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Al llegar a la caja, sacó dinero de la cartera, con la intención de pasar lo más rápidamente posible. Pero delante tenía a una madre joven con un carrito lleno de pañales, que se demoraba buscando los cupones de descuento. Kel miró la caja de al lado y gimió para sus adentros.

La mujer que había en aquella cola trabajaba en el Delaford. La reconoció de verla varias veces en la recepción. Si no recordaba mal, se llamaba Amanda. La mirada de ella se posó en las cajas que sostenía en la mano y enarcó las cejas divertida.

Kel le dio la espalda y puso las cajas en la cinta transportadora. Logró pasar por el proceso de pagar sin que nadie más lo reconociera, pero Amanda lo esperaba una vez que había recogido su compra.

– ¿Planeas una noche especial? -le preguntó.

– ¿Es asunto tuyo?

– Soy amiga de Darcy -extendió la mano-. Amanda Taylor. No te molestes en presentarte. He oído todo sobre ti.

– ¿Sí? -se la estrechó.

– ¿Te apetece comer algo, quizá charlar un rato?

Kel se encogió de hombros y la siguió a un mostrador de comida situado cerca de la salida. Ella compró dos perritos calientes y le entregó uno antes de sentarse a una mesa pequeña situada en un rincón de la cafetería.

– Gracias -dijo él.

Ella asintió y mordió su perrito.

– Muy bien, Míster Béisbol, ¿qué intenciones tienes con Darcy? Quiero decir, sé que planeáis disfrutar de todo el sexo que sea posible antes de que te marches. Ella me lo contó. Pero aparte del sexo, ¿en qué estás pensando?

– ¿Darcy y tú habláis de mí? -murmuró.

– Somos excelentes amigas. Hablamos de todo.

– ¿Y qué dice de mí? ¿Qué siente sobre lo que está pasando?

Amanda lo miró fijamente.

– ¿Quieres que califique tu rendimiento en el dormitorio?

– ¡No! -exclamó-. Bueno, no a menos que Darcy haya hecho algún comentario. Supongo que no haría daño saberlo -maldijo en voz baja-. No, no quiero saber sobre mi rendimiento. Pero sí me gustaría saber lo que siente por mí.

Amanda apoyó los brazos en la mesa.

– No estoy segura de que deba involucrarme.

– Eh, tú me invitaste a comer -contrarrestó Kel.

– No creo que Darcy sepa lo que quiere. Y tener un sexo devastador y salvaje cada noche no va a ayudarla a descubrirlo. Quizá debieras darle un poco de espacio.

¿Devastador? Se preguntó si serían palabras de Darcy.

– Supongo que podría hacerlo -después de todo, acababa de decidir comprar la propiedad. Eso significaba que su relación no necesariamente iba a acabar en unos días-. Aunque es difícil estar lejos de ella -añadió.

– ¿Y eso?

– Porque realmente disfruto estando con ella. Y no se trata solo del sexo, porque si fuera necesario, podría pasar de eso, al menos durante un tiempo. Me gusta hablar con ella, mirarla, tomarla de la mano.

– No te estarás enamorando, ¿verdad? -preguntó Amanda.

– ¡No! -exclamó. Pero nada más responder, se dio cuenta de que no era del todo verdad-. No sé. Es complicado saberlo, ya que nunca antes me había sentido así. Por lo general… mantengo el control.

Después de lanzarle una mirada cautelosa, Amanda recogió su compra y se puso de pie.

– Quiero que sepas que si le haces daño, te romperé los dos brazos. No personalmente, pero conozco a algunos tipos que lo harían. Así que ve con cuidado.

– Lo haré.

– Alguien tiene que cuidar de ella.

Asintió mientras la observaba salir del local. Quizá algún día él llegara a ser esa persona. Pero si iba a enamorarse, desde luego no sucedería después de pasar unos días con una mujer. Hasta él sabía que hacía falta mucho más.

Cuando llamaron a la puerta de su despacho, Darcy alzó la vista esperando ver a Kel, pero quien entró fue Amanda. Sostenía un trapo mojado que goteaba.

– Pensé que debías ver esto.

Darcy frunció la nariz.

– ¿Qué es?

