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– Entonces, te sentías muy unida a él -dijo Deborah.

– Quería que viviera eternamente, conmigo. No me importaba que fuera mayor. ¿Qué importaba eso? No éramos dos cuerpos follando en una cama. Éramos dos almas que se habían encontrado y querían estar juntas, pasara lo que pasara. Y así habría sido si él no hubiera… no hubiera… -Cynthia volvió a apoyar la cabeza en el reposabrazos y se echó a llorar de nuevo-. Yo también quiero morir.

Deborah se acercó a ella. Le acarició la cabeza y dijo:

– Lo siento mucho. Perderle y luego no tener a su bebé… Debes de estar muy triste.

– Estoy destrozada -dijo entre sollozos.

China se quedó donde estaba, a cierta distancia. Cruzó los brazos como para protegerse de la avalancha de emociones de Cynthia.

– Seguramente ahora no te ayudará saberlo -dijo-, pero lo superarás. Llegará un día que incluso te sentirás mejor. En el futuro, te sentirás totalmente distinta.

– No quiero.

– No. Nunca queremos. Amamos como locas y nos parece que si perdemos ese amor, nos marchitaremos y moriremos, lo cual sería una bendición. Pero ningún hombre merece que muramos por él, sea quien sea. Y, de todos modos, las cosas no suceden así en el mundo real. Seguimos adelante. Al final lo superamos. Y, entonces, volvemos a sentirnos completas.

– ¡Yo no quiero sentirme completa!

– Ahora no -dijo Deborah-. Ahora quieres llorarle. La fuerza de tu dolor marca la fuerza de tu amor. Y dejar atrás ese dolor cuando llegue el momento será una forma de honrar ese amor.

– ¿De verdad? -La voz de la chica era la de una niña, y parecía tan vulnerable que Deborah se descubrió queriendo lanzarse a protegerla. De repente, comprendió perfectamente cómo debió de sentirse el padre de la chica cuando supo que Guy Brouard se había acostado con ella.

– Es lo que creo -dijo Deborah.

Dejaron a Cynthia Moullin con aquel último pensamiento, acurrucada debajo de la manta, con la cabeza apoyada en un brazo a modo de almohada. Llorar la había dejado exhausta, pero tranquila. Ahora dormiría, les dijo. Tal vez sería capaz de soñar con Guy.

Fuera, en el sendero lleno de conchas donde estaba el coche, al principio China y Deborah no dijeron nada. Se detuvieron y contemplaron el jardín. Parecía como si un gigante descuidado lo hubiera pisoteado, y China afirmó cansinamente:

– Qué horror.

Deborah la miró. Sabía que su amiga no se refería al destrozo de los ornamentos crujientes que habían decorado el césped y los parterres.

– Sembramos nuestras vidas de minas -comentó.

– Más bien de bombas nucleares, diría yo. Tenía como setenta años. Y ella tiene… ¿Cuántos? ¿Diecisiete? Tendría que ser abuso de menores, por el amor de Dios. Pero no, claro, tuvo mucho cuidado, ¿no? -Se pasó la mano por el pelo corto con un gesto duro, brusco y muy similar al que hacía su hermano-. Los hombres son unos cerdos -dijo-. Si hay alguno que sea decente por ahí, te aseguro que estaría encantada de conocerle algún día. Sólo para estrecharle la mano. Sólo para decirle: “Encantadísima, joder”. Todo ese rollo de “Eres la definitiva” y “Te quiero”. ¿Por qué cono las mujeres nos lo seguimos creyendo? -Miró a Deborah y, antes de que ésta pudiera responder, siguió hablando-: Bah, olvídalo. Da igual. Siempre se me olvida. A ti los hombres no te han pisoteado.

– China…

China hizo un gesto con la mano para disculparse.

– Lo siento. Lo siento. No tendría que… Es sólo que verla a ella… Escuchar eso… Da igual. -Se dirigió deprisa al coche.

Deborah la siguió.

– A todos nos toca sufrir y tenemos que superarlo. Es lo que pasa, es como una consecuencia de estar vivos.

– No tiene por qué ser así. -China abrió la puerta y se dejó caer dentro del coche-. Las mujeres no tenemos que ser tan estúpidas.

