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Camila supo el fallecimiento de su padre muchos días después. Una voz desconocida le dio la noticia por teléfono.

– Su padre murió al leer en el periódico que el Presidente de la República había sido padrino de su boda…

– ¡No es verdad! -gritó ella…

– ¿Que no es verdad? -se le rieron en las narices.

– ¡No es verdad, no fue padri!… ¡Aló! ¡Aló! -Ya habían cortado la comunicación; bajaron el interruptor poco a poquito, como el que se va a escondidas-. ¡Aló! ¡Aló!… ¡Aló!…

Se dejó caer en un sillón de mimbre. No sentía nada. Un rato después levantó el plano de la estancia tal y como estaba ahora, que no era como estaba antes; antes tenía otro color, otra atmósfera. ¡Muerto! ¡Muerto! ¡Muerto! Trenzó las manos para romper algo y rompió a reír con las mandíbulas trabadas y el llanto detenido en los ojos verdes.

Una carreta de agua pasó por la calle; lagrimeaba el grifo y los botes de metal reían.

XXXVII El baile de Tohil

– Los señores, ¿qué toman?…

– Cerveza…

– Para mí, no; para mí, whisky… -y para mí, coñac…

– Entonces son…

– Una cerveza…

– Un whisky y un coñac…

– ¡Y unas boquitas!

– Entonces son una cerveza, un whisky, un coñá y unas bocas…

– ¡Y a mí…go que me coma el chuco! -se oyó la voz de Cara de

Ángel, que volvía abrochándose la bragueta con cierta prisa.

– ¿Qué va a tomar?

– Cualquier cosa; tráeme una chibola…

– ¡Ah! Pues… entonces son una cerveza, un whisky, un coñá y una chibola.

Cara de Ángel trajo una silla y vino a sentarse al lado de un hombre de dos metros de alto, con ademanes y gestos de negro, a pesar de ser blanco, la espalda como línea férrea, una yunta de yunques que parecían manos, y una cicatriz entre las cejas rubias.

– Déjeme lugar, Míster Gengis -dijo aquél-, que voy a poner mi silla junto a la de usted.

– Con «pleto» gusto, señor…

– Y sólo bebo y me largo, porque el patrón me está esperando.

– ¡Ah! -siguió Míster Gengis-, ya que usted va a ver al Señor Presidente, precisa dejar de ser muy baboso y decirle que no están nada ciertas, pero nada ciertas, las cosas que ái andan diciendo de usted.

– Eso se cae de su peso -observó otro de los cuatro, el que había pedido coñac.

– ¡Y a mí me lo dice usted! -intervino Cara de Ángel, dirigiéndose a Míster Gengis.

– ¡Y a cualquiera! -exclamó el gringo somatando las manos abiertas sobre la mesa de mármol-. ¡Por supuesto! Mi estar aquí esta noche aquélla y oír de mis oídos al Auditor que decía de usted ser enemigo de la reelección y con el difunto general Canales, amigo de la revolución.

Cara de Ángel disimulaba mal la inquietud que sentía. Ir a ver al Presidente en aquellas circunstancias era temerario.

El criado se acercó a servir. Lucía gabacha blanca y en la gabacha bordada con cadenita roja la palabra «Gambrinus».

– Son un whisky…, una cerveza…

Míster Gengis se pasó el whisky sin parpadear, de tesón, como el que apura un purgante; luego sacó la pipa y la llenó de tabaco.

– Sí, amigo, el rato menos pensado lleg-a-a oídos del patrón esas cosas y ya tuvo usted para no divertirse mucho. Debe aprovechar ahora y decirle claro lo que es y lo que no es; vaya una ocasión con más pelo que un elote.

– Recibido el consejo, Míster Gengis, y hasta la vista; voy a buscar un carruaje para llegar más rápido; muchas gracias ¿eh?, y hasta luego todo el mundo.

Míster Gengis encendió la pipa.

– ¿Cuántos whiskys lleva, Míster Gengis? -dijo uno de los que estaban en la mesa.

– ¡Di-e-ci-ocho! -contestó el gringo, la pipa en la boca, un ojo entrecerrado y el otro azul, azul, abierto sobre la llamita amarilla del fósforo.

– ¡Qué razón tiene usted! ¡El whisky es una gran cosa! -A saber Dios, mí no sabría decirlo; eso pregúntelo usted a los que no beben como mí bebe, por pura desesperación…

– ¡No diga eso, Míster Gengis!

– ¡Cómo que no diga eso, si eso es lo que siente! En mi país todo el mundo dice lo que siente. Completamente.

– Una gran cualidad…

– ¡Oh no, a mí me gustó más aquí con ustedes: decir lo que no se siente con tal que sea muy bunito!

– Entonces allá, con ustedes, no se conocen los cuentos…

– ¡Oh, no, absolutamente; todo lo que estar cuento ya está la Biblia divinamente!

– ¿Otro whisky, Míster Gengis?

– ¡Ya lo creo que sí me lo voy a beber el otro whisky!

