– ¿Del tipo de Rainman? -preguntó ingenuamente Louvel.
– Sí, exactamente -respondió sonriendo la investigadora-, del tipo de Rainman. Es genial constatar que la cultura científica de un tipo como tú se reduce a las obras maestras del cine americano.
– Vale, ya está bien…
– En fin, ahora se sabe que los autistas sabios no tienen, estrictamente hablando, dones particulares. Al contrario, su capacidad para hacer cálculos complicados resulta del hecho de que una parte de su cerebro presenta disfunciones. Se ha intentado, pues, reproducir el fenómeno en sujetos que no eran autistas. Para resumir, al inhibir con la TMS las regiones anteriores de su cerebro, en la parte frontotemporal, se ha constatado que las capacidades aritméticas de esos voluntarios habían mejorado mucho. Es decir, que un individuo cualquiera a quien se le pone una bobina sobre la cabeza puede convertirse momentáneamente en un genio del cálculo mental.
– ¿Bromeas?
– ¡Claro que no! Es una experiencia muy real, que ha sido reproducida en numerosas ocasiones. Al inhibir una u otra parte del cerebro, la TMS permite bloquear ciertos procesos cognitivos bastante elaborados y tener acceso, de golpe, a informaciones de las que no somos conscientes habitualmente.
– ¡Menuda locura!
– No, es ciencia; pero bueno, la inhibición de regiones del cerebro plantea problemas prácticos, por no hablar de los problemas éticos… En realidad, nadie sabe cuáles podrían ser, a largo plazo, las consecuencias psicológicas de una inhibición duradera de la corteza cerebral.
Adiviné la incomodidad de Damien. La investigadora no se imaginaba, desde luego, que tal vez yo era la prueba viviente de que las consecuencias neurológicas de ese tipo de experimentos eran particularmente pesadas.
Bebí otro trago de whisky y continué escuchando, intentando ocultar mi turbación.
– Hay un investigador en Ontario, el doctor Persinger, que es noticia periódicamente porque no duda en ir más lejos. Ha desarrollado una técnica derivada de la TMS que permite actuar más profundamente en el cerebro, y no sólo en la superficie de la corteza. Preparó un aparato, bautizado Octopus, que consiste en ocho electroimanes, colocados en una especie de casco y dispuestos en torno a la cabeza, y situados perpendicularmente respecto a cada uno de los ocho lóbulos cerebrales.
Una nueva mirada de complicidad de Louvel. La coincidencia de los dos ochos no le había pasado desapercibida tampoco a él.
– Ese Octopus -continuó Liéna- permite generar impulsos magnéticos de campo débil con una estructura compleja que genera una actividad eléctrica en los cuerpos amigdaloides.
– ¿Y eso qué es?
– Es la sede de las emociones en el cerebro humano. El peligro es que la destrucción accidental de esta región podría eliminar toda forma de emoción en el sujeto.
– En efecto…, ah…, ciencia sin conciencia…
– Sí. Nos repetimos esa cantinela todos los días en el laboratorio. En pocas palabras, en el pasado, el propio Persinger había probado que la estimulación magnética prolongada de los lóbulos temporales mejoraba el potencial a largo plazo en el interior del hipotálamo.
– Hum, ¿y eso mismo en cristiano?
– En pocas palabras, eso facilitaba la memorización. Las últimas noticias son que Persinger pretende ir más lejos. Trabaja en la modificación de las facultades cognitivas y en la alteración de los estados de conciencia… Alternando las zonas estimuladas y modificando la forma de las ondas magnéticas, su aparato sería capaz, según él, de inducir en el sujeto un estado de «hiperatención».
– ¡Nada más y nada menos!
– Sí, pero bueno… El tal doctor Persinger es un personaje muy criticado… Sin embargo, no es un charlatán, y créeme, estoy curtida, los reconozco a mil kilómetros. No soy de las que se dejan camelar por tipos que falsifican sus resultados, como el coreano Hwang Woo-suk, con sus publicaciones fraudulentas sobre la clonación terapéutica. No, el trabajo de Persinger, aunque se mueve en terrenos pantanosos en sus aspectos éticos, es serio.
