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Puede que estas mujeres no supieran lo que estaban haciendo, pero habían acudido al lugar indicado. Parte del pacto entre el noble y el plebeyo, arraigado en Faile desde su nacimiento, era que el primero proporcionaba seguridad y protección. Y una parte de la seguridad proporcionada era recordarle al pueblo que los malos tiempos no duraban para siempre. Si las cosas iban mal hoy, entonces mañana irían mejor, y si no mañana, entonces el día siguiente. Deseó poder tener esa certeza, pero le habían enseñado a prestar fortaleza a los que estaban a su cargo aunque a ella misma le faltase, a apaciguar sus temores, no a incrementarlos con los suyos propios.

—Perrin me habló de la gente de su comarca antes de que yo viniese aquí —comenzó. Su marido no era un hombre al que le gustase alardear, pero ciertas cosas salían a la luz por sí mismas—. Cuando el granizo arrasa vuestros cultivos, cuando el invierno acaba con la mitad de vuestros rebaños, redobláis vuestros esfuerzos y seguís adelante. Cuando los trollocs devastaron Dos Ríos, los combatisteis, y una vez que acabasteis con ellos os pusisteis a reconstruir vuestros hogares a renglón seguido. —Jamás lo habría creído de no haberlo visto con sus propios ojos, considerando que eran sureños. Estas gentes habrían encajado perfectamente en Saldaea, donde las incursiones de trollocs eran algo natural, al menos en las zonas más septentrionales—. No puedo deciros que el tiempo será mañana como debería ser, pero sí que Perrin y yo haremos lo que sea preciso, lo que esté en nuestras manos. Y no necesito recordaros que afrontaréis lo que traiga cada día, sea lo que sea, y que estaréis preparadas para hacer frente a lo que nos depare el siguiente, porque ésa es la clase de personas que engendra Dos Ríos. De esa estirpe sois.

Verdaderamente eran inteligentes. Si no habían admitido para sus adentros a qué habían ido, ahora tendrían que hacerlo. De ser menos inteligentes, se habrían dado por ofendidas. Pero, aunque antes se hubiesen dicho a sí mismas exactamente lo mismo, las palabras tenían el efecto apetecido cuando provenían de otra persona. Naturalmente, tal cosa conllevaba cierta sensación de empacho. Se produjo la correspondiente reacción de aturdimiento y rostros rojos como la grana mientras sus expresiones hacían patente su deseo de encontrarse en cualquier otra parte.

—Bueno, sí —dijo Daise. Se puso en jarras y miró de hito en hito a las otras Zahoríes, como retándolas a que le llevaran la contraria—. Son exactamente mis mismas palabras, ¿no es verdad? La muchacha habla con sentido común. Es lo que dije desde el primer momento en que puso los pies aquí. Esa chica tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros, eso es lo que dije.

—¿Alguien ha dicho lo contrario, Daise? —replicó, envarada, Edelle—. Yo no lo he oído. Lo hace muy bien. —Luego se volvió hacia Faile y añadió—: Lo hacéis estupendamente.

—Gracias, lady Faile —intervino Milli al tiempo que hacía una reverencia—. Les he dicho lo mismo a cincuenta personas, pero viniendo de vos, parece que…

Un sonoro carraspeo de Daise la hizo enmudecer; aquello era hablar más de la cuenta, y Milli se puso más colorada.

—Es una prenda bien confeccionada, milady. —Elwinn se inclinó para tocar con el dedo la estrecha falda pantalón que Faile prefería vestir—. Pero hay una costurera tarabonesa en Deven Ride que podría hacéroslas mejores. Si no os molesta que lo diga. Mantuve una charla con ella y ahora sólo confecciona prendas decentes, excepto para las mujeres casadas. —Aquella sonrisa maternal asomó de nuevo a sus labios, tolerante y férrea a la par—. O si están cortejando. Hace cosas preciosas. Vaya, estaría encantada de trabajar para vos con vuestra tez y vuestra figura.

Daise empezó a sonreír con aire de suficiencia antes de que la otra mujer hubiese terminado de hablar.