– ¡Bravo, así me gusta, es usted de los que mueren en su ley!

– Comment?

– Dice mi amigo que usted es de los que mueren…

– Sí, ya entiende de los que mueren en su ley, no; mí ser de los que viven en su ley; mí ser más vivo; morir no importa, y si puede, que me muero en la ley de Dios.

– ¡Lo que es este Míster Gengis quisiera ver llover whisky!

– No, no, ¿por qué?… entonces ya no se venderían los paraguas para paraguas, sino para embudos -y añadió, después de una pausa que llenaban el humo de su pipa y su respirar algodonoso, mientras los otros reían-. ¡Buen-o muchacho este Cara de Ángel; pero si no hace lo que yo le diga, no va a tener perdón nunca y se va a ir mucho a la droga!

Un grupo de hombres silenciosos entró en la cantina de sopapo; eran muchos y la puerta no alcanzaba para todos al mismo tiempo. Los más quedaron en pie a un lado de la puerta, entre las mesas, junto al mostrador. Iban de pasada, no valía la pena de sentarse. «¡Silencio!», dijo un medio bajito, medio viejo, medio calvo, medio sano, medio loco, medio ronco, medio sucio, extendiendo un cartelón impreso que otros dos le ayudaron a pegar con cera negra en uno de los espejos de la cantina.

«CIUDADANOS»

Pronunciar el nombre del Señor Presidente de la República, es alumbrar con las antorchas de la paz los sagrados intereses de la Nación que bajo su sabio mando ha conquistado y sigue conquistando los inapreciables beneficios del Progreso en todos los órdenes y del Orden en todos los progresos!!!! Como ciudadanos libres, conscientes de la obligación en que estamos de velar por nuestros destinos, que son los destinos de la Patria, y como hombres de bien, enemigos de la Anarquía, ¡¡¡proclamamos!!! que la salud de la República está en la REELECCIÓN DE NUESTRO EGREGIO MANDATARIO Y NADA MÁS QUE EN SU REELECCIÓN! ¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando a la cabeza de ella se encuentra el Estadista más completo de nuestros tiempos, aquel a quien la Historia saludará Grande entre los Grandes, Sabio entre los Sabios, Liberal, Pensador y Demócrata??? ¡El sólo imaginar a otro que no sea El en tan alta magistratura es atentatorio contra los Destinos de la Nación, que son nuestros destinos, y quien tal osara, que no habrá quién, debería ser excluido por loco peligroso, y de no estar loco, juzgado por traidor a la Patria conforme a nuestras leyes!!! CONCIUDADANOS, LAS URNAS OS ESPERAN! VOTAD! POR! NUESTRO! CANDIDATO! QUE! SERÁ! REELEGIDO! POR! EL! PUEBLO!

La lectura del cartelón despertó el entusiasmo de cuantos se encontraban en la cantina; hubo vivas, aplausos, gritos, y a pedido de todos habló un desguachipado de melena negra y ojos talcosos.

– ¡Patriotas, mi pensamiento es de Poeta, de ciudadano mi lengua patria! Poeta quiere decir el que inventó el cielo; os hablo, pues, en inventor de esa tan inútil, bella cosa que se llama el cielo. ¡Oíd mi desgonzada jerigonza!… Cuando aquel alemán que no comprendieron en Alemania, no Goethe, no Kant, no Schopenhauer, trató del Superlativo del Hombre, fue presintiendo, sentidamente, que de Padre Cosmos y Madre Naturaleza iba a nacer en el corazón de América el primer hombre superior que haya jamás existido. Hablo, señores, de ese romaneador de auroras que la Patria llama Benemérito, Jefe del Partido y Protector de la Juventud Estudiosa; hablo, señores, del Señor Presidente Constitucional de la República, como, sin duda, vosotros todos habéis comprendido, por ser él el Prohombre de «Nitche», el Superúnico… ¡Lo digo y lo repito desde lo alto de esta tribu!… -y al decir así dio con el envés de la mano en el mostrador de la cantina-… Y de ahí, compatriotas, que sin ser de esos que han hecho de la política el ganapán ni de aquellos que dicen haber inventado el perejil chino por haberse aprendido de memoria las hazañas de chilperico; creo desinteresada-íntegra-honradamente que mientras no exista entre nosotros otro ciudadano hipersuperhombre, superciudadano, sólo estando locos o ciegos, ciegos o locos de atar, podríamos permitir que se pasaran las riendas del gobierno de las manos del auriga-super-único que ahora y siempre guiará el carro de nuestra adorada Patria, a las manos de otro ciudadano, de un ciudadano cualquiera, de un ciudadano, conciudadanos, que aun suponiéndole todos los merecimientos de la tierra, no pasaría de ser hombre. La Democracia acabó con los emperadores y los Reyes en la vieja y fatigada Europa, mas, preciso reconocer es, y lo reconocemos, que trasplantada a América sufre el injerto cuasi divino del Superhombre y da contextura a una nueva forma de gobierno: la Superdemocracia. Y a propósito, señores, voy a tener el gusto de recitar…