– Dos millones -le dijo con un tono tranquilo-. El dinero no era el problema.
¡Dos millones! Sintió cómo se quedaba sin aire. Rafael le había ofrecido la misma cantidad que ella había robado y tenía que saber que no sería capaz de recuperar el dinero debido al lío de leyes y regulaciones bancarias y fiscales, lo que quería decir que sus pérdidas ascenderían a cuatro millones. Miró al hombre que tenía sentado enfrente y se preguntó por qué no había aceptado el trabajo de inmediato.
– Entonces, ¿cuál era el problema exactamente?
Él se puso de pie suspirando mientras retiraba la silla hacia atrás. Puso una mano sobre la mesa y deslizó la otra bajo el pelo de ella para acariciarle la nuca, se inclinó y le cubrió los labios con los suyos. Ella se quedó en blanco y paralizada sin soltar sus propios codos; él le inclinó la cabeza hacia atrás mientras le agarraba el pelo, le tomaba la boca, se la abría, y se la moldeaba con la presión de sus labios. La exploró con su lengua y ella, medio entumecida, la aceptó y le dio la bienvenida tocándola indecisa con la suya.
La soltó y volvió a sentarse. Andie miraba fijamente a la mesa, inmóvil. En el silencio se podía oír el tic tac del reloj, el zumbido de la nevera, el débil eco de la máquina de hielo al soltar los cubitos recién hechos en la cubitera. Era irónico, pero ella, que rara vez se había sentido tan perdida en lo relativo a manipular a un hombre o en qué decir en cualquier situación para sacar provecho, estaba totalmente perdida. No tenía ni idea de qué decir y dudaba que a este hombre lo hubiesen manipulado alguna vez en toda su vida. Permaneció sentada en silencio, desesperada, y se negó a mirarlo.
– Supongo que estabas equivocada con lo de «nada» -le dijo él con un tono repentinamente malhumorado.
Capítulo 27
En otro momento se habría quedado de piedra ante aquella admisión a regañadientes sobre algún tipo de sentimiento hacia ella, pero lo único que podía pensar era: ¿Por qué ahora? ¿Por qué había aparecido ahora, cuando ya había tomado sus decisiones y había establecido sus objetivos? Ni sus decisiones ni sus objetivos incluían a un hombre en su vida, sobre todo a este hombre, y de hecho no sabía si le estaba ofreciendo algo así. Simplemente había hecho una declaración, en más de un sentido. En su vida no había sitio para una mujer, al menos no de manera permanente, y si ella volvía a encontrar algún día tiempo y espacio para una relación, no se conformaría con algo que no fuese permanente.
Llevaba meses sin estar con un hombre y le gustaba la soledad, el sentimiento de independencia que iba recuperando poco a poco. No era la novia, la chica florero ni la compañera de nadie. Ella sólo era de ella misma. La época en la que se hubiera ido sin dudarlo con Simon -tenía que acostumbrarse a ese nombre- ya era agua pasada. Entre entonces y ahora había una muerte y una resurrección de por medio, y saber que mientras ella seguía siendo la misma persona sencilla que era antes, su actitud había cambiado. La felicidad y la seguridad que ansiaba estaban en sí misma, no era algo que él ni nadie más le pudiese dar.
De repente supo que él había estado allí cuando se había muerto, y al darse cuenta levantó bruscamente la cabeza para mirarlo. Recordaba haberlo visto, él, que normalmente tenía una expresión pasiva, por una vez parecía desamparado y desolado por… ¿qué? Algo que ella no llegaba a comprender. Había dicho algo, pero el recuerdo de lo que había dicho se perdió en el recuerdo mayor de aquella luz pura y blanca y después ya no era importante. Lo que era importante era que él sabía lo que le había ocurrido. Sabía que había muerto. Se había llevado sus cosas y la había dejado allí… Entonces, ¿por qué había vuelto? Después de lo que había visto, ¿por qué había considerado siquiera la posibilidad de que pudiese haber sobrevivido?
– Me morí -dijo rotundamente.
Él levantó las cejas un poquito, como si estuviese medianamente sorprendido por el repentino cambio de tema.
