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—Nuestros hijos —dijo— recordarán...

Eso fue lo útimo que supo que había dicho. Pero su última palabra sobre la Tierra fue murmurada en un dialecto de Tahití. Cayó pesadamente contra la base de una maceta, se acurrucó como un niño durmiendo y murió con una sonrisa.

—No sé quién era —murmuró Jeanne para sí misma, el arma todavía en su mano, los ojos abiertos y ciegos—. Me siguió, trató de violarme. Estaba loco... No sé cómo se llama, no lo conozco... No sé... Trató de violarme, estaba loco... Ni siquiera sé cómo se llama.

Esa parte, por lo menos, era verdad.