– ¿No me reconoce, mi mayor?
– Sí… no…, por el momento…, de momento…
– Recuérdese…
– ¡Aj… uuUU! -bostezó Farfán apeándose del mostrador donde estaba alargado, como de una bestia de trote, todo molido. -Miguel Cara de Ángel, para servir a usted.
El mayor se cuadró.
– Perdóneme, vea que no le había reconocido; es verdad, usted es el que anda siempre con el Señor Presidente.
– ¡Muy bien! No extrañe, mayor, que me haya permitido despertarle así, bruscamente…
– No tenga cuidado.
– Pero usted tendrá que volver al cuartel y por otra parte yo necesitaba hablarle a solas y ahora cabe la casualidad que la dueña de este… cuento, de esta cantina, no está. Ayer le he buscado como aguja toda la tarde, en el cuartel, en su casa… Lo que le voy a decir no debe usted repetirlo a nadie.
– Palabra de caballero…
El favorito estrechó con gusto la mano del mayor y con los ojos puestos en la puerta, le dijo muy quedito:
– Tengo por qué saber que existe orden de acabar con usted. Se han dado instrucciones al Hospital Militar para que le den un calmante definitivo en la primera borrachera que se ponga de hacer cama. La meretriz que usted frecuenta en El Dulce Encanto informó al Señor Presidente de sus farfanadas revolucionarias.
Farfán, a quien las palabras del favorito habían clavado en el suelo, alzó las manos empuñadas.
– ¡Ah, la bandida!
Y tras el ademán de golpear, dobló la cabeza anonadado.
– ¿Qué hago yo, Dios mío?
– Por de pronto, no emborracharse; así conjura el peligro inmediato, y no…
– Si eso es lo que estoy pensando, pero no voy a poder, va a ser difícil. ¿Qué me iba a decir?
– Le iba a decir, además, que no comiera en el cuartel. -No tengo cómo pagar a usted.
– Con el silencio…
– Naturalmente, pero eso no es bastante; en fin, ya habrá ocasión y, desde luego, cuente usted siempre con este hombre que le debe la vida.
– Bueno es también que le aconseje como amigo que busque la manera de halagar al Señor Presidente.
– Sí, ¿verdá?
– Nada le cuesta.
Ambos agregaron con el pensamiento «cometer un delito», por ejemplo, medio el más eficaz para captarse la buena voluntad del mandatario o «ultrajar públicamente a las personas indefensas» o «hacer sentir la superioridad de la fuerza sobre la opinión del país» o «enriquecerse a costillas de la Nación» o…
El delito de sangre era ideal; la supresión de un prójimo constituía la adhesión más completa del ciudadano al Señor Presidente.
Dos meses de cárcel, para cubrir las apariencias, y derechito después a un puesto público de los de confianza, lo que sólo se dispensaba a servidores con proceso pendiente, por la comodidad de devolverlos a la cárcel conforme a la ley, si no se portaban bien.
Nada le cuesta.
– Es usted bondadosísimo…
– No, mayor, no debe agradecerme nada; mi propósito de salvar a usted está ofrecido a Dios por la salud de una enferma que tengo muy, muy grave. Vaya su vida por la de ella.
– Su esposa, quizás…
La palabra más dulce de El Cantar de los Cantares flotó un instante, adorable bordado, entre árboles que daban querubines y flores de azahar.
Al marcharse el mayor, Cara de Ángel se tocó para saber si era el mismo que a tantos había empujado hacia la muerte, el que ahora, ante el azul infrangible de la mañana, empujaba a un hombre hacia la vida.
