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– A lo mejor. Lo cierto es que no me imagino ni a Evan ni a Andrew instalados en Chicago y convertidos en hombres de negocios.

– Ya sabes que tú tampoco tienes que encargarte de la empresa si no quieres -dijo Samantha tocándole el brazo.

– Sí, ya sé que me puedo ir cuando quiera.

Samantha sabía que no lo haría, que Jack tenía un inmenso sentido de la responsabilidad.

De nuevo, su cuerpo le recordó que no se parecía en absoluto a Vance, pero su cabeza no estaba tan segura. Su ex marido también parecía ser un buen hombre, un profesional de éxito que quería convertirse en padre. Sí, eso había sido hasta después de la boda porque, luego, de la noche a la mañana, todo había cambiado.

Su padre había hecho exactamente lo mismo, había pasado en pocas semanas de ser un hombre cariñoso y agradable a convertirse en una persona que había abandonado a su mujer y no había querido hacerse cargo de su única hija.

Los hombres poderosos a menudo eran así y Samantha se dijo que, a pesar de que la atracción que sentía por Jack fuera muy fuerte, no debía dejar que su relación fuera más allá de los límites de lo estrictamente profesional.

No podía arriesgarse a sufrir otro revés emocional.

– Me tengo que ir -anunció colgándose el bolso del hombro.

– Yo también me voy -contestó Jack-. ¿Quieres que te lleve?

– No, gracias -contestó Samantha aunque la tentación era terrible-. Tengo que hacer unos cuantos recados antes de volver a casa y prefiero ir andando.

– ¿Estás segura? No me importa llevarte.

– Gracias, pero prefiero ir sola -sonrió Samantha.

Sí, había aprendido que lo más seguro en la vida era estar sola.

Capítulo 5

Roger Arnet era un hombre alto, delgado y rubio de cincuenta y tantos años. Jack le estrechó la mano y le indicó que se sentara.

– ¿Qué tal lo llevas? -le preguntó Roger-. No debe de ser fácil ocupar el lugar de tu padre porque tu padre era un hombre realmente magnífico, sí, un hombre realmente magnífico.

¿De verdad Roger seguía creyendo que George era un hombre magnífico después de todo lo que se había descubierto?

– Lo llevo como mejor puedo -contestó de manera ambigua-. Te he llamado porque quería comunicarte que estamos realizando grandes cambios.

– Sí, al volver de vacaciones, he notado que la oficina estaba bullendo de actividad -contestó Roger.

– Efectivamente, tenemos muchas cosas que hacer.

– Sí, Arnie me ha estado contando lo que queréis hacer. Muy ambicioso. Muy ambicioso. Para mi gusto, demasiado.

– ¿Me estás diciendo que no podemos ampliar las páginas web?

– Expandirlas es una cosa y lo que vosotros queréis hacer es otra. Bueno, aunque ya sé que no eres tú sino esa chica nueva, esa Samantha no sé cuántos.

– Samantha Edwards -contestó Jack-. Quiero que sepas que tiene mi respaldo incondicional.

– Ya… Es una mujer con mucha energía. Yo prefiero ir más despacio. La tecnología está muy bien, pero esta empresa se fundó en papel.

– Las revistas son muy caras y, además, van muy despacio -objetó Jack-. Ninguna de nuestras publicaciones tiene más de un millón de ejemplares de tirada, así que estamos perdiendo dinero. Internet es una parte muy importante de nuestra cultura, cada vez va a más y sale muy barato.

Roger asintió.

– Arnie me ha contado todo. Es un buen chico, pero demasiado joven. A veces, se embala. Espero que no te haya llenado la cabeza de pájaros.

A Jack le gustaba ser respetuoso con sus mayores, pero tampoco estaba dispuesto a que lo trataran como a un idiota.

– Voy a ser muy claro -le dijo a Roger-. Esta empresa está al borde de la quiebra financiera y seguir actuando como en los viejos tiempos no nos va a sacar del bache. Vamos a llevar a cabo grandes cambios y lo vamos a hacer rápidamente. Estoy convencido de que la tecnología es nuestra mejor baza, así que tienes dos opciones: quedarte en la empresa y respaldar los cambios o buscarte otra que te guste más.

