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—¿Me quieres, Riik?

—El casco te contestará a eso mejor de lo que yo pueda hacerlo.

—Está bien. Está bien.

Ella sonrió con nerviosismo. Después, con un cuidado exagerado, ella levantó el casco, lo colocó en su lugar, lo ajustó, se llevó hacia atrás un dorado rizo suelto por debajo del borde del casco. Él asintió con un gesto y se colocó el suyo.

—¿Preparada? —preguntó.

—Preparada.

—Ahora…

Apretó el conmutador. Sus mentes fluyeron la una en dirección de la otra.

Entonces…

¡Unicidad!

Mi mente está llena con las fantasías de otros hombres: robots, androides, naves estelares, computadoras gigantes, globos de energía depredadora, mesías falsos, mesías verdaderos, visitantes de mundos distantes, máquinas del tiempo, ahuyentadores de gravedad. Apriétame los botones y te ofrezco parábolas de las obras de Hartzell o de Marcus, apropiadas gemas filosóficas extraídas de las manifestaciones editoriales coleccionadas de David Coughlin, o conceptos obtenidos de mis propias meditaciones sobre De Soto. Soy como una masa andante de imaginación de segunda mano. Soy la personificación en carne y hueso del Salón de la Fama de la Ciencia Ficción.

—¡Al fin! —gritó con aire triunfal el profesor Kholgoltz—. ¡La máquina está terminada! ¡Ya se ha instalado el último solenoide! Ahora, poder de alimentación, Hagley. ¡Poder de alimentación! ¡Ahora tendremos la Respuesta que hemos buscado durante tantos años!

Hizo gestos hacia su ayudante, quien gradualmente fue dando vida palpitante a la gran computadora. Un brillo sutil, apenas perceptible, llenó el aire de energía: el flujo de neutrinos que ya habían predicho las ecuaciones maestras. En el anfiteatro situado junto al laboratorio, diez mil personas permanecían sentadas, tensamente heladas. Por todo el mundo, otros muchos millones de personas, unidas vía satélite, esperaban con una intensidad similar. El profesor hizo un gesto de asentimiento. Otro gesto y Hagley, con un ademán de grandeza, introdujo la cinta de preguntas —programada bajo la supervisión de un cuerpo de filósofos especialistas en distintas materias—, en el estómago abierto de la ranura de absorción.

—El significado de la vida —murmuró Kholgoltz—. La solución del último enigma. Dentro de un instante estará en nuestras manos.

Un zumbido amenazador surgió de las profundidades de la poderosa máquina del pensamiento. Y entonces…

Mi pesadilla recurrente: un haz de densa luz esmeralda penetra en mi dormitorio y me eleva con una fuerza irresistible de la cama. Floto a través de la ventana y permanezco en suspensión muy por encima de la ciudad. Una zona de oscuridad me traga y me encuentro transportado a una especie de vestíbulo-pasillo infinito, como un túnel con paredes de ónice. Estoy solo. Espero y no sucede nada. Después de un tiempo interminable empiezo a caminar hacia adelante, manteniéndome cerca del lado izquierdo del vestíbulo. Me doy cuenta ahora de que seres cuya parte superior tiene forma de cono, con ojos como saleros de color naranja y cuerpos elásticos, están pasando junto a mí, por la derecha, sin prestarme atención alguna. Camino durante días. Finalmente, el largo pasillo se divide: me encuentro ante nueve túneles idénticos. Dejándome dirigir por el azar, elijo el que está más a mi izquierda. Es exactamente igual que el anterior, excepto que los seres que se mueven hacia mí ahora son animadas estrellas de mar de color púrpura, de piel sinuosa, dotadas de muchos tentáculos, con un globo de fuego blanco pálido brillando en su núcleo. Vuelven a transcurrir días. No siento hambre, ni fatiga; simplemente, continúo caminando. El túnel se divide, una vez más. Me encuentro ante diecisiete opciones. Elijo la situada más a mi derecha. No se produce cambio alguno en la textura del túnel —suave como siempre, liso, brillante, con una inexplicable radiación interior—, pero ahora los seres que pasan junto a mí son esféricos, translúcidos, cosas paramecioides llenas con órganos lechosos y brumosos. Y continúo así hasta la siguiente bifurcación. Y continúo. Y continúo. Una desviación tras otra, una elección tras otra, no siendo nada lo mismo, no siendo nada nunca diferente. Continúo andando. Y sigo. Sigo. Sigo. Camino eternamente. No abandono nunca el túnel.

