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Yashim entendía.

– Otra tekke, entonces. Eso es lo que necesito. La cuarta.

El bombero esbozó una sonrisa, como de desprecio.

– Había docenas, effendi. Centenares.

– Sí, pero ¿para los bomberos? ¿No había una… especial?

El viejo Palmuk intentó incorporarse. Se ladeó, moviendo negativamente la cabeza. Cuando habló, su tono era de agravio, como sorprendido.

– Ojalá lo supiera, effendi. Ojalá supiera lo que está usted buscando. No sé quién piensa usted que soy yo, pero se ha equivocado de hombre. Yo… yo no sé qué quiere usted…

Se dio la vuelta para mirar a Yashim, y sus grises ojos estaban bien abiertos.

– Yo hacía de chico de los recados. En los muelles. -Estaba asintiendo con la cabeza, mirando fijamente a Yashim como si lo viera por primera vez-. Entienda eso, effendi. Yo no estuve allí.

Yashim pensó: «Es verdad. Le doy dinero al tipo ese. Le compro camisas. Y él realmente no sabe nada.»

Capítulo 71

Yashim encontró al embajador polaco con un batín de seda, bordado con leones y caballos en hebra de oro. Yashim supuso que era chino. Estaba tomando té y contemplando silenciosamente un huevo pasado por agua, pero cuando Yashim entró, alzó una mano para hacer pantalla ante sus ojos, volviendo la cabeza a un lado y a otro como una tortuga ansiosa. El sol hacía resaltar las motas de polvo a medida que éstas ascendían hacia las largas ventanas.

– ¿No sabes qué hora es? -dijo Palieski con voz espesa-. Toma un poco de té.

– ¿Estás enfermo?

– Enfermo, no. Pero estoy sufriendo. ¿Por qué no podría estar lloviendo?

Incapaz de dar una respuesta, Yashim se dejó caer en un sillón y dejó que Palieski le sirviera una taza con mano temblorosa.

– Meze -dijo Yashim. Y levantó la mirada-. Meze. Unos bocaditos antes de la comida principal.

– ¿Tenemos que hablar de comida?

– El meze era una manera de llamar la atención de la gente sobre la excelencia del festín que había de venir. No se regateaban esfuerzos en su preparación. O, debería decir, su selección. Algunas veces, el mejor meze son las cosas más sencillas. Pepinos tiernos de Karaman, sardinas de Ortakoy, rebozadas como máximo, y fritas… Lo mejor de lo mejor, y acertar el momento, la coordinación, podría decirse, lo es todo.

»Ahora tomemos estos asesinatos. Tenías razón…

Son algo más que aislados actos de violencia. Hay una lógica, una pauta, y más. Considerados en conjunto, mira, no son un fin en sí mismos. La comida no termina con el meze, ¿verdad? El meze anuncia el festín.

»Y estos asesinatos, como el meze, dependen de la coordinación -continuó-. Me he estado preguntando, a lo largo de estos últimos tres días, por qué ahora. Los asesinatos, quiero decir, de los cadetes. Casi por casualidad, descubro que el sultán está dispuesto a emitir un edicto dentro de unos días. Muchas reformas.

– Ah, sí, el edicto. -Palieski asintió y juntó las yemas de los dedos.

– ¿Estás al corriente? -El discurso de Yashim se venía abajo en medio de su asombro.

– De una manera indirecta. Se ofreció una explicación a, bueno, algunos miembros seleccionados de la comunidad diplomática de Estambul hace unas semanas. -Vio que Yashim se disponía a hablar, y levantó una mano-. Cuando digo seleccionados, quiero decir que yo no estaba incluido. No es difícil saber por qué, si estoy en lo correcto respecto del edicto y lo que significa. Uno de sus objetivos (su objetivo principal, por lo que yo sé) es hacer atractiva la Sublime Puerta para los préstamos extranjeros. Polonia, evidentemente, no está en situación de influir en el mercado de obligaciones de renta fija. Así que me dejaron al margen. Fue esencialmente un arreglo de las grandes potencias. Me enteré de ello por los suecos, que lo supieron por los americanos, creo.

