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Jack le parecía un hombre sensual, divertido e inteligente, pero también era rico, poderoso, cabezota y estaba acostumbrado a que las cosas salieran como él quería, lo que la aterrorizaba.

Samantha tenía dos problemas. Para empezar, aunque se decía una y otra vez que no estaba interesada en él, que lo único que quería con él era una relación platónica, su cuerpo tenía otros planes.

Por mucho que su mente intentaba controlarse, el resto de su anatomía quería lanzarse a la piscina y disfrutar del momento. La atracción que había entre ellos era muy fuerte y, aunque habían transcurrido diez años desde la noche que habían pasado juntos, el deseo no se había evaporado.

En el segundo problema también estaba involucrada su mente. Por mucho que su cabeza daba una razón detrás de otra de que Jack no se parecía en nada a Vance ni a su padre, su corazón no terminaba de creérselo. Por eso, había reaccionado como lo había hecho, con miedo. Siempre le pasaba lo mismo con Jack. Estaban juntos, ocurría algo entre ellos, ella se moría de miedo y se retiraba.

Era un patrón de actuación espantoso, pero no sabía cómo romperlo, como no fuera dejando de verlo para siempre.

Siempre se decía que identificar un problema era tener la mitad de la solución en la mano, pero Samantha no lo veía nada claro.

En cualquier caso, le debía a Jack una disculpa y se la iba a dar inmediatamente.

«Bueno, o dentro un rato», se dijo mientras se paseaba frente a su despacho.

La señorita Wycliff la miraba con curiosidad, pero no dijo nada. Por fin, Samantha tomó aire y reunió el valor suficiente para llamar a la puerta. A continuación, abrió y volvió a cerrar rápidamente pues no quería testigos de su humillación.

– Hola, Jack -lo saludó preparándose a lanzar el discurso que llevaba preparado-. He venido a decirte que eh…

Al mirarlo, se dio cuenta de que algo no iba bien. Jack estaba sentado en la mesa, con el teléfono sin manos delante y un montón de notas ante él. Tenía un aspecto terrible.

– ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

Jack se encogió de hombros.

– He hablado con varios inversores y con algunos periodistas y no ha sido fácil.

– Lo siento mucho -contestó Samantha sentándose frente a él-. Supongo que te habrán hecho un montón de preguntas.

– Sí, me han hecho preguntas y muchas sugerencias y te aseguro que ninguna de ellas ha sido de ayuda pero, claro, para eso me pagan tanto dinero, ¿no? Para que me haga cargo de las situaciones difíciles.

– Menuda pesadilla -murmuró Samantha.

– Sí, y parece no tener fin. En cualquier caso, no creo que hayas venido a hablar de esto. ¿Qué querías?

– Bueno, quería pedirte perdón por lo que pasó…

– No, no hace falta que te disculpes.

– Prefiero darte una explicación. No es lo que tú piensas.

Jack enarcó las cejas. Samantha suspiró.

– Bueno, a lo mejor sí es lo que piensas. Verás, me cuesta un poco decidir lo que quiero. Estoy intentándolo. La cosa es que no quiero que creas que es por ti porque no lo es. El problema es quién soy yo y, bueno, quién eres tú, que no es lo mismo que decidir que el problema eres tú.

Jack sonrió.

– No entiendo nada, pero está bien. Será mejor que olvidemos lo sucedido y que sigamos adelante. No te gusta lo que pasó y me parece bien.

Samantha abrió la boca para decirle que claro que le había gustado lo que había sucedido, pero se mordió la lengua.

– Verás, tienes algunas cosas en común con mi ex marido -admitió.

Jack hizo una mueca de disgusto.

– Y me imagino que no serán las buenas, ¿verdad?

– Lo siento, pero no.

– Vaya, menuda suerte la mía -murmuró Jack mirando por la ventana-. La vida sería mucho más sencilla si no existieran las relaciones.

– Eso es imposible porque, de ser así, seríamos robots.

– O, tal vez, personas muy equilibradas… sin problemas…

– ¿Demasiada presión?

