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El 13 de marzo de 1932 los alemanes fueron a las urnas y confirmaron sus preferencias por Hindenburg, quien obtuvo 18.651.497 votos (49,6 por ciento), seguido por Hitler, con 11.339.446 votos (30,1 por ciento). La victoria del mariscal, aunque contundente, no alcanzaba la mayoría absoluta por cuarenta centésimas, lo que obligó a una segunda vuelta el 10 de abril. En la nueva campaña -que el astuto Brüning limitó a menos de una semana, desde el mediodía del 3 al 9 de abril- volvieron los nazis a una actividad febril, con nuevos denuestos contra el mariscal y con todo tipo de promesas quiméricas. Según el biógrafo de Hitler, Robert Payne, llegaron a prometer marido a todas las solteras alemanas si el NSDAP ganaba las elecciones.

Hitler realizó un formidable esfuerzo en esa semana. Viajando en un avión Fokker alquilado, logró pronunciar 21 mítines en esos seis días y medio, reuniendo auditorios formidables: 250.000 en diversos lugares de Hamburgo, en un solo día, o 150.000 en Berlín. Pese a todo, el vencedor de Tannenberg volvió a ser el más votado, con más de 19 millones de sufragios, que le daban la mayoría absoluta con un 53 por ciento de los votantes. Pero Hitler no había perdido el tiempo y consiguió un resultado que no hubiera podido ni soñar sólo dos meses antes -13.418.547 votos-, el 36,8 por ciento de las papeletas válidas. Los nazis, ya nadie podía dudarlo, se convertían en alternativa de poder.

El triunfo de Hindenburg no supuso una tregua para el Gobierno de Brüning, que no podía sostenerse con apoyo parlamentario ni gozaba ya de la confianza del presidente, harto de pedirle en vano que escorase el gabinete hacia la derecha. A finales de mayo, Brüning solicitó del presidente la firma de dos decretos y éste, rompiendo su hábito de los dos últimos años, le respondió que sacara adelante sus proyectos con apoyo parlamentario. Brüning le presentó su dimisión al día siguiente, 29 de mayo de 1932. Su relevo ya estaba preparado. El 30 de mayo, el mariscal llamaba a Franz von Papen, ex oficial prusiano, político ducho en cuestiones regionales y amigo de todo tipo de conspiraciones, muy acaudalado gracias a su matrimonio y miembro del partido centrista. Cuando Hindenburg le propuso la Cancillería, Von Papen le respondió que agradecía mucho la oferta, pero debía advertirle que no contaba con el apoyo de su partido, más aún, que se temía su abierta oposición. El presidente, que para entonces había perdido claramente el norte, le respondió que deseaba tener un gabinete sin color político, es decir, independiente de los partidos. Estaba claro que las pasadas presidenciales le habían puesto furioso, sobre todo, porque el partido de su canciller había sido incapaz de ganarlas: «Se da usted cuenta de qué papel me ha hecho desempeñar Brüning? ¡He sido reelegido por los comunistas!» Luego, atajando cualquier reticencia de Von Papen, le puso firme: «¡Ante la llamada de la Patria, un oficial prusiano sólo tiene una salida, obedecer!»

Y para que no hubiera duda alguna al respecto, el hijo de Hindenburg, que se había convertido en el primer consejero de su padre, junto con su amigo el general Schleicher, también con una fuerte influencia sobre el mariscal, compusieron un increíble Gobierno integrado por ex oficiales y por miembros de la aristocracia, asunto tan llamativo que aquel efímero gabinete fue conocido como el «Gobierno de los monóculos». Sin embargo, la situación del país era lamentable. Seis millones de obreros estaban en el paro y casi el resto de la masa laboral trabajaba en horario reducido. Pese a su angustia, en vez de soluciones recibían un rosario de convocatorias electorales. Aparte de las que hubo en un tercio de los Länder y de las dos presidenciales, Von Papen convocó nuevos comicios, legislativos esta vez, porque el general Schleicher, a cambio de que no torpedeara al nuevo gabinete, le prometió a Hitler nuevas elecciones y suprimir las leyes de Brüning sobre reunión, uniformes e insignias que, de hecho, habían sumido a las SA en la clandestinidad.

