Cuando le pareció que Salinas ya había esperado lo suficiente, primero se dio un capricho visitando con calma el museo Metropolitan, que era uno de sus lugares preferidos en Nueva York. No le importaban ni los turistas ni las hordas de niños; las exposiciones eran su propia recompensa. Cuando terminó, se quedó de pie en los anchos escalones e hizo la llamada.
– Ven al ático -le ordenó Salinas-. ¿Cuándo puedes estar aquí?
– Estoy cerca -dijo el asesino con tranquilidad-, pero hace un día precioso. Bethesda Terrace, en media hora.
Desconectó el teléfono y lo guardó en el bolsillo. Salinas no sólo tendría problemas para tenderle una emboscada en tan poco tiempo, sino que además el Terrace era un lugar público, lleno de turistas y residentes de la ciudad. Por otra parte, era un espacio abierto, por lo que su aproximación no estaría limitada. Desde allí podía desaparecer en la espesura de Central Park, en caso de que Salinas tuviera pensado perseguirlo.
No tenía ni idea de dónde se encontraba Salinas, así que cabía la posibilidad de que le resultase imposible llegar en media hora. Para él, sin embargo, llegar hasta Bethesda Terrace implicaba un agradable paseo. Si Salinas estaba arriba, en el ático, tendría tiempo de sobra para llegar hasta allí. Si estaba por la ciudad… difícilmente. Si se trataba de algo importante volvería a ponerse en contacto con él.
Al asesino le divertía ponérselo difícil a ese cabrón, incluso en menudencias como ésa. El placer estaba donde cada uno lo encontraba, sin embargo, así que siguió tanto su instinto para ir sobre seguro como su inclinación a desestabilizar la cadena de Salinas.
Caminó por el parque, deteniéndose para comprar un helado de cucurucho. Aunque conocía el parque bastante bien, compró un mapa y dedicó algunos minutos a estudiarlo porque le gustaba saber cuáles eran exactamente sus opciones si se veía en la necesidad de tener una. Se quedó con el mapa en la mano, sabiendo que Salinas se daría cuenta y llegaría a la conclusión de que el asesino no vivía allí y que, por lo tanto, no estaba familiarizado con el parque. La conclusión sería correcta a medias, porque en realidad él no vivía en ningún lado; se quedaba en varios lugares durante diferentes periodos de tiempo, y en ese preciso momento resultaba que ese lugar estaba unos pisos por debajo de Salinas.
Encontró un lugar desde el que no lo podrían ver y observó. Si veía algo que pareciese sospechoso, podría suspender el encuentro. Sabía que Salinas no iría solo; un hombre como él no se podía permitir ir a ningún lado sin un gorila. Pero al asesino no le preocupaban los matones; era a los que podían estar escondidos a quienes buscaba.
Finalmente vio a Salinas, sólo un par de minutos atrasado y con tres hombres detrás de él. El asesino estudió los alrededores, pero no vio nada sospechoso: conocía de vista a muchos de los hombres de Salinas, así que no tuvo que fiarse sólo del comportamiento para juzgar si era o no seguro acercarse. Nadie parecía estar merodeando sin razón alguna, nadie parecía intentar ocultarse. Finalmente dejó su propio escondite y continuó su paseo, todavía comiendo el helado.
Salinas miraba su reloj con irritación cuando alzó la vista y vio al asesino.
– Llegas tarde -gruñó mientras hacía un gesto a sus hombres para que se alejaran.
– Había mucha cola en el puesto de helados -dijo perezosamente el asesino-. ¿Qué pasa?
Salinas miró alrededor, después sacó un viejo transistor de su bolsillo y lo encendió. El volumen estaba alto, tan alto que si Salinas no se hubiera acercado el asesino no lo habría oído.
– Drea me robó dos millones de pavos hace cuatro días y puso pies en polvorosa. Quiero que la encuentres y que soluciones el tema. Definitivamente.
Un hilillo de helado derretido se deslizó por el cucurucho. El asesino lo lamió, disimulando su sorpresa.
– ¿Estás seguro? No parecía lo suficientemente lista; aunque supongo que eso sería la prueba, ¿no?
