– Dije que me quedaría tres meses y me voy a quedar tres meses, pero, cuando transcurra ese tiempo, volveré a mi trabajo.
– La empresa no será la misma sin ti, pero entiendo perfectamente que te quieras ir.
En aquel momento, Charlie se estiró y Jack comprendió que quería seguir jugando, así que sacó el platillo volante de la mochila y se lo lanzó. El perro salió corriendo y lo agarró al vuelo.
– ¡Toma ya! -se maravilló Samantha poniéndose en pie-. Este plan es genial para los sábados por la mañana.
– Sí, Charlie y yo hacemos un montón de cosas juntos. Ya verás, hay varias cosas interesantes para hacer. Puedes ir al lago, por ejemplo. Seguro que te lo pasas bien.
– Sí, ya -contestó Samantha de manera ausente mirando al perro-. Lo malo es que no voy a poder ir a muchos sitios porque no conduzco.
– ¿No conduces? -se sorprendió Jack.
– No -contestó Samantha cruzándose de brazos. Nunca he tenido necesidad porque vivía en Manhattan y me movía en el transporte público y andando.
– ¿Quieres que te enseñe? -se ofreció Jack sin pensárselo dos veces.
¿Pero qué le ocurría? ¿Por qué no aceptaba de una vez que Samantha no quería nada de él?
– Tienes un coche estupendo y no te lo quiero estropear -contestó Samantha.
¿Eso era un sí?
– Me podría hacer con uno más viejo si quieres.
– ¿De verdad? ¿Y no me gritarías?
– No es mi estilo.
– Entonces, acepto tu oferta. La verdad es que hace ya tiempo que me apetece aprender a conducir. En cualquier caso, si cambias de opinión y no te apetece enseñarme, dímelo.
– No es mi estilo hacer cosas que no me apetece hacer.
Aquello hizo reír a Samantha.
– Te recuerdo que ahora mismo estás haciendo un trabajo que odias.
– Bueno, sin contar eso -dijo Jack chasqueando la lengua.
En aquel momento, Charlie trajo el platillo volante para que se lo lanzaran y tanto Jack como Samantha se dispusieron a hacerlo. Al agacharse para agarrar el objeto, se chocaron el uno contra el otro y cayeron al suelo.
Para amortiguar la caída de Samantha, Jack la tomó entre sus brazos y cayó con ella encima. Una vez en el suelo, sus miradas se encontraron. Jack sentía los pechos de Samantha sobre su torso y se moría por besarla.
Había muchas razones para no hacerlo y sólo una para hacerlo, que le apetecía.
Capítulo 6
Samantha sintió los labios de Jack y se dijo que bastaría con apartarse o con decir algo para que dejara de besarla y que eso era lo que debería hacer, pero no se movió.
Al ver que no se movía, Jack le tomó el rostro entre las manos y volvió a besarla. Samantha sintió un tremendo calor por todo el cuerpo y la inmensa urgencia de apretarse contra él a pesar de que sus cuerpos ya estaban en contacto íntimo, pero no era suficiente.
Jack deslizó una mano hacia la nuca de Samantha y comenzó a acariciarle el pelo y a mordisqueándole el labio inferior.
Samantha sintió que el deseo se apoderaba de ella por completo y deseó que aquellas manos que la estaban acariciando el pelo le acariciaran el cuerpo entero.
Mientras sus lenguas se entrelazaban, Samantha sintió que su cuerpo se derretía contra el de Jack y se percató de que ella lo estaba besando exactamente con la misma pasión.
Jack comenzó a acariciarle la espalda y Samantha no pudo evitar hacer un movimiento instintivo con las caderas hacia delante, como invitándolo. Al hacerlo, su tripa entró contacto con algo duro, grueso y muy masculino.
Al instante, los recuerdos se apoderaron de su mente. Samantha se acordó de cómo Jack la había tocado y besado por todo el cuerpo, recordó verlo desnudo, recordó la cantidad de veces que habían hecho el amor durante aquella gloriosa noche.
