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Soltó un bufido. Yashim levantó los ojos y captó su mirada.

El sultán parpadeó y desvió la suya.

– Uf. Supongo que fue suficiente al fin y al cabo. Y, francamente, los eunucos están absolutamente tranquilos ahora. Usa a un eunuco para cazar a otro.

Cogió un pequeño cepillo y empezó a retorcerlo entre sus dedos.

– La cuestión es que necesito a alguien aquí, dado que el Kislar ya no está. Alguien que esté al tanto de todo, pero un poquito más joven.

Yashim se quedó helado. Era el segundo trabajo que le ofrecían en las últimas veinticuatro horas. ¿Los ojos y oídos de la nueva república? Ahora era el poder y la promesa de los ricos. El segundo empleo que no quería. Ojos y oídos. Ojos desorbitados sobresaliendo del cuerpo político. Oídos esforzándose por escuchar cualquier susurro en la puerta. Agarrados a la máscara del poder como los ojos y oídos de una gigantesca marioneta en la procesión de los gremios.

Empezó a decir que él no era joven. Que era blanco. Blancuzco, en todo caso… Pero el sultán no estaba escuchando.

– Hay un archivero -dijo-. Un hombre nuevo.

Concienzudo, buen aspecto; eso asustaría a algunos de los viejos, ¿no? No puedo reemplazarlos a todos. Y puedo estar pendiente de él, también. Me recuerda al Kislar cuando era joven, antes de que empezara a soltar toda esa tontería de la tradición y a asesinar a las chicas. Y no participó en toda la farsa, tampoco. Eso es lo que me gusta. Déle una levita y un bastón. Ése es mi hombre.

Yashim sintió una oleada de alivio. No tenía ninguna duda de que Ibou resultaría ser un perfecto Kislar Agha. Un poco joven, quizás, pero el tiempo aportaría su inevitable solución. Al menos pasaría por encima de todos aquellos compromisos y enemistades hereditarias que habían empujado al anterior titular al borde de la locura mientras se encaramaba a la cima. Y aprendería rápidamente su deber. Quizás estaría auténticamente agradecido.

– El sultán es sumamente juicioso -dijo.

Era mejor no decir nada más.

– Bien, bien. -El sultán se levantó de su silla-. Ésta ha sido una conversación sumamente interesante. Para ser sincero, Yashim, a veces pienso que sabe usted más de lo que dice. Lo cual puede ser juicioso a su manera, también. Corresponde a Dios saberlo todo, y a nosotros enterarnos sólo de lo que nos hace falta.

Revolvió miopemente en la mesilla y cogió una bolsa de cuero.

– Tome esto. El serasquier sin duda lo hubiera recompensado, y en estas circunstancias esa tarea me corresponde a mí.

Yashim pescó la bolsa en el aire.

Se inclinó. El sultán asintió brevemente con la cabeza.

– La Valide quiere tener una charla, tengo entendido. Había un edicto -añadió-, pero tendrá que esperar después de todo. Veremos la casa aposentada antes de que eso ocurra. Y la ciudad también.

Hizo un gesto con la mano y Yashim se inclinó mientras se retiraba.

Capítulo 132

– ¿Hubo un imprevisto? -La Valide sonrió-. Me gustan los imprevistos.

– Sí -dijo Yashim. Pensó en contarle la pura verdad, pero sabía que eso no sería adecuado-. El serasquier estaba podrido hasta la médula. Fue él quien planeó todo el asunto.

La Valide aplaudió.

– ¡Lo sabía! -gritó-. ¿Cómo lo imaginaste?

– Fue una serie de pequeñas cosas -le respondió Yashim.

Le habló entonces de la torpeza del serasquier en el modo de vestir occidental, y en la forma en que había pretendido hablar francés, y luego lo negó. Le contó lo ansioso que estaba el serasquier por sembrar el pánico con los asesinatos, a lo cual la Valide asintió vigorosamente y dijo que él, evidentemente, estaba siendo utilizado. Y ¿cómo, exactamente, habían sido asesinados?, quiso saber.

Y Yashim se lo contó.

Le relató que su amigo Palieski le había oído hablar francés -pensó incluso que era francés- en un café, una tarde.

– ¡Cuando él negaba que tuviera el menor conocimiento! ¡Ja, ja! -exclamó la Valide agitando un dedo.