– A eso lo llamo yo ir directamente al grano -se indignó el director.

– Efectivamente, así soy yo. Me han hablado muy bien de ti y me gustaría que te quedaras, pero, si lo haces, quiero que tengas muy claro en qué dirección vamos a trabajar.

– No tengo nada en contra de la ampliación de la empresa vía Internet, pero creo que puede ser peligroso porque se va a trabajar con niños y vamos a tener que proceder con mucho cuidado con el tema de la seguridad.

– Estoy completamente de acuerdo. De hecho, Samantha y Arnie ya están trabajando en ello. Únete a su equipo, échale un vistazo a lo que han hecho hasta el momento y ven a verme siempre que quieras.

Roger asintió y salió de su despacho.

Intranquilo tras su reunión con Roger, Jack se dirigió al despacho de Samantha.

– ¿Tienes un momento? -le preguntó al ver que colgaba el teléfono.

Samantha asintió y Jack entró y le contó la conversación que acababa de tener con el director del departamento de informática.

– Yo creo que lo más inteligente por nuestra parte sería admitirlo en tu equipo -le propuso.

Samantha lo miró horrorizada.

– ¿No hay otra opción?

– Sí, por supuesto podemos dejarlo fuera y crearnos un enemigo, pero todos los informes que tengo sobre él son excelentes. Lleva muchos años y conoce el trabajo. Podría sernos de ayuda.

– Está bien -cedió Samantha poniéndose en pie y sirviendo dos cafés.

Jack se quedó mirándola mientras lo hacía. Le gustaba cómo andaba, le gustaba el vaivén de sus caderas, le gustaba cómo olía el café antes de bebérselo.

Siempre lo hacía. De hecho, Jack solía tomarle el pelo en la universidad por ello. Sin embargo, en aquel momento se mordió la lengua ya que hacía dos noches, en el bar, Samantha le había dejado muy claro que no quería nada con él.

Jack creía que, normalmente, los asuntos de química sexual eran cosa de dos, pero parecía que Samantha era la excepción que confirmaba la regla. Aunque él la deseaba con todo su cuerpo, ella ni reparaba en él.

Había llegado el momento de asumirlo y de seguir adelante.

– ¿Qué tal tu nueva casa?

– Muy bien. Tenías razón, la localización es fabulosa. ¿Has probado las pizzas del restaurante de enfrente?

– Sí, suelo pedirlas a menudo -contestó Jack.

– Madre mía, son las mejores que he comido en mi vida -se maravilló Samantha-. El otro día pedí una para cenar y estaba tan buena que me tomé para desayunar lo que me sobró. Nunca había hecho algo así.

– Pues ya verás cuando pruebes la pasta que hacen.

– ¿Tan buena está? A lo mejor la pido esta noche para cenar. Este fin de semana me gustaría salir a dar una vuelta por el barrio porque, de momento, solamente me he dedicado a trabajar.

A Jack le hubiera encantado proponerse como guía, pero se mordió la lengua porque Samantha había dejado muy claro que no quería nada con él.

– Mira en Internet. Hay un montón de puntos de interés, itinerarios para pasear y un montón de cosas más.

– Ya -contestó Samantha sorprendida-. Bueno, yo había pensado que si tú no estás ocupado…

En aquel momento, la señorita Wycliff llamó a la puerta.

– Señor Hanson, el señor Baynes quiere hablar contigo.

– Te tengo que dejar -se despidió Jack. Samantha asintió y Jack abandonó su despacho. Se había dado cuenta de que Samantha le iba a proponer que hicieran algo durante el fin de semana y, aunque le hubiera encantado aceptar, sabía que habría sido un error pues llevaba mucho tiempo queriendo lo que no podía tener y debía olvidarse de Samantha.

El sábado, a Samantha le entraron unas terribles ganas de pasarse por casa de Jack para preguntarle si le apetecía irse con ella a dar un paseo, pero no lo hizo porque tenía la sensación de que le iba a contestar que no.