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Louvel hizo las presentaciones. Apretó la mano de Badji y después la mía.

– ¡Hola, Liéna! -gritó Lucie desde su pequeño cubículo.

La investigadora se inclinó y vio a la joven al otro lado de la puerta.

– ¿Estás ahí? ¡Hola, pequeña! ¡Podrías venir a darme un beso como mínimo!

– Lo siento. No tengo tiempo…

Liéna Rey meneó la cabeza.

– ¡Sois imposibles de verdad, vosotros dos! -dijo, mientras volvía a sentarse junto a Damien-. ¡Nunca tenéis tiempo para nada!

Sonriente, con una mirada amable, su aspecto era una mezcla de aspecto jipi y de científica apasionada. Con sus pequeñas gafas doradas, sus mejillas coloradas, una corta cabellera oscura y sus gestos vivos, parecía una profesora de matemáticas de los años setenta.

– Bueno, será mejor que tengas una buena razón para molestarme a estas horas, amigo. Tengo dos marmotas que se levantan al amanecer, y trabajo en el laboratorio hasta hartarme.

– Liéna, créeme cuando te digo que no te he molestado para nada. ¿Quieres una copa?

– No, quiero que me digas por qué he venido a tu casa en mitad de la noche, un día laborable.

– Está bien. Entonces, dinos todo lo que sepas de las EMT.

– ¿De las qué?

Empezábamos mal.

– De las estimulaciones magnéticas transcraneanas.

– ¡Ah! Te refieres a las TMS. Lo siento, estoy acostumbrada a la versión inglesa: Transcranial Magnetic Stimulations -dijo ella con un acento perfecto.

Louvel puso los ojos en blanco.

– ¡Sí, vale! Las TMS, si quieres. Háblanos de ellas.

– ¿Qué quieres saber?

– Todo.

– Ah… Nada más que eso. ¡Como siempre! Bueno, entonces tomaré una copa; me parece que la noche va a ser larga.

Louvel sonrió y nos sirvió algo que beber.

– Bien, para resumir -empezó la investigadora en un tono académico-, el principio de la TMS es inducir, mediante la acción de un electroimán, un campo magnético local que cruce el cráneo y que modifique la actividad eléctrica de la corteza cerebral, que, en general, tiene dos o tres centímetros de profundidad.

– Sí. Eso es lo que Lucie nos ha dicho, pero confieso que me cuesta creerlo. ¡Es alucinante!

Liéna se encogió de hombros.

– ¡No, en absoluto! La TMS es una herramienta de investigación muy utilizada en nuestros días en el campo de la neurociencia cognitiva, desde hace dos décadas. A menudo, la utilizo en mis investigaciones sobre neurolingüística.

– ¿Ah, sí? ¿Revuelves en el cerebro de la gente?

– Sí, bueno… Son voluntarios, eh, y te aseguro…

Observé la discreta reacción de Badji y Louvel. La palabra «voluntario» tenía para nosotros tres un sentido muy particular que la investigadora no podía entender.

– Pero bueno, todavía estamos en los primeros pasos para utilizar y comprender esa técnica, pues los avances van poco a poco debido a los serios problemas éticos que plantean; sin embargo, es una técnica verdaderamente prometedora.

– ¿Y para qué sirve?

– Para muchas cosas. Numerosos investigadores han empezado a utilizar la TMS para estudiar la percepción, la atención, el lenguaje, la conciencia… Además, se han descubierto muchas aplicaciones en materia de tratamiento de disfunciones motoras, y también de la epilepsia, depresión, problemas de ansiedad y esquizofrenia…

Noté de nuevo la mirada de Louvel. Los vínculos directos con mi historia iban apareciendo ante nosotros lentamente.

– A grandes rasgos -continuó Liéna Rey-, ya que lo queréis saber todo, os diré que el cráneo es un muy buen aislante eléctrico y es casi imposible modificar la actividad eléctrica del cerebro aplicando un campo eléctrico. Por el contrario, con un campo magnético, sí funciona. La técnica de la TMS se basa en el principio de inducción electromagnético, descubierto por Faraday a inicios del siglo XIX.