La nueva campaña electoral fue la más dura que jamás hubiera conocido Alemania, recordando más a la oleada revolucionaria de 1919 que a un proceso democrático. Los choques entre nazis y comunistas arrojaron centenares de muertos en el mes de julio, ocasionando cambios en los mandos policiales que, «casualmente», siempre eliminaban a gentes contrarias a los nazis y ascendían a sus simpatizantes. El NSDAP iba calando en la sociedad alemana.

La campaña nazi trató de saturar todos los centros de población donde hubiera urnas. Hitler daba el ejemplo de actividad desenfrenada, en una campaña comparable de alguna forma a las que luego se pusieron de moda en Estados Unidos. Entre el 15 y el 30 de julio, víspera de las elecciones, Hitler reunió 50 mítines y habló durante más de 120 horas a un total de dos millones de personas esparcidas por toda Alemania, salvando las distancias por medio de un avión alquilado, que a punto estuvo, en varias ocasiones, de sufrir un accidente. Las legislativas del 31 de julio de 1932, otorgaron al NSDAP 13.745.800 sufragios, el 37,4 por ciento de los emitidos, que valían 230 escaños. Los nazis se habían convertido en la primera formación política de Alemania. Aunque el avance era indudable, a Hitler ese resultado le supo a poco, pues había calculado que el éxito de las presidenciales se podía ampliar hasta llevarle directamente a la Cancillería.

Efectivamente, los casi 14 millones de votos y los 230 escaños fueron insuficientes. Hindenburg mantuvo a Von Papen en la jefatura del Gobierno y ofreció a Hitler el puesto de vicecanciller y, acaso, alguna cartera ministerial. Hitler le respondió que no pensaba entrar en ningún Gobierno de coalición y que, siendo el suyo el partido mayoritario, le correspondía formar el gabinete. Hindenburg -«ante Dios, ante mi conciencia y ante mi Patria»- se negó a conceder el poder a un solo partido, sobre todo cuando éste se mostraba poco razonable y presumía de que destruiría el sistema parlamentario cuando llegase al poder. Hitler se mantuvo firme en su postura, ante lo que Hindenburg le rogó que mantuviera una oposición leal y caballerosa hacia el Gobierno. La tensa entrevista en la Presidencia de la República duró unos veinte minutos. Ya en la antecámara, al despedirse del canciller Von Papen, Hitler le dijo lo que no se había atrevido a responder al presidente: «Tendrá usted la oposición más dura y más despiadada que pueda imaginar. Las responsabilidades de lo que ocurra serán de su Gobierno.»

La automarginación de Adolf Hitler de un Gobierno compartido sumió al NSDAP en la confusión y situó a sus SA al borde de la sedición. Gregor Strasser coqueteó con la Cancillería, insinuando a sus colaboradores la posibilidad de marginar a Hitler. Éste capeaba las tormentas judiciales que afectaban a sus seguidores más sanguinarios, calculando a cada paso si era más perjudicial para la estabilidad del partido la defensa de sus asesinos o la sublevación de sus cuadros paramilitares. En esta situación se abrió el nuevo Reichstag. Presidió la sesión inaugural la decana del Parlamento, una figura ya histórica del comunismo, Klara Zetkin, que estaba más para ser atendida en un hospital -moriría antes de un año- que para aquellos ajetreos. Aunque su cuerpo no se tenía en pie -hubo de ser llevada casi en volandas hasta el sillón presidencial-, el espíritu se mantenía incólume: su voz asmática pronunció un alegato contra los asesinos nazis y contra los gobiernos débiles, soportados por un poder capitalista autoritario y concluyó su intervención abriendo aquel Parlamento «esperanzada, pese a mis actuales achaques, de poder inaugurar pronto el Reichstag de la República de los Soviets Alemanes».