– ¿Quieres decir que los americanos fueron invitados?

– Por extraño que parezca. Pero bueno, ¿no sabes lo que son los americanos? Son los expertos mundiales en prestar dinero a Europa. La Sublime Puerta los quiere de su parte. Tal vez puedan coordinar sus esfuerzos. Y, para ser sinceros, no creo que la Sublime Puerta haya conseguido descubrir de qué lado están los americanos.

Tus pachás están aún digiriendo la Declaración de Independencia sesenta años después del acontecimiento.

Palieski alargó la mano para coger la tetera.

– La idea de una república siempre los ha fascinado como a un colegial. La Casa de Osmán debe de ser el linaje real más antiguo de Europa. ¿Un poco más de té?

Yashim tendió su taza y platillo.

– He sido un estúpido -dijo-. Me he estado preguntando quién estaría enterado del edicto. Las potencias extranjeras nunca se me pasaron por la cabeza.

– Pues las potencias extranjeras -dijo Palieski, con paciente cinismo- son la única razón. Potencias extranjeras, préstamos extranjeros.

– Sí, sí, por supuesto.

Se tomaron el té en silencio durante un momento, marcado sólo por el tictac del reloj alemán.

– ¿Y tú crees que esos jenízaros tuyos aún existen? -preguntó Palieski al cabo de unos momentos.

Yashim asintió.

– Aunque parezca mentira, estoy convencido. Tú viste cómo acabaron con ellos, me lo contaste. De acuerdo. Todo el mundo cree que Polonia desapareció hace cincuenta años. Ni siquiera viene en los mapas. Pero tú me dices lo contrario. Me dices que aún existe. Polonia existe en el lenguaje, en la memoria, en la fe. Sigue existiendo, como idea. De los jenízaros pienso lo mismo.

»Sobre lo de las torres de los bomberos, sólo estaba en lo cierto a medias. Creí que había una conexión entre las tres torres que ya conocía, las dos que siguen en pie y la tercera, que fue quemada y demolida en mil ochocientos veintiséis, y los cadetes cuyos cuerpos se descubrieron cerca. Necesitaba encontrar una cuarta torre, ¿verdad? Pero no la encuentro. Nunca hubo una cuarta torre. Pero yo sabía que la idea general era correcta. Las torres de bomberos eran responsabilidad de los jenízaros. Como esos asesinatos. Tenía que estar en lo cierto.

– Quizás. Pero sin esa cuarta torre no tienes nada.

– Eso pensaba yo también. A menos que hubiera algo más relacionado con esas torres que se me escapara. Algo que relacionara esas tres torres con otro lugar que no era exactamente una torre de bomberos.

Palieski suspiró proyectando hacia delante el labio inferior.

– Odio tener que decirlo, Yashim, pero estás pisando un terreno muy resbaladizo. Olvidemos mis reservas por un momento. Tú sospechas que los jenízaros mataron a esos cadetes, por eso de las cucharas de madera y todo lo demás. -Palieski arrugó la nariz-. La idea de las torres de bomberos se te ocurrió porque los jenízaros se ocupaban de ellas. Si dejas a un lado esas torres, ¿qué le pasa a tu teoría de los jenízaros? Anda, dime. Te quedas sin nada.

Yashim sonrió.

– Pero yo creo que tengo algo. Encontré lo que necesitaba saber hace un par de días, pero hasta hoy no he sabido encajar las piezas. La torre de Gálata tenía una tekke, un lugar sagrado para los jenízaros. Y la torre que había en los cuarteles del cuerpo también tenía una.

– Pero la torre de Bayaceto -objetó Palieski- es moderna. Y ahí voy. En la época en que se construyó, los jenízaros (y los karagozi) ya eran historia. La verdad, la pista de los jenízaros sólo está en tu mente. Es una obsesión tuya.