– De acuerdo, y en tu opinión, ¿la TMS podría tener aplicaciones militares?
Liéna Rey se echó a reír.
– ¿Qué pasa?
– ¡Mi pobre amigo! Si supieras las veces que el ejército americano ha venido a proponerme sumas escandalosas para que deje el CNRS y me vaya a trabajar para ellos, no me creerías. Los militares son siempre los primeros en dar la campanada. Y confía en mí, pagan mejor que el ministro de Investigación.
– ¿Y para qué podrían utilizar la TMS?
Ella se encogió de hombros.
– Ah, bueno, ahí entramos un poco en el terreno de la ciencia ficción…
– Adoro la ciencia ficción -lo animó Louvel.
En ese mismo momento, Lucie irrumpió en el salón.
– Me muero de hambre -espetó ella con voz de súplica-. ¿Encargamos unas pizzas?
– Oh sí, por piedad -replicó Badji.
Louvel nos interrogó con la mirada a Liéna y a mí.
– Yo ya he comido -respondió la investigadora-. Tengo niños y una vida normaclass="underline" no como a horas semejantes. Y además, no quiero desanimaros, pero me sorprendería que hubiera una pizzería abierta todavía a esta hora…
– No te preocupes -repuso Lucie-. Conocemos a un pizzero que se acuesta tarde. Damien, ¿pido una especial SpHiNx? -propuso la joven.
El hacker sonrió.
– Sí. ¡Doble de pepperoni y sin champiñones!
Lucie se alejó con aire vivaracho e hizo el pedido por teléfono.
– Bueno -repuso con impaciencia Damien-. Entonces, Liéna, ¿con qué fin podría querer utilizar el ejército las TMS?
– Yo no sé nada de eso…
– Intenta hacer una hipótesis.
– Está bien. Pero te prevengo, estamos hablando en teoría, especulando.
– ¡No tengas miedo y demuestra tu imaginación!
– Bien, pues digamos simplemente que el ejército podría intentar fabricar «supersoldados» modificando el cerebro de los militares.
– ¿Cómo?
– No sé, hay mil aplicaciones posibles. En teoría, podría imaginarse que se divierten estimulando ciertas áreas de Brodman de sus soldados.
– ¿Las áreas de qué? -cortó Damien.
– De Brodman. Korbinian Brodman es un científico que estableció en 1901 una especie de cartografía del cerebro. Dividió el cerebro en varias zonas, a las que se llaman las áreas de Brodman, y que permiten localizar las funciones precisas de cada parte del cerebro.
– De acuerdo. Y entonces, ¿con qué finalidad podría revolver el ejército las áreas de Brodman de sus soldados?
– Una vez más, os recuerdo que estamos hablando en teoría… Hum, no sé, podría pensarse que intentarían mejorar sus agudeza visual, por ejemplo, estimulando las áreas visuales, que son en concreto las áreas de Brodman 17, 18 y 19.
– ¿Eso mejoraría la visión de los soldados?
– Sí. O también sería posible hacer al sujeto insensible al sufrimiento ajeno mediante la inhibición del área 11, lo que daría las riendas a las regiones encargadas de la percepción, y eliminaría así las inhibiciones.
– Ya veo… No hay nada como un guerrero insensible al sufrimiento ajeno, en efecto.
– El problema es que jugar con esas áreas podría también provocar alucinaciones… Pero, ya sabes, hay cientos de escenarios posibles. No me sorprendería, en efecto, que el ejército estuviera particularmente interesado en las futuras aplicaciones de la TMS. A ver, os voy a poner un ejemplo: una estimulación de la corteza motora podría favorecer el desarrollo de la musculatura. ¿Os lo imagináis? Con simples estimulaciones magnéticas, repetidas durante un determinado período, se podrían fabricar soldados hipermusculados. ¡Se acabaron las sesiones de musculación!
– Práctico…