– Entonces, entre que bajó a la bahía y volvió, Duffy pudo aclarar el termo.
– Pudo, sí. Pero si fue él quien mató a Brouard, o tuvo a su mujer de cómplice o lo hizo con su conocimiento, sea lo uno o lo otro, estaríamos ante la mejor embustera que he conocido en mi vida. Dice que él estaba arriba y que ella estaba en la cocina cuando Brouard fue a nadar. Dice que él, Duffy, no salió de casa hasta que bajó a la bahía a buscar a Brouard. Y yo la creo.
Saint James miró entonces el teléfono y pensó en la llamada que Le Gallez había realizado y en sus alusiones al registro que estaba en marcha.
– Entonces, si no está buscando cómo lo drogaron aquella mañana, si ya ha decidido que la droga estaba en el termo, debe de estar buscando el recipiente que contuvo el opiáceo hasta que lo utilizaron, algo donde guardarlo para llevarlo a la finca.
– Si lo echaron en el té -dijo Le Gallez-, y no se me ocurre otra posibilidad, indica que se trata de una forma líquida, o de algún polvo soluble.
– Lo que a su vez indica una botella, un frasco, algún tipo de recipiente… con huellas, cabría esperar.
– Que podría estar en cualquier parte -reconoció el inspector en jefe Le Gallez.
Saint James percibió la dificultad en la que se encontraba el inspector: no sólo tenía que registrar una propiedad enorme, sino que ahora también tenía un gran número de sospechosos, puesto que la noche antes de la muerte de Guy Brouard, Le Reposoir estaba abarrotada de invitados a la fiesta, y cualquiera de ellos pudo ir a la celebración con un asesinato en mente. Porque pese a la presencia de un cabello de China River en el cuerpo de Guy Brouard, pese a la imagen de un acechador madrugador vestido con la capa de China River y pese al anillo con la calavera y los huesos cruzados perdido en la playa -un anillo comprado por la misma China River-, el opiáceo que había ingerido Guy Brouard contaba a gritos una historia que ahora Le Gallez se vería obligado a escuchar.
Pero no le gustaría demasiado el aprieto en el que se veía: hasta el momento, sus pruebas sugerían que China River era la asesina, pero la presencia del narcótico en la sangre de Brouard demostraba una premeditación que entraba en conflicto directo con el hecho de que la chica hubiera conocido a Brouard a su llegada a la isla.
– Si lo hizo China River -dijo Saint James-, tendría que haber traído el narcótico con ella desde Estados Unidos, ¿no? No podía esperar encontrarlo aquí en Guernsey. No sabía cómo era el lugar: cómo era de grande la ciudad, dónde pillar la droga. Y aunque tuviera la esperanza de comprar la sustancia aquí y la consiguiera preguntando por Saint Peter Port hasta encontrarla, aún queda una pregunta pendiente, ¿no? ¿Por qué lo hizo?
– Entre sus pertenencias no hay nada que pudiera utilizar para transportar la droga -dijo Le Gallez como si Saint James no acabara de plantear un tema sumamente convincente-. Ni botellas, ni tarros, ni frascos. Nada. Eso sugiere que lo tiró. Si lo encontramos, cuando lo encontremos, habrá resto, o huellas, aunque sólo sea una. Nadie contempla todas las posibilidades cuando mata. Todos creen que sí. Pero matar no sale de forma natural a menos que seas un psicópata, así que cuando cometes el asesinato, te desequilibras y te olvidas. Un detalle. En algún lugar.
– Pero estamos de nuevo en el porqué -argumentó Saint James-. China River no tiene ningún móvil. No gana nada con su muerte.
– Yo me encargo de encontrar el recipiente con sus huellas. Lo demás no es problema mío -replicó Le Gallez.