– Es tu traje de baño. Jerry lo encontró atascado en el filtro de la piscina. ¿Querrías explicar cómo llegó allí?

– Debió de caerse cuando nadaba la noche pasada -comentó con una risita suave-. Cuando nadábamos Kel y yo.

Amanda se sentó en uno de los sillones para invitados, colgando el traje sobre el reposabrazos del otro.

– Entonces, supongo que todo va bien, ¿no?

Darcy respiró hondo.

– Eso depende de cómo definas «bien». El sexo es fabuloso, Kel es el hombre más encantador que he conocido jamás, y desde que llegó no he podido dormir del tirón ni una sola noche. Cuando estamos juntos, me es imposible tener suficiente de él.

– ¿Y qué siente él? -inquirió Amanda.

– Se supone que eso no debe importarme. Decidí embarcarme en esta pequeña aventura con el fin de quitármelo de mi sistema.

– ¿Y cómo te funciona?

Suspiró.

– No puedo dejar de pensar en él -admitió. Abrió un cajón y sacó una caja nueva de chocolates de Dulce Pecado-. Le pedí a Olivia que pasara por la chocolatería cuando ayer estuvo en la ciudad. Prueba los caramelos recubiertos de chocolate. Están para morirse.

– Entonces, si las cosas van bien -continuó Amanda-, ¿por qué estás aquí sentada comiendo dulces?

– Hoy no me ha llamado -explicó Darcy-. Ayer me llamó seis veces y hoy ninguna. Creo que tal vez se ha acabado. Se ha aburrido y está listo para seguir adelante.

– Hoy me encontré con él en la ciudad -indicó Amanda-. Estaba acumulando preservativos, así que estoy convencida de que no se ha acabado.

– ¿Has visto a Kel?

Asintió.

– Hablé con él. Le dije que si te hacía daño, le rompería los dos brazos.

Darcy gimió.

– ¡No! Eso no es parte del trato. No puedo resultar herida porque se supone que no me importa, ¿no lo ves?

– Lo que veo es a dos personas que se esfuerzan tanto por no encariñarse con la otra, que les es imposible ver que tal vez se están enamorando.

– No -afirmó Darcy-. No me lo permitiré. Es así de sencillo.

– ¿Quieres que esto termine?

Darcy se llevó otro caramelo a la boca.

– No. Pero empieza a entorpecernos. No he hecho nada para preparar la visita de mi padre.

Aunque la distracción de tener cerca a Kel era agradable, había logrado olvidar todo lo que era importante para ella. Si algo había aprendido en su vida, era que necesitaba controlarla de ella.

– Quizá deberías contarle lo que realmente sientes.

– Pienso hacerlo. En cuanto llegue, pienso contarle a mi padre…

– No a tu padre. Hablaba de Kel. Y no intentes soltarme eso de que no sabes cómo te sientes -se puso de pie, sacó un puñado de chocolates de la caja y caminó hacia la puerta-. Cielos, hablar tanto de sexo me ha puesto a cien. Creo que voy a tener que convencer a Carlos de que me de un masaje.

Darcy abrió la boca, lista para soltarle una severa advertencia acerca de la confraternización, pero Amanda agitó el dedo y giró en redondo, dejándola con sus propios dilemas sexuales.

Alzó el auricular del teléfono y marcó el número de la habitación de Kel, pero antes de que sonara colgó. Si ése era el fin, entonces quería oírlo directamente de él, cara a cara. Sacó la llave maestra de las habitaciones del hotel del cajón y se puso de pie.

El trato había sido tan sencillo al principio… Sólo había querido probar la fruta prohibida el tiempo suficiente para satisfacer su apetito. Nunca había esperado volverse una adicta, anhelarlo tanto como para no poder controlarse, hacer cualquier cosa por un bocado más de la manzana.

Cerró los ojos y suspiró. Podía ir a su propia suite y tratar de quedarse dormida o podía pasar una noche más con Kel.

– Oh, qué diablos -musitó al salir del despacho.

Saludó a Olivia al cruzar el vestíbulo.

– Ya no estoy disponible.

Al llegar a la puerta de Kel, no se molestó en llamar. Metió la tarjeta en la cerradura, abrió y entró. Estaba tendido en el sofá viendo la televisión, vestido sólo con unos pantalones de chándal.