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«… La prensa extranjera informa sobre nuevas traiciones. El Führer espera que reaccione usted con la rapidez del rayo y con la dureza del acero contra los traidores de la zona norte. No tenga ni temor ni favoritismos. Schoerner, Wenck y todos los demás jefes deben demostrar ahora su lealtad al Führer acudiendo en su auxilio lo antes posible.»

Aún envió otro mensaje más comprometedor y seguramente sin conocimiento de Hitler. Iba destinado a sus subordinados en Berchtesgaden, que desde el día 23 por la noche custodiaban al «traidor» Goering y a sus ayudantes: «La situación en Berlín es más tensa y difícil. Si Berlín y nosotros caemos, los traidores del 23 de abril deben ser exterminados. ¡Cumplid con vuestro deber! ¡Vuestra vida y honor dependen de ello!» Este telegrama llegó a su destino el día 30 de abril, pero el comandante de la prisión en la que estaba encerrado el mariscal del Aire se negó a ejecutar las órdenes de Bormann. Claro, que esto nunca lo supo el nuevo ministro del partido. Tras enviar esos telegramas, llamó a su ayudante, el coronel de las SS, Wilhelm Zander, para encargarle que llevase personalmente una de las copias del testamento de Hitler al cuartel general de Doenitz. Zander le rogó que designara a otra persona, pretextando que en aquellos momentos su lealtad le obligaba a permanecer junto al Führer; realmente Zander dudaba mucho de que pudiera abandonar Berlín en aquellas circunstancias. Creía que, al final, se lograría una negociación y podría abandonar la capital con alguna garantía más; por otro lado, tenía una enorme curiosidad por saber lo que iba a ocurrir en el búnker en las siguientes horas.

Bormann le despidió, quedando en consultarlo con Hitler, y seguidamente aún tuvo fuerzas para tomar su diario y hacer algunas anotaciones: «Los traidores Jodl, Himmler y Steiner nos han abandonado a merced de los bolcheviques. Otro duro bombardeo. El enemigo informa que los norteamericanos han entrado en Munich.» Cerró su diario, se tumbó en su catre de campaña y apagó la luz. Desde hacía un rato la artillería soviética había aumentado sus disparos y el búnker volvía a temblar como si padeciera los efectos de un terremoto. Bormann ahogó una maldición cuando un desconchón de yeso cayó sobre la cara; retiró malhumorado los pequeños fragmentos y luego se tapó la cabeza, disponiéndose a dormir. Eran aproximadamente las 6 h de la madrugada del 29 de abril de 1945.

Capítulo III

LOS MENSAJEROS

La Cancillería del Reich era uno de los edificios emblemáticos del régimen nazi. Ocupaba toda la fachada norte de la Vosstrasse, con una longitud de 220 m, una anchura que oscilaba entre 36 m en las zonas más anchas y 18 en las más estrechas y una altura de tres plantas. Hitler pidió en 1938 a su arquitecto Albert Speer que le construyera un edificio capaz de impresionar a sus visitantes, un edificio que mostrase «el poderío y la grandeza del Reich».

Un año después, el arquitecto le entregó un edificio de corte neoclásico compuesto por una serie de locales diferentes, de distintas formas y colores. El visitante penetraba desde la Wilhelmplatz en un patio de honor, pasaba luego a la pequeña recepción donde dos impresionantes puertas de 5 m de altura le franqueaban el paso al gran vestíbulo, completamente revestido de mosaico, desde el que se accedía a una gran habitación circular coronada por una cúpula; el visitante, caminando sobre gruesas alfombras de nudo, suponía que ya estaba llegando a su cita con Hitler, pero en ese punto surgía la sorpresa: se entraba en la gran galería, de 145 m de longitud y cuya iluminación indirecta producía un efecto mágico. Tras recorrerla se llegaba, finalmente, a la sala de recepciones del Führer.