Aquella observación reflejaba lo peor del trabajo policiaclass="underline" esa predisposición deplorable de los investigadores a culpar a alguien primero e interpretar los hechos después para que encajaran. Cierto, la policía de Guernsey tenía una capa, un cabello en el cadáver e informes de testigos oculares que afirmaban haber visto a alguien siguiendo a Guy Brouard hacia la bahía. Y ahora tenían un anillo comprado por su principal sospechosa y hallado en la escena del crimen. Pero también tenían un elemento que debería fastidiarles el caso. Que el informe toxicológico no lo hubiera desbaratado explicaba por qué había inocentes en la cárcel y por qué la confianza de los ciudadanos en la justicia se había transformado en cinismo hacía ya mucho tiempo.
– Inspector Le Gallez -comenzó a decir Saint James con cuidado-, por un lado tenemos a un multimillonario que muere y a una sospechosa que no gana nada con su muerte. Por el otro, tenemos a varias personas en su vida que podían albergar expectativas en cuanto a la herencia. Tenemos a un hijo privado de un legado mayor, una pequeña fortuna para dos adolescentes no emparentados con el fallecido y a una serie de personas cuyos sueños se han truncado y que, al parecer, estaban relacionadas con los planes que tenía Brouard para construir un museo. Me parece a mí que nos salen los móviles de asesinato de debajo de las piedras. Obviarlos en favor de…
– Brouard estuvo en California. La conocería allí. El móvil viene de esa época.
– Pero ha comprobado los movimientos de los demás, ¿verdad?
– Ninguno fue a…
– No me refiero a que fueran a California -dijo Saint James-, sino a la mañana del asesinato. ¿Ha comprobado dónde estaban esas personas: Adrián Brouard, la gente relacionada con el museo, los adolescentes, los familiares de los adolescentes impacientes por cobrar, otros socios de Brouard, su amante, los hijos de ésta?
Le Gallez permaneció callado, lo cual fue respuesta suficiente.
Saint James siguió insistiendo.
– China River estaba en la casa, cierto. También es cierto que pudo conocer a Brouard en California, lo que está por ver. Tal vez su hermano le conoció y los presentó. Pero, aparte de esa conexión, que puede que ni siquiera exista, ¿se comporta China River como una asesina? ¿Se ha comportado alguna vez como una asesina? No intentó huir de la escena. Se marchó con su hermano esa mañana, como tenía previsto, y no se molestó en ocultar su rastro. No ganaba absolutamente nada con la muerte de Brouard. Carecía de motivos para querer que muriera.
– Que nosotros sepamos -añadió Le Gallez.
– Que nosotros sepamos -reconoció Saint James-. Pero acusarla a ella basándose en pruebas que cualquiera pudo dejar… Al menos tiene usted que ver que el abogado de China River va a desmontarle el caso.
– No lo creo -dijo simplemente Le Gallez-. Sé por experiencia, señor Saint James, que cuando el rio suena, agua lleva.
Capítulo 15
Paul Fielder normalmente se levantaba con su despertador, una lata vieja y rota a la que daba cuerda religiosamente todas las noches y programaba con cuidado, siempre consciente de que alguno de sus hermanos menores podía haberlo toqueteado en algún momento del día. Pero la mañana siguiente fue el teléfono lo que le despertó, seguido del sonido de unos pies subiendo las escaleras. Reconoció los pasos fuertes y cerró los ojos con fuerza por si Billy entraba en el cuarto. Por qué su hermano estaba levantado tan temprano era un misterio para Paul, a menos que no se hubiera acostado la noche pasada. No sería extraño. A veces Billy se quedaba viendo la tele hasta que no había nada más por ver y luego se quedaba sentado en el salón fumando, poniendo discos en el viejo equipo de música de sus padres. Los ponía muy alto, pero nadie le decía que bajara el volumen para que el resto de la familia pudiera dormir. Los días en que alguien le decía algo a Billy que pudiera hacerle explotar hacía tiempo que habían pasado.
La puerta de su cuarto se abrió de golpe, y Paul mantuvo los ojos bien cerrados. En la pequeña habitación situada enfrente de su cama, su hermano menor gritó sobresaltado y, por un momento, Paul sintió el vergonzoso alivio de quien cree que va a eludir la tortura en favor de otra víctima. Pero sólo resultó ser un grito de sorpresa por el ruido repentino, porque inmediatamente después de que la puerta se abriera bruscamente, Paul notó una palmada en el hombro.