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Pero si bien Hitler no conseguía progresos definitivos en su marcha hacia el poder, sí lograba, en el plano personal, el éxito y la fortuna. Dejó su apartamento y se instaló en una mansión de nueve grandes habitaciones. Tenía 12 personas a su servicio, contando el de la vivienda muniquesa, el del chalet de los Alpes, sus dos secretarios y su chófer. Fue ésta, seguramente, la época más feliz y sociable de su vida. En 1929, con cuarenta años, era un político con futuro, cuyo partido crecía lenta, pero continuamente. Tenía cierta vida familiar, pues se había llevado a Munich a su medio hermana Angela, que ejercía de ama de llaves en la casa de Berchtesgaden, y a la hija de ésta, Geli Raubal, con la que sostuvo unas complejas relaciones cuya naturaleza aún no se ha desvelado. Hitler, que fue calificado de impotente, incluso de homosexual por sus enemigos políticos, parece que era un hombre absolutamente normal en este terreno, a pesar de que la pretendida autopsia que los rusos hicieron de su cadáver tras la ocupación de Berlín halló que tenía un testículo atrofiado, lo que ocurre con cierta frecuencia en hombres sexualmente normales. En el diario de Eva Braun existen múltiples pasajes en los que se insinúan relaciones plenamente satisfactorias – «soy infinitamente feliz porque me ama tanto y rezo para que siempre me ame del mismo modo» o «El tiempo es maravilloso y yo, la amante del hombre más grande de Alemania y del mundo…»-. Por tanto, cabe que Adolf y Geli fueran amantes, pero Hitler jamás accedió a casarse con ella, porque su primer amor y máxima pasión eran la política y Alemania; por su parte, Geli nunca aceptó el papel segundón y discreto que se le ofrecía. De cualquier manera, y pese a varios episodios tempestuosos entre tío y sobrina, convivieron más de dos años en la gran casa de Munich.

Hitler seguía haciendo la vida que le gustaba. Se levantaba tarde, salía de casa cerca del mediodía y se iba a las oficinas del partido o al estudio del fotógrafo Hoffmann o, cuando comenzó a habilitarse como sede del NSDAP el palacio Barlow, se pasaba las horas muertas en el estudio del arquitecto para seguir los proyectos. Almorzaba habitualmente en la hostería Bavaria, uno de los mejores restaurantes de Munich, más por prestigio que por placer gastronómico, pues ya en esa época era abierto partidario de las comidas sencillas, compuestas esencialmente de legumbres y verduras. Por la tarde trabajaba en la sede del partido, donde recibía honores de jefe de Estado. Cuando se inauguró la sede del NSDAP en el histórico palacio Barlow, el edificio comenzó a ser conocido como la «casa parda». Allí tenía Hitler un despacho consonante con sus ambiciones: era muy amplio y su decoración plenamente simbólica: tras su escritorio, un gran retrato de Federico el Grande; cerca de la mesa, un busto de Mussolini en arrogante pose; sobre ella, una fotografía de su madre, Klara, que le había acompañado desde su muerte, en 1907. Una de las paredes estaba decorada por un gran mural, que representaba el asalto del regimiento List a las posiciones inglesas de Wytschaete, bautismo de fuego de Hitler y acción que le valió la Cruz de Hierro de segunda clase. Si por la noche no hablaba en ningún mitin, solía ir a cenar a casa de los Hoffmann o a algún restaurante de moda; con frecuencia llevaba a Geli Raubal a la ópera o a un concierto, regresando a casa al filo de la medianoche. Cerraba su jornada leyendo hasta las dos o tres de la madrugada, tomando algunas notas o ensayando el posible efecto de algunas de sus nuevas ideas sobre los auditorios.

