– Pues justamente se trata de eso… No puede haber más gilipolleces. Le has dado la excusa para que se te eche encima. ¿Te das cuenta de que me pones en un compromiso? Como si no tuviera suficientes marrones ahora mismo.
Sonó su móvil y su rostro se descompuso al instante cuando consultó la pantalla de cristal líquido. Descolgó y se alejó:
– Kathia…
Sharko le observaba ir y venir. Su jefe y amigo no parecía estar en su estado normal. Demasiado nervioso, demasiado ajeno al caso. La entrada de Lucie y de Kashmareck en la sala interrumpió sus pensamientos. Martin Leclerc colgó rápidamente, mordiéndose los labios. Los cuatro policías se estrecharon las manos. Intercambio de saludos. Lucie le reservó una pequeña sonrisa al comisario, mientras Kashmareck y Leclerc se apartaban para conversar y tomar un café.
– Egipto no le ha sentado bien -dijo ella discretamente-. Su nariz… ¿Qué le ha pasado?
– Un mosquito gordo, muy gordo. ¿Está contenta de estar entre nosotros?
Lucie miró a su alrededor. Sus ojos chispeaban.
– El corazón de la policía judicial francesa. El lugar por donde pasan los más importantes casos criminales. Hace sólo unos años, no conocía este lugar más que por las novelas leídas a salto de mata entre los informes que tenía que mecanografiar para mis jefes.
– Nanterre está bien, pero el 36…
– El 36… ¡Es mítico!
– Un día me fui del Norte para ir a trabajar al famoso número 36 del Quai des Orfèvres. Imagínate mi orgullo cuando ascendí por primera vez los viejos escalones crujientes, como Maigret. Tuve acceso a los casos más tétricos, los más retorcidos e inquietantes. Era feliz como un niño con zapatos nuevos, aunque había perdido cuanto tenía a mi alrededor: una región, una calidad de vida, las relaciones humanas con mis vecinos, mis amigos… El 36 huele a asesinato y a sudor en unas oficinas cutres a morir, ésa es la verdad.
Lucie suspiró.
– ¿Me da a mí la sensación o tiene un don para arruinar las conversaciones?
En los minutos siguientes se instalaron en una mesa redonda, cada uno con unas hojas de papel y un bolígrafo.
Péresse llegó en el último instante, víctima de los atascos de tráfico parisinos.
Leclerc hizo un rápido resumen: se trataba de exponer los avances y de atar los cabos de la investigación para que todo el mundo dispusiera de la misma información. Para empezar, el jefe de la OCRVP proyectó el film de 1955, la versión íntegra y la de las imágenes ocultas. Una vez más, en los rostros pudo leerse la curiosidad y el asco.
A continuación, Péresse, el comisario de Rouen, tomó la palabra y desveló varias malas noticias. Las investigaciones en hospitales, centros de desintoxicación y prisiones de la región normanda no habían aportado nada acerca de los cuerpos exhumados. Dado que el archivo de desapariciones tampoco había aportado nada, la pista de los inmigrantes clandestinos o de extranjeros en situación irregular en territorio francés era la más probable, hipótesis reforzada por la presencia de un asiático entre el grupo. En aquellos momentos, la policía criminal de Rouen colaboraba con otros servicios de la policía judicial para tratar de investigar las redes de trata de seres humanos. Tal vez se tratara de una pista que no condujera a nada, admitió Péresse, pero a la vista de los escasos indicios con que contaban sus hombres de momento no contemplaba ninguna otra vía de investigación. Confiaba en que el ADN obtenido de los cadáveres y cuyos análisis estarían disponibles aquel mismo día o al día siguiente ofrecería nuevos datos.
Kashmareck fue más locuaz y explicó detalladamente el homicidio de Claude Poignet, así como los salvajes asesinatos de Luc Szpilman y de su novia. Las primeras deducciones inducían a pensar que se trataba de los mismos asesinos y que actuaron en ambos casos la misma noche. Un individuo de unos treinta años, corpulento, con botas militares, y otro individuo completamente invisible. Dos asesinos fríos, organizados, sádicos, de los cuales uno cuenta con conocimientos cinematográficos y el otro de medicina. Unos ejecutores dispuestos a cualquier cosa para hacer desaparecer toda pista relacionada con la bobina.
