La isla estaba desierta en esta época del año. Los turistas llenarían la maraña de carreteras hacia finales de primavera y en verano, para dirigirse a las playas, los senderos de los acantilados o los puertos, explorar las iglesias, castillos y fuertes de Guernsey. Pasearían, nadarían, navegarían e irían en bici. Atestarían las calles y abarrotarían los hoteles. Pero en diciembre, tres tipos de personas ocupaban la isla del canaclass="underline" los propios isleños atados al lugar por costumbre, tradición y amor; los exiliados fiscales resueltos a ocultar la mayor cantidad de su dinero posible a sus respectivos gobiernos; y los banqueros que trabajaban en Saint Peter Port y volaban a su casa en Inglaterra los fines de semana.
Fue a Saint Peter Port adonde se dirigieron los Saint James y Cherokee River. Era la ciudad más grande y donde se hallaba la sede del gobierno de la isla. También era donde se encontraba la comisaría central de la policía y donde el abogado de China River tenía su despacho.
Cherokee estuvo muy locuaz durante la mayor parte del viaje. Cambiaba de un tema a otro como si le aterrorizara lo que pudiera implicar el silencio entre ellos, y Saint James se preguntó si el torrente constante de conversación estaba diseñado para evitar que se plantearan la futilidad de la misión que habían emprendido. Si habían detenido y acusado a China River, habría pruebas para juzgarla por el crimen. Si esas pruebas no eran circunstanciales, Saint James sabía que poco o nada podría hacer para interpretarlas de modo distinto al de los expertos de la policía.
Pero mientras Cherokee continuaba su monólogo, empezó a parecer menos un acto para distraerles de sacar conclusiones sobre su objetivo y más una forma de vincularse a ellos. Saint James desempeñó el papel de observador, la tercera rueda de una bicicleta que avanzaba a trompicones hacia lo desconocido. Le pareció un viaje sumamente incómodo.
Cherokee habló casi todo el tiempo sobre su hermana. Chine -como la llamaba él- por fin había aprendido a hacer surf. ¿Lo sabía Debs? Su novio, Matt -¿llegó Debs a conocer a Matt? Seguro que sí, ¿no?-, bueno, por fin logró que se metiera en el mar… Vaya, que se adentrara lo suficiente, porque siempre le aterró encontrarse con un tiburón. Él le enseñó lo básico e hizo que practicara, y el día que por fin se puso de pie… Por fin entendió en qué consiste, lo entendió mentalmente. El zen del surf. Cherokee siempre quería que bajara a hacer surf a Huntington con él… en febrero o marzo, cuando las olas eran una pasada; pero no fue nunca porque para ella ir al condado de Orange significaba ir a ver a mamá, y Chine y mamá… Tenían una relación conflictiva. Eran demasiado distintas. Mamá siempre hacía algo mal. Como la última vez que Chine fue a pasar un fin de semana, haría más de dos años seguramente; armó un escándalo porque mamá no tenía vasos limpios. No es que Chine no pudiera lavar ella misma un vaso, pero mamá tendría que haberlos fregado antes porque fregar los vasos antes significaba algo, como “Te quiero” o “Bienvenida” o “Quiero que estés aquí”. En cualquier caso, Cherokee siempre intentaba mantenerse al margen cuando discutían. Las dos eran, ya sabéis, muy buena gente, mamá y Chine. Sólo que eran muy distintas. Sin embargo, siempre que Chine iba al cañón -Debs sabía que Cherokee vivía en el cañón, ¿verdad? ¿En Modjeska? ¿En el interior? ¿En esa cabana con los troncos delante?-, bueno, el caso era que cuando Chine iba a verle, Cherokee ponía vasos limpios por todas partes, en serie. No es que tuviera demasiados. Pero los que tenía… estaban por todas partes. Chine quería vasos limpios, y Cherokee le daba vasos limpios. Pero era extraño, ¿verdad?, las cosas que hacían explotar a la gente…
Durante todo el camino hasta Guernsey, Deborah escuchó compasivamente las divagaciones de Cherokee. Pasó por el recuerdo, la revelación y la explicación y, al cabo de una hora, Saint James tuvo la impresión de que además de la angustia natural que sentía el hombre por la situación de su hermana, también se sentía culpable. Si no hubiera insistido en que fuera con él, no estaría donde estaba en estos momentos. Era responsable al menos de eso. “A la gente le pasan cosas chungas” fue como lo expresó él, pero estaba claro que esta “cosa chunga” en particular no le habría sucedido a esta persona en concreto si Cherokee no hubiera querido que lo acompañara. Y él había querido que lo acompañara porque necesitaba que lo acompañara, explicó, porque, para empezar, era la única forma que tenía él de poder ir, y él había querido ir porque quería el dinero porque por fin tenía un trabajo en mente que creía poder desempeñar durante veinticinco años o más y necesitaba una entrada para financiarlo. Un pesquero, de eso se trataba, en resumidas cuentas. China River estaba entre rejas porque el capullo de su hermano quería comprar un pesquero.