EL CAMINO DE LA VICTORIA

La locura especulativa -¡beneficios del 35 por ciento en un año!- que sacudió Wall Street en 1928 y en la primera mitad de 1929 repercutió negativamente en Alemania. Las fuertes ganancias que ofrecía la bolsa neoyorquina -subida de 25 enteros en marzo, de 52 en junio, de 25 en julio, de 33 en agosto… de 118 en total en los primeros ocho meses del año, ¡nada menos que un 18 por ciento de interés en esos meses!- hizo poco atractivas las inversiones en Alemania. Los capitales se retiraron para negociarse en Estados Unidos y Alemania se descapitalizaba, al tiempo que debía ofrecer mayores intereses para obtener las sumas imprescindibles. Las críticas contra la dependencia alemana de los capitales exteriores se mostraron certeras: su retirada ocasionó el retroceso de la actividad económica y el incremento del paro: 1.320.000 desempleados en septiembre de 1929, cifra que comenzaba a ser alarmante, pero que resultaría muy modesta tras aquel 24 de octubre de 1929 que ha pasado a la Historia como el «jueves negro de Wall Street». Era el crack de 1929, cuyas consecuencias serían nefastas para el mundo entero y que en Alemania originó la siguiente evolución del paro: 2.300.000 en febrero de 1930, 3.000.000 a finales del mismo año, 5.600.000 en 1931 y 6.100.000 en 1932.

Aquella tragedia económica puso de moda el nazismo. Las diatribas de Hitler contra el capital especulativo, contra el vampirismo judío, contra la conjura internacional antialemana, contra el endeudamiento exterior contraído por los ministerios socialdemócratas, comenzaron a tener sentido y las afiliaciones al NSDAP siguieron un ascenso proporcional al del paro. En 1929, 108.000 alemanes tenían el carnet nazi, en 1931 serían 400.000 y en 1932, 800.000.

Aunque la tragedia económica alemana desencadenada por el crack de 1929 fue determinante para el ascenso del nazismo, no fue la causa única. Tuvo suma importancia, también, el problema de las reparaciones de guerra: los vencedores trataban de igual a igual a los vencidos en acuerdos y foros internacionales, pero no se olvidaban de cobrar las indemnizaciones de guerra que Alemania debía pagar como responsable único de la contienda. Una nueva comisión estudió en 1929 el caso y arbitró que Berlín podría cumplir sus obligaciones en 57 plazos anuales de 1.988 millones de marcos, ¡con lo que terminaría de pagar principal e intereses en 1986! Que se mantuviera aquella exigencia once años después de terminada la Gran Guerra exacerbó a la mayoría de los alemanes, ya bastante atribulados por su precaria situación económica.

Una de las formaciones que actuaron como portaestandartes de la protesta fue el NSDAP, que acusó al Gobierno de convertir Alemania en una colonia franco-británica. Otro partido contrario a la aceptación de tales reparaciones de guerra era el Nacional Alemán, conocido como Stahlhelm (Casco de Acero), una de las grandes formaciones alemanas, que estaba en un momento de crisis. La empresa común de oponerse a la aceptación de las reparaciones de guerra unió por algún tiempo al Partido Nacional y al NSDAP. Era una alianza ideológicamente contra natura y cuantitativamente desiguaclass="underline" el Stahlhelm tenía un millón de afiliados y en sus ficheros se hallaban las familias de mayor prosapia, los grandes terratenientes, militares, magistrados e industriales de ideología conservadora y monárquica. Por el contrario, el NSDAP tenía poco más de cien mil carnés, estaba compuesto por un grupo de revolucionarios iluminados, seguidos por burgueses arruinados y obreros resentidos con el marxismo; predicaban la revolución, la destrucción del viejo orden y pedían un sistema dictatorial para salvar la patria. Fue un matrimonio de intereses: la derecha buscaba el empuje nazi, la violencia de sus SA y la oratoria de Hitler, de Goebbels y demás líderes nazis; por su lado, Hitler -que hubo de acallar fuertes protestas en el seno de su partido por aquella «unión con los reaccionarios»- veía en esa alianza una aproximación al mundo del dinero y de la industria, un bautismo de respetabilidad, una forma de seguir escalando, poco a poco, los peldaños del poder.