergencia nacional que vivía Alemania aconsejaba tomar una decisión radical, por lo que les recomendó que se unieran al putsch. Los militares se pusieron a las órdenes de Ludendorff y Von Kahr, tras algunas vacilaciones, aceptó la nueva situación. Todos juntos comparecieron minutos después en la sala y fueron vitoreados por los asistentes. Hitler subió nuevamente al estrado y se dirigió a los reunidos:

«Voy a cumplir el juramento que me hice a mí mismo hace cinco años cuando era un pobre ciego inválido en un hospital militar: no descansar hasta lograr la caída de los verdugos de noviembre, hasta que sobre las ruinas de la infeliz Alemania de hoy surja una vez más un país poderoso, grande, libre y lleno de esplendor.»