– Estoy seguro. -Salinas esbozó una lúgubre sonrisa-. Y, sí, en la lista de estupideces que tenía que hacer, robarme estaba justo arriba de todo.
Capítulo 10
Nunca le toques las narices a una mujer inteligente. Teniendo en cuenta cómo se habían desarrollado los acontecimientos, no hacía falta ser un genio para darse cuenta de lo que había ocurrido. Drea estaba más que enfadada con Salinas por haberla entregado; estaba furiosa. Esto no era un simple mensaje de «ahí te quedas», sino un gesto de «¡ahí te quedas y chúpate ésa, cabrón!». Y, según el lenguaje de los gestos, eso era una llamada de atención.
Divertido, dio otro lametón al helado. Tenía más ganas de aplaudirle que de ir en su busca y captura. Aun así, un trabajo era un trabajo.
– ¿Cuál es tu mejor oferta? -dijo arrastrando las palabras-. ¿Según tú, cuánto vale? -No podía decidir si aceptaba el trabajo hasta que supiera cuánto dinero había sobre la mesa.
Salinas miró a su alrededor y subió todavía más el volumen de la radio. La gente le dirigía miradas de fastidio, aunque a él le importaba una mierda.
– La misma cantidad que ella robó.
Dos millones, ¿no? Definitivamente, eso daba una perspectiva diferente a la situación. Tendría que pensárselo, aunque no quería que entre tanto Salinas buscase a otro que se hiciera cargo de la situación. Si no aceptaba el trabajo, su demora como mínimo daría a Drea más oportunidades de salirse con la suya, y eso le produjo cierta satisfacción. No tenían por qué caerle bien sus clientes, pero por Salinas sentía verdadero desprecio.
– La mitad por adelantado -dijo el asesino-. Te haré saber dónde debes depositarlo. -Acto seguido, tiró el resto del cucurucho de helado en una papelera cercana y se fue paseando relajadamente, aunque sus ojos no dejaban de escrutar los alrededores. Localizó a alguien que casi con toda seguridad era un poli, demasiado trajeado para ese lugar, que se había detenido a atarse un zapato mientras mantenía la cabeza ligeramente vuelta en dirección a Salinas. Debía de ser el sabueso de Salinas, apresurándose a llegar hasta él.
Al asesino no le preocupaba demasiado. Su reunión con Salinas había durado menos de un minuto, no lo suficiente para que un sabueso se colocara en posición e hiciese alguna foto. Cuando el sabueso llegó, la reunión ya se había terminado y él ya se estaba yendo. Cruzó el puente Bow y a continuación el puente Ramble, hecho de pesados bloques de madera, que le proporcionó una agradable protección. Aunque el día era caluroso y húmedo, con una temperatura que rozaba los treinta grados, allí, en la densa sombra, el aire era más fresco y podía sentir en la piel una leve pero agradable brisa.
Evitó deliberadamente pensar en la oferta. Ya tendría tiempo más que suficiente para hacerlo más tarde, cuando estuviera seguro de que no lo seguían. Por la fuerza de la costumbre, esta vez se centró intensamente en su derecha, atento a toda la gente que estaba a su alrededor, a si alguien se le aproximaba por la espalda, a cuáles serían sus siempre cambiantes vías de escape. Prestar atención a los detalles lo había mantenido con vida hasta entonces, así que no veía ninguna razón para cambiar sus hábitos. Gracias a ello, fue capaz de reconocer a un segundo sabueso prácticamente al instante; éste llevaba tejanos y zapatillas deportivas, así que no era el poli que había estado siguiendo a Salinas.
El asesino analizó la situación con serenidad. El hecho de que este nuevo sabueso llevase ropa deportiva no significaba que no fuera un poli. Sólo significaba que estaba mejor preparado. El FBI no tenía más razón para seguirlo que su reunión con Salinas; era posible que estuviesen investigando a todos sus contactos. O tal vez el sabueso fuera uno de los gorilas de Salinas, que lo seguía sabía Dios por qué. Tal vez Salinas estaba enfadado porque había tenido que caminar hasta el parque y creía necesario un correctivo en forma de paliza -aunque, en ese caso, habría mandado a más de un hombre-. Tal vez simplemente quería saber dónde vivía el asesino, amparándose en la teoría de que nunca se tenía demasiada información.