En cualquier caso, ¿cuál es el propósito de la vida? Si alguien nos puso aquí alguna vez, ¿quién fue, y por qué? ¿Acaso el cosmos no es más que un simple y gigantesco accidente? ¿O hubo una Causa Primera, consciente y determinada? ¿Qué hay del libre albedrío? ¿Disponemos de alguno, o nos limitamos a actuar de acuerdo con los dictados de algún programa inimaginable e inalterable que fue esparcido en la fábrica de la realidad hace miles de millones de años?

Grandes y resonantes preguntas. La clase de preguntas que se hace un adolescente cuando empieza a luchar por primera vez con la naturaleza del universo. ¿Qué estoy haciendo a mi edad, meditando tristemente sobre estas cosas? ¿A quién quiero engañar?

Éste es el lugar. He llegado al centro del universo, donde se encuentran todos los vértices, donde todo está tranquilo, la zona sin tormentas. Me desplazo serenamente, moviéndome en una órbita poco profunda. Ésta es la paz última. Éste es el borde de la unión con el Todo. En mi tranquilidad, experimento una visión del alborotado y tempestuoso universo que me rodea. En cada cuadrante hay guerras, disputas, conspiraciones, asesinatos, accidentes aéreos, pérdidas friccionales, soles que se apagan, transferencias de energía, planetas que chocan, una multitud de intercambios entrópicos. Pero aquí, todo está perfectamente tranquilo.

Aquí es donde deseo estar. ¡Sí! Si pudiera permanecer aquí para siempre…

Sin embargo, ¿cómo? No hay manera. Ya siento el tirón de fuerzas inexorables, y sólo acabo de llegar. No hay paz que dure para siempre. Constantemente pasamos junto a ese milagroso centro, hacia una zona de turbulencia u otra, impulsados siempre hacia la periferia, impulsados, impulsados, desamparados. Me siento apartado del lugar de paz. Giro frenéticamente. El ego centrífugo me mantiene agitándome. ¡Déjame regresar! ¡Déjame ir! ¡Déjame perderme en ese lugar, en el corazón de las galaxias desplomadas!

No morir nunca. Eso forma parte de la atracción. Vivir en miles de civilizaciones aún por venir; ver cómo se despliegan los milenios futuros; participar emocionadamente en la evolución última de la humanidad. ¿Cómo conseguir todo eso, excepto a través de estos libros y revistas? Eso es lo que me proporcionan: vida eterna, y una perspectiva cósmica. En cualquier caso, eso es lo que me dan de una página a la otra.

La señal acelera a través del cuenco oscuro de la noche, recogida una y otra vez por las estaciones repetidoras de ultraondas, que la pasan a estados más elevados de energía. Mil temblorosos nudos láser fueron convertidos en vapor para acelerar el mensaje hacia el centro de comunicaciones galáctico de Manipool VI, donde el emperador esperaba noticias de la revuelta. A través de las informaciones llegadas al final, la historia se agitó: ¡mundos en llamas! ¡Millones de muertos! ¡Pisoteados los talismanes del imperio!

—No nos queda otra elección —dijo el emperador con tranquilidad—. Destruyan inmediatamente todo el sistema de Rigel.

El problema que surge cuando se trata de considerar la ciencia ficción como literatura para adultos, es que se encuentra doblemente apartada de nuestras preocupaciones «reales». La corriente principal de nuestra ficción ordinaria, con sus Faulkner, Dostoievsky y Hemingway, es, por definición, material inventado… el primer apartamiento. Pero eso, al menos, deriva directamente de la experiencia, de la contemplación del mundo empírico de los fenómenos cotidianos tangibles. Y así, mientras que somos capaces de aceptar Los poseídos, por ejemplo, como algo abstracto, como un objeto verbal, como una construcción de nombres, verbos, adjetivos y adverbios, y mientras podemos aceptarlo puramente como una historia, como una agregación de incidentes y conversaciones y pasajes de exposición que describen a individuos y acontecimientos inventados, también podemos hacer uso de ello como una guía para ciertos aspectos de la sensibilidad rusa del siglo XIX y como una clave para comprender el pensamiento radical pre-revolucionario. O sea, se trata de la naturaleza de un artefacto histórico, de un legado de su propia era, con valores extraliterarios reales e identificables. Como quiera que estimula a la gente actual a moverse en el seno de una situación humana perteneciente a un mundo real, plausible y comprensible, podemos obtener información de la obra de Dostoievsky; una información que, concebiblemente, podría ayudarnos a comprender nuestras propias vidas.