– ¿Tan antiguo es? -dijo asombrado Damien.

– Sí, él fue el primero que probó que una corriente eléctrica, pasada a través de una bobina, podía inducir una corriente en una bobina vecina. De hecho, la corriente de la primera bobina produce un campo magnético, que provoca entonces la llegada de corriente a la segunda. ¿Lo entiendes?

– Por ahora, sí.

– Pues ya está, ése es el principio de inducción. En el caso de las TMS, la membrana de las neuronas reemplaza la segunda bobina, y el campo eléctrico de la bobina que se coloca justo encima del cráneo del sujeto provoca, pues, una actividad neuronal. La idea principal es que el aparato de TMS produce una corriente elevada en un período de tiempo muy corto; un impulso, en suma, que crea un campo magnético. Si éste cambia rápidamente, el campo magnético inducirá un campo eléctrico suficiente para estimular localmente las neuronas, es decir, para cambiar el potencial eléctrico de sus membranas celulares.

– ¡Es horrible! ¿Se mete electricidad en el cerebro de la gente?

– Un campo electromagnético, sí. Pero ten en cuenta que es una técnica no invasiva e indolora, que no tiene más que una relación lejana con el electrochoque, todavía utilizado en la actualidad. Sólo produce un chasquido debido a la corriente eléctrica que pasa por la bobina.

– ¡Encantador! ¿Y cómo se hace eso en la práctica?

– Se coloca una bobina justo encima del cráneo del sujeto. Pero te aseguro que no siente prácticamente nada. La bobina, por lo general, tiene forma de ocho, lo que permite optimizar el campo eléctrico inducido.

– ¿Y eso no fastidia el cerebro?

– ¡No! ¡Qué burro eres! Además, por ahora, el efecto de las TMS es de una duración limitada. No llega hasta mucho tiempo después de la estimulación. Pero si se administran, a lo largo de unos días, varias sesiones de TMS a un sujeto, la actividad eléctrica de su cerebro en la zona que ha sido objeto de las TMS puede modificarse de forma duradera, durante algunas semanas, e incluso algunos meses. Por otro lado, uno de los objetivos de los neurocientíficos es utilizarlas para rehabilitar de forma duradera ciertas funciones cognitivas del cerebro. Lo que les interesa, en especial, es utilizar las TMS para estimular la corteza de manera que envíe órdenes precisas a nuestro propio cuerpo, del mismo modo que suele hacer el cerebro por sí solo.

– ¿Es decir?

– Los TMS son capaces de reproducir las órdenes que nuestro cerebro da a nuestro cuerpo. En la actualidad, por ejemplo, sabemos perfectamente cómo estimular las áreas motrices del cerebro de un sujeto, y el resultado es que sus miembros, sus brazos, por ejemplo, empiezan a moverse solos, sin que lo decida por sí mismo.

– Eso es de locos. ¿Hasta dónde se puede llegar así?

– Es difícil de decir. Vuelvo a repetir que sólo estamos en los inicios de la exploración de los campos de aplicación. Pero algunos investigadores querrían llegar más lejos, en efecto. Ahora, cada vez se utiliza más la TMS repetitiva, que consiste en enviar series de impulsos sucesivas. A una frecuencia alta, la TMS repetitiva permite aumentar la excitabilidad cortical; pero a baja frecuencia, la inhibe: provoca una inactividad temporal, lo que se puede llamar una lesión cerebral virtual. La zona que se ha estimulado se vuelve inactiva temporalmente. Esta inhibición tendría efectos terapéuticos prometedores y empieza, incluso, a utilizarse para tratar diversas afecciones cerebrales. En definitiva, los experimentos actuales tenderían a probar que las TMS se podrían utilizar, incluso, para decuplicar las habilidades cerebrales.

– ¿De veras? ¿Eso es posible?

– Sí, desde luego. Mirad, os voy a poner un ejemplo. Se hizo un experimento bastante célebre sobre el autismo con la TMS. Los autistas sabios, ya sabéis, los que son capaces de hacer cálculos mentales impresionantes…