La Cancillería disponía de un jardín en el que el previsor Speer construyó un refugio contra ataques aéreos al tiempo que se hacían los cimientos del edificio. El pequeño búnker mostró su utilidad cuando los ingleses comenzaron a bombardear Berlín, pero en 1944 se había quedado pequeño y débil ante la frecuencia y la violencia de los bombardeos angloamericanos. En el verano de 1944, tras el desembarco aliado en Francia, Speer recibió la orden de construir un búnker desde el que el Führer pudiera dirigir la guerra, aun en medio de los ataques aéreos más devastadores. El arquitecto ordenó hacer una excavación de unos 15 m de profundidad, por 25 de longitud y 16 de anchura; allí construyó un enorme cubo de cemento armado, con paredes de dos metros y medio de espesor y un techo de tres metros de grueso. Este búnker quedó oculto por tierra apisonada, con un espesor entre dos y seis metros, bajo el jardín de la Cancillería y sobre él se plantaron todo tipo de arbustos y macizos de flores, de tal forma que los aliados jamás supieron dónde se hallaba el refugio de Hitler y nunca le dedicaron ataques especiales.

El búnker tenía dos plantas. En la superior vivía el servicio, los ayudantes militares y las secretarias de Hitler y se hallaban la cocina, el comedor, cuartos de baño y trastero; cuando Berlín quedó cercado, el Führer invitó a los Goebbels a que se trasladasen a su refugio, mucho más seguro que el del Ministerio de Propaganda, y Magda Goebbels se instaló en esta primera planta con sus seis hijos.

En la inferior, a unos diez metros de la superficie, se hallaba el piso de Hitler. Estaba dividido en dos partes similares por un gran pasillo de unos 17 m de largo por 3 de ancho, que, a veces, se partía por medio de una mampara, formando entonces dos piezas, las más grandes del búnker, que se utilizaban como salón general y como sala de conferencias cuando eran muchos los asistentes. Las habitaciones se abrían a ambos lados del pasillo; en el derecho -si se descendía a esa planta por la escalera de emergencia- estaba la sala de mapas; venían a continuación las dependencias del Führer: un vestíbulo minúsculo que daba paso a un despacho muy pequeño y al dormitorio de Eva Braun; desde el despacho se accedía al dormitorio de Hitler y al cuarto de baño de ambos, todo ello metido en unos 36 m2.

Siguiendo por el lado derecho del pasillo estaban los cuartos de baño comunes y el cuadro de luces. En el lateral izquierdo se emplazaba la enfermería, las habitaciones del doctor Morel, de Goebbels, de Bormann, el cuarto de los ordenanzas y la central telefónica. Ésta merece comentario aparte; según los expertos, era la mejor de Berlín y Hitler, hasta casi el final, pudo comunicarse en cuestión de minutos con todos los frentes; disponía, valiéndose de antenas acopladas a un globo cautivo, de una instalación de radioteléfono de VHF, que se mantuvo en funcionamiento hasta la he del 28 al 29 de abril, permitiendo comunicaciones de extraordinaria calidad incluso en los momentos de combate intensos.

El búnker disponía de su propio generador eléctrico y de importantes depósitos de agua, de modo que nunca se vio afectado por los cortes originados por los bombardeos; los cuartos de baño funcionaban bien y los servicios de ventilación y calefacción también, aunque la atmósfera siempre estuvo demasiado cargada, la humedad era muy alta y el olor resultaba desagradable. Esto se debía, fundamentalmente, a que el refugio fue ocupado sin que la obra se secara adecuadamente y a que no había sido concebido como residencia permanente de un número tan elevado de personas. Cuatro escaleras lo comunicaban con la superficie: una conducía al pequeño refugio primitivo y desembocaba bajo la sala de recepciones de la Cancillería (algunas versiones dicen que terminaba en la despensa, junto a la cocina); otra desembocaba frente al Ministerio de Exteriores, erigido a su espalda; la tercera había sido prevista para emergencias y se hallaba a unos diez metros del despacho del Führer: un vestíbulo minúsculo que daba paso a un despacho muy pequeño y al dormitorio de Eva Braun; desde el despacho se accedía al dormitorio de Hitler y al cuarto de baño de ambos, todo ello metido en unos 36 m2.