– Nos preparan para creer en los cuentos de hadas -dijo Deborah-. ¿Un hombre atormentado salvado por el amor de una mujer buena? Lo mamamos desde la cuna.

– Pero en esta situación no teníamos a un hombre atormentado precisamente -señaló China con un gesto hacia la casa-. ¿Por qué se enamoraría de él? Ah, claro, era encantador. No estaba mal. Se mantenía en forma, así que no parecía que tuviera setenta años. Pero convencerla para… para la primera vez… Lo mires por donde lo mires, podría ser su abuelo; su bisabuelo, incluso.

– En cualquier caso, parece que le quería.

– Apuesto a que su cuenta bancaria tuvo algo que ver. Una casa bonita, una finca bonita, un coche bonito, lo que sea. La promesa de ser la señora de la casa. Vacaciones fabulosas por todo el mundo con sólo pedirlo. Toda la ropa que quieras. ¿Te gustan los diamantes? Son tuyos. ¿Cincuenta mil pares de zapatos? Podemos arreglarlo. ¿Quieres un Ferrari? Ningún problema. Apuesto a que eso hizo que Guy Brouard le pareciera mucho más sexy. Mira este lugar. Mira de dónde viene. Era una chica fácil. Cualquier chica que viniera de un lugar así sería fácil. Claro, las mujeres siempre se han sentido atraídas por el hombre atormentado. Pero promételes una fortuna y sentirán una atracción de la hostia.

Mientras Deborah escuchaba todo esto, el corazón le latía suave y deprisa en la garganta.

– ¿De verdad crees eso, China? -le preguntó.

– Claro que lo creo. Y los hombres lo saben. Enseña la pasta y mira qué ocurre. Vendrán como moscas. Para la mayoría de las mujeres, el dinero importa más que si el hombre puede tenerse en pie. Si respira y está forrado, no hay más que hablar. ¿Dónde hay que firmar? Pero primero lo llamamos amor. Diremos que somos la mar de felices cuando estamos con él. Afirmaremos que cuando estamos juntos, los pájaros cantan y la tierra tiembla y las estaciones pasan. Pero quita eso y todo se reduce al dinero. Podemos querer a un hombre con mal aliento, una sola pierna, sin polla, siempre que pueda mantenernos como nos gustaría.

Deborah no pudo responder. Las declaraciones de China podían aplicarse a ella en demasiados sentidos, no sólo en lo referente a su relación con Tommy, que había empezado muy poco después de que, tras un desengaño amoroso, abandonara Londres por California años atrás, sino también a su matrimonio, que se produjo dieciocho meses después de que se acabara su romance con Tommy. A primera vista, parecía un retrato fiel de lo que China había descrito: la fortuna considerable de Tommy estaba disfrazada de un atractivo inicial; la riqueza mucho menor de Simón aún servía para permitirle las libertades que la mayoría de las mujeres de su edad nunca tenían. El hecho de que nada de eso fuera lo que parecía… Que el dinero y la seguridad que ofrecía se asemejaran a veces a una red tejida para tenerla atrapada… No ser una mujer independiente… No tener nada con que contribuir a nada… ¿Cómo podía decirse que eso importaba comparado con la gran fortuna de haber tenido en su día un amante adinerado y ahora un marido que podía mantenerla?

Deborah se tragó todo aquello. Sabía que su vida tan sólo era responsabilidad suya. Y sabía que China conocía muy poco su vida.

– Sí. Bueno. Lo que para una mujer es el amor verdadero para otra es una fuente de ingresos. Volvamos a la ciudad. Simón ya habrá hablado con la policía.

Capítulo 24

Una de las ventajas de ser amigo íntimo del comisario en funciones del Departamento de Investigación Criminal era tener acceso inmediato a él. Saint James sólo tuvo que esperar un momento antes de oír la voz de Tommy al otro lado del hilo telefónico diciéndole:

– Debs consiguió que fueras a Guernsey, ¿eh? Ya me lo imaginaba.

– En realidad no quería que fuera -contestó Saint James-. Logré convencerla de que jugar a la señorita Marple en Saint Peter Port no le convenía a nadie.

Lynley se rio.