– Sí, demasiada -admitió Jack-. ¿Sabes? Recuerdo cuando era joven y me llevaba bien con mis hermanos. Mi padre estaba todo el día trabajando, así que nosotros estábamos juntos con la niñera.

– Pobre niñera…

Jack sonrió.

– Sí, éramos niños muy dinámicos e imaginativos. Lo que quería decir es que no recuerdo cuándo dejamos de ser una familia. Mi tío me lo dice constantemente y tiene razón. Yo siempre le he echado la culpa a mi padre de que no estemos unidos, pero ahora que ya no está y que nosotros tres somos adultos nos vamos a tener que buscar otra excusa.

– Tal vez ha llegado el momento de cambiar las cosas. ¿Te gustaría tener una relación más estrecha con tus hermanos?

Jack asintió lentamente.

– Si estuviéramos juntos, a lo mejor dilucidaríamos la manera de arreglar este caos, pero no consigo ponerme en contacto con ellos. Los he llamado varias veces, pero no me devuelven las llamadas. Cuando llegue el momento de leer el testamento, los voy a tener que hacer venir por la fuerza. Es de locos.

– Convéncelos.

– No sé qué decirles. Qué triste, ¿verdad? Desde luego, a Samantha le parecía una situación realmente triste. Si ella tuviera hermanos, no le gustaría haber perdido el contacto por completo con ellos.

– ¿Y por qué no hablas con Helen? A lo mejor a ella se le ocurre algo.

– No, gracias.

Aquello no le hizo ninguna gracia a Samantha.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué no le das una oportunidad? El otro día dijiste que te fiabas de mí y que, si me parecía una buena persona, estabas dispuesto a cambiar tu parecer sobre ella. Además, es una mujer muy inteligente y que podría ayudarte con la empresa.

– No creo que mi padre le contara nada de todo esto.

– ¿Y tú qué sabes?

– Nunca hablaba de trabajo con nadie.

– Eso es lo que tú crees, pero, ¿no sé te ha ocurrido que a lo mejor se casó con Helen porque es una mujer inteligente y válida? A lo mejor, cuando las cosas empezaron a ir mal en los negocios, habló con ella. Yo no estoy diciendo que Helen vaya a saber algo, pero tú tampoco sabes nada. La tratas como si fuera una chica de veintiún años con la que tu padre se hubiera obsesionado con su cuerpo. Te advierto que estás dejando fuera una gran baza.

– Desde luego, eres una amiga muy leal.

– Con Helen no es difícil. ¿Por lo menos te vas a pensar lo que te he dicho?

– Sí -prometió Jack.

Samantha se preguntó por qué Jack, que era tan razonable con otros asuntos, se mostraba tan intransigente con su madrastra.

Todas las familias tenían secretos, pero aquélla parecía tener más que ninguna.

– Yo no tengo hermanos, ya sabes, éramos solamente mi madre y yo, así que no tengo ni idea de los problemas que surgen en una familia numerosa.

– ¿Te gustaría que cambiáramos de familia durante un rato? -propuso Jack haciendo una mueca de disgusto a continuación-. Perdón, tú te llevabas muy bien con tu madre. Supongo que la echas de menos.

Samantha asintió.

– Siempre tuvimos una relación muy especial, pero nos unimos todavía más cuando mi padre se fue. Aquello de tener que estar pendientes de lo que íbamos a comer nos unía mucho.

– Desde luego, menudo canalla. ¿Has vuelto a saber algo de él?

– No, nunca quiso hablar conmigo. Cuando crecí, intenté varias veces ponerme en contacto con él, pero, el final, me di por vencida. No le interesaba lo más mínimo. Me enteré de que murió un par de años después que mi madre.

– Vaya…

– Las cosas podrían haber sido diferentes. A mí no me interesaba tener una relación con él para sacarle nada, yo lo único que quería era tener contacto con mi padre, pero él nunca lo entendió. ¿Por qué serán las relaciones entre humanos tan difíciles?

– No tengo ni idea.

Samantha se puso en pie.

– Bueno, ya te he quitado mucho tiempo. Lo único que quería era decirte que lo siento.