El comandante de Lille habló a continuación de los avances de los investigadores belgas con relación al pasado de Wlad Szpilman.
– Por lo que respecta al padre, ayer por la tarde logré reunir algunas informaciones muy interesantes. Los investigadores belgas han confirmado que Szpilman obtuvo la bobina en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos, en Bruselas. Y cuando digo obtuvo, me refiero a que la robó: Szpilman tenía tics de cleptómano. En la FIAF han puesto en evidencia un hecho interesante. Hará unos dos años, se presentó un tipo para visionar el film y el conservador de aquella época descubrió que la película, que tenía que estar en su archivo, había desaparecido. Evidentemente, ignoraba que Szpilman se había hecho con él.
– ¿Dos años? ¿Así que los asesinos ya andaban tras la bobina desde entonces?
– Eso parece. Szpilman, voluntaria o involuntariamente, les puso palos en las ruedas.
– ¿Y de dónde procedía el film, exactamente? Antes de llegar a la FIAF, me refiero.
– Formaba parte de un lote de cortometrajes enviados por la Oficina Nacional del Film de Canadá, que se deshizo de parte de sus archivos. Según los viejos ficheros canadienses, el film llegó allí a finales de 1956 a través de una donación anónima.
Sharko se acomodó en su silla.
– Una donación anónima… -repitió-. Acabado de realizar y ya lo meten en un archivo. ¿Y cómo ese individuo que anda tras la bobina pudo estar al corriente de que la habían enviado a la FIAF?
Kashmareck revisaba sus notas. Se humedeció el índice.
– Tengo la información. La mayor parte de los films están referenciados por título y año, además de por todas las informaciones inscritas en la bobina: país de origen, número de película, manufactura. Todo está centralizado y es accesible en la página web de la FIAF. Con el motor de búsqueda se pueden seguir los films que salen de un archivo o llegan a otro. Luego no hay más que filtrar los resultados con los datos de que se dispone -año, manufactura, país de origen- para restringir los campos. Se puede incluso solicitar un aviso de alerta en caso de que un film se desplace. A todas luces es lo que sucedió en este caso…
– ¿Es posible rastrear a los internautas que se conectan al sitio de la FIAF? -preguntó Henebelle.
– Por desgracia, no, las búsquedas no se archivan.
Sharko observaba a Henebelle de reojo, justo a su izquierda. La luz le daba en el rostro de una manera particular, como si se debilitara al contacto de su piel. El policía podía ver su determinación, su concentración, las peligrosas llamas que ardían en el fondo de sus iris azulados. Aquella mirada le era demasiado familiar.
Leclerc tomó buena nota de las investigaciones de Kashmareck y prosiguió:
– ¿Y Wlad Szpilman? ¿Quién era, además de un coleccionista con tendencias cleptómanas?
– Los investigadores belgas han hecho descubrimientos interesantes. Según sus amistades, justamente estos dos últimos años Wlad Szpilman parecía ir tras alguna cosa. Robaba o compraba legalmente todos los films o documentales relacionados con los servicios secretos americanos, ingleses e incluso franceses… La CIA, el MI5, reportajes sobre la guerra fría, la carrera de armamentos y muchos más.
– Estos dos últimos años… -repitió Sharko-. Es curioso, el anónimo confidente canadiense nos explicó, por teléfono, que también él investigaba este asunto desde hacía «dos años». Todo parece haberse iniciado a partir del momento en que el film llegó a manos de Szpilman.
– Fue también entonces cuando Szpilman llevó el film a analizar al centro de neuromarketing -añadió Lucie.
Kashmareck aprobó con una inclinación de cabeza. Sharko miró durante unos instantes la silla vacía frente a él, y luego de nuevo al comandante de Lille, que siguió hablando.