Yashim le habló también del ruso, Potemkin.

– ¡Vaya villano! -respondió la Valide-. Arruinado por su cicatriz, sin duda. Debió de haberse mostrado encantador, a su manera, para atraer a los tipos aquellos a su carruaje. Pero, con todo -añadió, dejando a un lado la imagen del encantador herido, y considerando los aspectos prácticos-, ¿qué tenían que ganar los rusos?

Y Yashim se lo explicó.

– Están preparados para tomar Estambul -dijo-. Incluso desde los tiempos de los bizantinos, soñaban con la ciudad. Era la segunda Roma… Y Moscú es la tercera. Querían la anarquía en Estambul. No les importaba cómo se produjera… un golpe jenízaro, el serasquier volviéndose loco y proclamándose gobernante, lo que fuera. Si la Casa de Osmán se extinguía, ¡imagínese las consecuencias! Están acampados a una semana o así de distancia. Habrían fingido que querían restaurar el orden, o proteger a los ortodoxos, o cualquier otro pretexto. ¡Poco hubiera importado! Justo el tiempo necesario para ocupar la ciudad y proporcionarse una excusa razonable para después, cuando las potencias europeas empezaran a armar escándalo. Los franceses, los ingleses, sienten terror a dejar que los rusos entren… Pero, una vez que están dentro, se quedarían. Mire Crimea.

– ¡Qué brutos! -la Valide respiró. Crimea había sido ocupada por los rusos, mediante una combinación de amenazas y robo y sangrienta guerra-. ¡Y apoyaron a los griegos, también!

– Todo el mundo apoyó a los griegos -le recordó Yashim sobriamente-, pero sin duda los rusos encendieron la chispa.

La Valide estaba en silencio.

– Y pensar que todo esto se cernía sobre nuestras cabezas mientras yo trataba con el Kislar en el palacio -dijo tras una pausa-. Pensaba que era un drama, pero en realidad se trataba de un espectáculo secundario.

– No exactamente -sugirió Yashim-. Aunque los planes del serasquier no hubieran tenido éxito, y no lo tuvieron, ¿verdad?, habría habido, a pesar de todo, una revolución de no ser por usted. Una contrarrevolución, como ellos la llaman, para volver a las viejas costumbres.

– Fue la muchacha -señaló la Valide-. He visto obras de teatro, ¿sabes? Cuando era joven, las vi en la Dominica. Si bien fui yo la que montó la escena, ella protagonizó el acto final. Gracias a ti, Yashim.

Yashim inclinó la cabeza.

La Valide alargó el brazo en busca de una bolsa junto a su diván y tiró del cordón con la boca.

– Tengo una cosa para ti -dijo.

Buscó en su interior y sacó un libro de cubiertas de papel.

Lo sostuvo entre las dos manos y Yashim leyó el título, blasonado en rojo.

– Le Père Goriot -leyó-. De Honoré de Balzac.

– Toma. Bastante repugnante, me temo.

– ¿Por qué me lo regala?

– Dicen que hace furor en París. Lo he leído ahora, y todo trata de corrupción, engaños, codicia, mentiras.

Dio una palmadita a la tapa del libro y se lo tendió a Yashim.

– A veces, ¿sabes?, me alegro de no haber llegado a conocer Francia.

Agradecimientos

Tengo una deuda con todos los historiadores que han ampliado nuestros conocimientos del Imperio otomano. También me he inspirado en las observaciones de los viajeros contemporáneos. Los errores y las manipulaciones son enteramente míos.

Daisy Goodwin me animó a hacer una aproximación detectivesca al Imperio otomano. Yashim tuvo que esperar a vivir sobre el papel hasta que escogí un período histórico, el Estambul de la década de 1830. Christine Edgard, que adaptó La pequeña Dorrit al cine, compartió conmigo su pasión por la moda y las costumbres del siglo XIX. Richard Goodwin leyó el libro por entregas, a lo Dickens, a medida que avanzaba. Como ha filmado varias películas basadas en novelas de Agatha Christie, estaba en la mejor posición para aconsejarme tanto en los giros de la trama como en los diálogos. Jocasta Innes, una inveterada lectora de thrillers, me ayudó a no caer en potenciales incoherencias. Les estoy agradecido a todos ellos, y a Sarah Wain, Clare Michell y Mary Miers por sus lecturas y comentarios.