– Lo sé.
– Entonces, ¿qué te hizo comprobarlo? A la mayoría de la gente que se muere, la entierran y ya está. Nunca deberías haber sabido que sobreviví.
– Tenía mis razones.
Razones que no le iba a decir, eso quedaba suficientemente claro. Agitada, se echó el pelo hacia atrás con las manos y tiró de él, como si la presión sobre su cuero cabelludo fuese a ordenarle las ideas. Él tenía los ojos ligeramente entrecerrados, lo cual le indicaba que quería que dejase el tema, que lo olvidase sin más, pero ella no podía.
– Sabías que estaba muerta. No te equivocaste. Tú no cometes ese tipo de errores. ¿Y no sientes ni un poco de curiosidad por saber cómo es que estoy aquí sentada ahora mismo? Sé que yo sí tengo mucha curiosidad por saber por qué estás aquí si no es para matarme, porque no me trago que de repente sea importante para ti. Una vez es suficiente, ¿recuerdas?
– Yo no tengo relaciones -respondió él con voz completamente serena-. En ese contexto, una vez fue suficiente. Eso no significa que no me sintiese atraído. Estuve empalmado cuatro horas, ¿lo recuerdas?
Claro que lo recordaba, todos y cada uno de los detalles, cada sensación, tan intensa y detalladamente que era como volver a aquel momento. Empezó a sentir calor en la cara.
– Fue sólo sexo. No tiene nada que ver con esto de lo que estoy hablando,
– Normalmente no -asintió él mientras le ofrecía una de aquellas casi sonrisitas que, en cualquier otra persona, habría sido una enorme carcajada.
Su rostro se calentó aún más. Exasperada porque intentaba averiguar algo y él la estaba distrayendo con el sexo, golpeó la mesa con la palma de la mano, lo cual produjo un ruido similar a un pequeño tiro.
– No te vayas por las ramas. ¿Por qué volviste a buscarme? ¿Qué te hizo hacerlo?
– Busqué en los periódicos por Internet para ver si te habían identificado. En lugar de eso, averigüé que habías sobrevivido.
– ¿Qué cambiaría si me hubiesen identificado o no?
– Lo hice por curiosidad.
Decididamente, era una respuesta poco satisfactoria si hubiese esperado oír algo enternecedor. Debería recordar que nunca, nunca actuaba al mismo nivel que la mayoría de los humanos.
– Pero no se lo dijiste a Rafael.
– ¿Por qué iba a hacerlo? Tú sobreviviste y él no sabía nada, así que lo dejé tal y como estaba.
– ¿Por qué te molestaste en seguirme? Pagaste las facturas del hospital, eso ya fue bastante para ti. ¿Por qué no seguiste alegremente tu camino y me dejaste a mí seguir con mi vida?
Le lanzó la pregunta, decidida a obtener una respuesta aunque tuviese que sacársela a golpes, aunque apostaba que eso sería algo digno de ver si lo intentaba.
– Hice una comprobación casual para asegurarme de que estabas bien. Si no me hubieses visto esta noche ahora no estaría aquí sentado, pero me viste y tenía que decirte que no tienes ninguna razón para escapar.
– ¿Y qué te importaba si estaba bien o no? Estoy bien, tengo… tenía un trabajo y tengo dinero. Podrías haberlo comprobado una vez y olvidarte del tema.
Ella era la que tenía que olvidarse del tema en lugar de seguir atormentándose con él, pero no podía. En la superficie sus respuestas eran satisfactorias, pero ella tenía la incómoda sensación de que había muchas cosas más detrás de lo que había estado haciendo. No era una persona cualquiera; era un hombre que sólo respondía ante sí mismo, que vivía fuera de la ley y que no estaba sujeto a los sentimientos humanos habituales. Quizá la razón de que la estuviese vigilando fuese exactamente la razón que le había dado, pero quizá había otra razón, una que ella temería.
No respondió de inmediato. En lugar de eso la observó en medio de un desconcertante silencio, con los ojos entrecerrados. Luego la miró a los ojos y ella casi dio un salto por lo nerviosa que le puso la intensidad de su mirada.