—Therille Marza, aquí, en Campo de Emond, ya ha confeccionado media docena de vestidos para lady Faile. Y uno de fiesta precioso.

Elwinn se puso más erguida, Edelle frunció los labios e incluso Milli adoptó una expresión pensativa.

En lo que a Faile concernía, la audiencia había terminado. La modista domani necesitaba mano dura y continua vigilancia para que no la vistiera como si estuviera en la corte de Ebou Dar. Lo del vestido de fiesta había sido idea de Daise y la había pillado desprevenida; aunque tuviese más estilo saldaenino que domani, Faile no sabía dónde iba a poder lucirlo. Tendría que pasar mucho tiempo antes de que en Dos Ríos se celebraran bailes o recitales. Si no lo cortaba a tiempo, las Zahoríes estarían compitiendo a no tardar para ver cuál pueblo la vestía.

Les ofreció té al tiempo que hacía el comentario, aparentemente casual, de que podían discutir cómo animar a la gente respecto al tiempo. Fue como poner el dedo en la llaga después de lo ocurrido en los últimos minutos, y, quitándose la palabra de la boca, todas adujeron obligaciones pendientes que les impedían quedarse.

Las vio salir, pensativa, con Milli cerrando la marcha como era habitual, cual una niña prendida de las faldas de sus hermanas mayores. A lo mejor tenía ocasión de intercambiar unas palabras en privado con algunas de las componentes del Círculo de Mujeres, en Embarcadero de Taren. Todos los pueblos necesitaban un alcalde y una Zahorí de carácter fuerte para que defendieran los intereses de sus convecinos. Sí, unas cuantas palabras medidas y discretas. Cuando Perrin descubrió que había sostenido una conversación con los hombres de Embarcadero de Taren antes de la elección del alcalde —si un hombre tenía buen caletre y cualidades en su opinión y en la de su marido, ¿por qué no podían saber los hombres que iban a votar que dicha persona contaba con el apoyo de los dos?—, cuando lo descubrió… Era un hombre afable, que no se enfurecía fácilmente, pero sólo para estar segura se había atrincherado en el dormitorio de matrimonio hasta que se calmó. Cosa que no ocurrió hasta que le prometió no «entrometerse» otra vez en ninguna elección de alcalde, tanto a las claras como a su espalda. Eso último fue muy injusto por su parte. Y también muy inoportuno. Sin embargo, no mencionó nada sobre las votaciones del Círculo de Mujeres. En fin, lo que no supiera no le haría daño; y sí mucho bien a Embarcadero de Taren.

Pensar en él le recordó la promesa que se había hecho a sí misma. El abanico de plumas se agitó con más rapidez. A pesar de todas las tonterías, aquél no había sido un día de los peores, ni siquiera el peor con la Zahoríes —no habían surgido preguntas sobre cuándo podría esperar lord Perrin un heredero, ¡por la Luz bendita!—, pero quizás el implacable calor había dirigido su irritación hacia el asunto adecuado. O Perrin cumplía con su deber o…

Un trueno retumbó sobre la casona y el relámpago iluminó las ventanas. La esperanza alentó dentro de Faile. Si las lluvias llegaban…

Corrió sin hacer ruido, gracias a las suaves zapatillas, en busca de Perrin. Quería compartir la lluvia con él; pero aún se proponía tener unas cuantas palabras con su marido, o más de unas cuantas si era necesario.

Lo encontró donde esperaba, en el tercer piso, en el porche techado que remataba la fachada: un hombre de pelo rizado, de hombros y brazos fornidos, vestido con una sencilla chaqueta marrón. Con la ancha espalda hacia ella, estaba apoyado en una de las columnas del porche, mirando hacia el suelo, a un lado de la casona, no hacia el cielo. Faile se paró en la puerta.

El trueno retumbó de nuevo y el rutilante relámpago azulado surcó el firmamento. Un firmamento completamente despejado. No era un heraldo de lluvia. No habría lluvia que pusiera fin al calor ni llegaría nieve a continuación. El sudor le perlaba la frente, pero la joven se estremeció.