XXVI Torbellino
Cerró la puerta -el cebolludo mayor se alejaba como un globo de caqui- y fue de puntillas hasta la trastienda oscura. Creía soñar. Entre la realidad y el sueño la diferencia es puramente mecánica. Dormido, despierto, ¿cómo estaba allí? En la penumbra sentía que la tierra iba caminando… El reloj y las moscas acompañaban, a Camilla casi moribunda. El reloj regaba el arrocito de su pulsación para señalar el camino y no perderse de regreso, cuando ella hubiese dejado de existir. Las moscas corrían por las paredes limpiándose las alitas del frío de la muerte. Otras volaban sin descanso, rápidas y sonoras. Sin hacer ruido se detuvo junto a la cama. La enferma seguía delirando…
… Juego de sueño…, charcas de aceite alcanforado…, astros de diálogo lento…, invisible, salobre y desnudo contacto del vacío…, doble bisagra de las manos…, lo inútil de las manos en las manos…, en el jabón de reuter…, en el jardín del libro de lectura…, en el lugar del tigre…, en el allá grande de los pericos…, en la jaula de Dios…
… En la jaula de Dios, la misa del gallo, de un gallo con una gota de luna en la cresta de gallo…, picotea la hostia…, se enciende y se apaga, se enciende y se apaga, se enciende y se apaga… Es misa cantada… No es un gallo; es un relámpago de celuloide en la boca de un botellón rodeado de soldaditos… Relámpagos de la pastelería de la «Rosa Blanca», por santa Rosa… Espuma de cerveza del gallo por el gallito… Por el gallito…
¡La pondremos de cadáver
matatero, tero, lá!
¡Ese oficio no le gusta
matatero, tero, lá!
… Se oye un tambor donde no están sonánnnnndose los mocos, traza palotes en la escuela del viento, es un tambor… ¡Alto, que no es un tambor; es una puerta la que están sonando con el pañuelo del golpe y la mano de un tocador de bronce! Como taladros penetran los toquidos a perforar todos los lados del silencio intestinal de la casa… Tan… tan… tan… Tambor de la casa… Cada casa tiene su puertambor para llamar a la gente que la vive y que cuando está cerrada es como si la viviera muerta… n tan de la casa… puerta… n tan de la casa… el agua de la pila se torna toda ojos cuando oye sonar el puertambor y decir a las criadas con tonadita: «¡A-y tocan!», y repellarse las paredes de los ecos que van repitiendo: «¡A-y tocan, vayana-brirrr!» «¡A-y tocan, vayana-brirrr!», y la ceniza se inquieta, sin poder hacer nada frente al gato, su centinela de vista, con un escalofrío blando tras la cárcel de las parrillas, y se alarman las rosas, víctimas inocentes de intransigencia de las espinas, y los espejos, absortos médiums que por el alma de los muebles muertos dicen con voz muy viva: «¡A-y tocan, vayanabrir!»
… La casa entera quiere salir en un temblor de cuerpo como cuando tiembla, a ver quién está toca que toca que toca el puertambor: las cacerolas caracoleando, los floreros con paso de lana, las palanganas, ¡palangán! ¡palangán!, los platos con tos de china, las tazas, los cubiertos regados como una risa de plata alemana, las botellas vacías precedidas de la botella condecorada de lágrimas de sebo que sirve y no sirve de candelero en el último cuarto, los libros de oraciones, los ramos benditos que cuando tocan creen defender la casa contra la tempestad, las tijeras, las caracolas, los retratos, el pelo viejo, las aceiteras, las cajas de cartón; los fósforos, los clavos…
… Sólo sus tíos fingen dormir entre las despiertas cosas inanimadas, en las islas de sus camas matrimoniales, bajo la armadura de sus colchas hediendo a bolo alimenticio. En balde de silencios amplios saca bocados el puertambor. «¡Siguen tocando!», murmura la esposa de uno de sus tíos, la más cara de máscara. «¡Sí, pero con cuidado quién abre!», le contesta su marido en la oscuridad. «¿Quihoras serán? ¡Ay, hombre, y yo tan bien dormida que estaba!… ¡Siguen tocando!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Qué van a decir en las vecindades!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Sólo por eso habría que salir-abrir, por nosotros, por lo que van a decir de nosotros, figúrate!… ¡Siguen tocando!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Es un abuso, ¿dónde se ha visto?, una desconsideración, una grosería!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!»…