– Pero tú no sabías lo que iba a pasar -protestó Deborah.
– Ya lo sé. Pero eso no hace que me sienta mejor. Tengo que sacarla de ahí, Debs. -Y ofreciéndoles una sonrisa seria a ella y luego a Saint James, añadió-: Gracias por ayudarme. No voy a poder pagároslo nunca.
Saint James quería decirle al hombre que su hermana todavía no estaba fuera de la cárcel y que había muchas posibilidades de que aunque se estableciera una fianza y la pagara, su libertad, llegados a ese punto, tan sólo se aplazaría temporalmente. Así que simplemente dijo:
– Haremos lo que podamos.
A lo que Cherokee respondió:
– Gracias. Sois los mejores.
A lo que Deborah dijo:
– Somos tus amigos, Cherokee.
En ese momento al hombre pareció embargarle la emoción, que cruzó su rostro un instante. Sólo logró asentir con la cabeza e hizo ese extraño gesto con el puño cerrado que los estadounidenses tendían a utilizar para indicar de todo, desde gratitud a conformidad política.
O quizá ahora lo utilizaba para otra cosa.
Saint James no podía apartar ese pensamiento de su cabeza. Y tampoco había sido realmente capaz de hacerlo desde el momento en que había mirado a la tribuna de espectadores de la sala número tres y había visto a su mujer y al americano allí arriba: hombro con hombro, Deborah murmurando algo a Cherokee, que la escuchaba con la cabeza agachada. Algo no iba bien en el mundo. Saint James lo creía a un nivel que no podía explicar. Así que la sensación de un tiempo fuera de quicio hizo que le resultara difícil ratificar la declaración de amistad de su mujer hacia el otro hombre. No dijo nada y, cuando Deborah le miró como preguntando por qué, él no le ofreció ninguna respuesta con la mirada. Aquello, lo sabía, no mejoraría las cosas entre ellos. Deborah seguía molesta con él por la conversación en Old Bailey.
Cuando llegaron a la ciudad, se hospedaron en Ann's Place, un antiguo edificio gubernamental que habían reconvertido en hotel hacía tiempo. Allí se separaron: Cherokee y Deborah fueron a la cárcel donde esperaban poder hablar con China en la sección de presos preventivos, y Saint James se dirigió a la comisaría de policía, donde quería localizar al inspector encargado de la investigación.
Seguía estando incómodo. Sabía muy bien que no debería estar allí, inmiscuyéndose en una investigación policial donde no sería bien recibido. Al menos en Inglaterra, había casos que podía mencionar si llamaba a un cuerpo policial para solicitar información. “¿Recuerdan el secuestro de Bowen?”, podía decir prácticamente en toda Inglaterra… “¿Y ese estrangulamiento en Cambridge el año pasado?” Si le daban la oportunidad de explicar quién era y buscar puntos en común con la policía, Saint James había descubierto que, por lo general, los policías del Reino Unido estaban dispuestos a compartir la información que tuvieran mientras no se vieran afectados por sus intentos de averiguar algo más. Pero aquí las cosas eran distintas, por lo que lograr la colaboración de la policía, o en su defecto conseguir que aprobaran a regañadientes que hablara con las personas relacionadas con el crimen, no dependería de refrescarles la memoria acerca de los casos en los que había trabajado o los juicios penales en los que había participado. Eso le situaba en un lugar en el que no quería estar, puesto que tendría que confiar en su habilidad menos desarrollada para ganarse el acceso a la comunidad de investigadores: la capacidad de conectar con otra persona.