Le hubiera gustado que la experiencia se repitiera, pero no se lo había permitido porque no había querido arriesgar el corazón.
¿Y qué había cambiado ahora?
Samantha no quería dejar que el meridiano izquierdo de su cerebro, aquél que regía la mente racional, estropeara aquellos maravillosos momentos en los que lo único que importaba era sentir.
Sin embargo, al oír ladrar a Charlie, abrió los ojos y se encontró al perro a pocos milímetros de su nariz.
– Tú y yo vamos a tener que tener una charla, amiguito -gruñó Jack.
Samantha aprovechó el momento para ponerse en pie.
– Estamos en un parque -dijo en voz alta, más para sí misma que para Jack-. Estamos en un lugar público.
Jack se puso también en pie, pero más lentamente, recogió el platillo volante y lo lanzó.
– No creo que nadie se haya dado cuenta.
– Aun así -insistió Samantha tapándose la cara con las manos.
Ella siempre había sido una persona de hacer el amor con las luces apagadas, pero tenía ante sí a la excepción que confirmaba la regla.
Tenía que resistirse a los encantos de Jack como fuera.
– Yo, eh… -dijo mirando su alrededor-. Bueno, creo que os voy a dejar.
– No hace falta que te vayas -contestó Jack mirándola con los ojos cargados de pasión.
– Es lo mejor.
– Ya veo. Para ti lo que acaba de suceder ha sido un error.
El tono de resignación con el que lo había dicho sorprendió Samantha. Jack esperaba aquella reacción porque era lo que Samantha siempre hacía y suponía que tendría sus razones, pero él no las sabía.
– Gracias por todo -se despidió Samantha intentando sonreír-. Nos vemos el lunes.
A continuación, dudó, pero, al ver que Jack no decía nada, se fue. Un extraño sentimiento de dolor la invadió mientras se alejaba de él caminando. ¿Acaso esperaba que Jack fuera corriendo detrás de ella? ¿Cómo iba a hacerlo con la cantidad de veces que le había dado calabazas?
Jack se quedó mirándola mientras se alejaba. De nuevo, no sabía qué pensar. Desde el principio, desde que se conocían, nunca había sabido a qué atenerse con Samantha.
¿Acaso por eso la deseaba tanto?
– No sería la mejor base para iniciar una buena relación -murmuró lanzándole el platillo a Charlie.
Lo bueno era que Samantha lo deseaba sexualmente, lo había visto por cómo lo había besado. Por alguna razón, no se dejaba llevar, pero, por lo menos, no lo encontraba repulsivo.
¿Había huido de él en particular o habría huido de cualquier hombre en aquellos momentos de su vida?
Jack no tenía respuesta a aquella pregunta, pero lo que era evidente era que debía dejarla marchar. Sin embargo, tenía muy claro que volvería a intentarlo. No creía en absoluto que fueran almas gemelas porque, para empezar, no creía en esas cosas y, además, no quería una relación seria con ninguna mujer.
¿Entonces?
Entonces, lo que quería era sexo.
No una aventura de una noche, no, eso no era suficiente. Quería estar con ella unos cuantos meses, saciarse por completo y, luego, cuando uno de los dos o ambos estuvieran hartos, despedirse como buenos amigos.
Jack tenía la sensación de que a Samantha no le haría gracia aquella idea.
¿Entonces en qué punto se encontraba? Obviamente, deseando a una mujer que no lo deseaba a él. Preciosa manera de empezar el fin de semana. Lo mejor sería volver a su plan original, es decir, a olvidarse de ella.
No eran más que compañeros de trabajo.
Era más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo recordando insistentemente su cuerpo, pero Jack se dijo que no sería imposible.
Samantha se había pasado buena parte del fin de semana diciéndose que una cosa era tener miedo y otra cosa comportarse como una idiota.
Tenía que tomar una decisión.
Tenía que decidir si le interesaba mantener una relación romántica con Jack o no.
No le gustaba nada cómo se comportaba con él cuando estaban juntos pues era perfectamente consciente de que enviaba señales ambiguas.