– ¿Y así era Vance?
– Eso creí yo. Había estado casado antes y se mostraba muy prudente, lo que a mí me gustaba. Me decía que era obvio que yo le gustaba, pero que quería ir despacio y eso le hacía ganar muchos puntos a mis ojos. Ahora comprendo que me comporté como una imbécil.
– Eso nos suele parecer a todos cuando pasa el tiempo.
– Sí, supongo que tienes razón. Hablaba mucho de su primera mujer y me decía que estaba obsesionada con tener mucho dinero, así que yo, no queriendo parecerme a ella en absoluto, no pedí absolutamente nada. Me costó un tiempo darme cuenta de que me había engañado.
– ¿Por qué dices eso?
– Bueno, Vance era un cirujano, le iba muy bien, tenía consulta propia y ganaba mucho dinero. Cuando hablamos de casarnos, se mostró preocupado por arriesgarse a perder aquello y yo no quería que tuviera la más mínima duda, así que…
– ¿Firmaste un contrato prenupcial? -preguntó Jack haciendo una mueca de disgusto.
– Sí. Me leí el contrato entero, pero no contraté a un abogado. Luego, me di cuenta de que me había engañado. Al firmar aquel contrato, renuncié a sus ingresos, pero eso no fue lo peor, lo peor fue que mi propiedad y mi sueldo pasaron a ser bienes gananciales. Menos mal que yo no tenía mucho que me pudiera quitar.
– Lo siento -dijo Jack acariciándole la mano.
– Yo, no. He aprendido una lección importante. Mi madre solía decir que lo difícil era casarse con un hombre rico y mantenerlo a tu lado y yo me he dado cuenta de que lo importante es no necesitar a un hombre en absoluto -contestó Samantha.
– Llegados a este punto, me gustaría romper una lanza en favor de los hombres y decir que no todos somos iguales.
– Ya lo sé -sonrió Samantha-. Yo tuve tanta culpa como Vance. Me cegué, no quise ver cómo era en realidad y pagué las consecuencias.
– ¿Quieres que le eche un vistazo al contrato por si acaso? -se ofreció Jack.
– No, gracias, estoy intentando dejar el pasado atrás y prefiero no removerlo. No porque esté enfadada con él sino porque me engañó como a una niña cuando yo creía que iba a cumplirse mi sueño.
– Supongo que ahora andarás con pies de plomo con los hombres.
– Sí. Entre Vance y mi padre, estoy convencida de que cada vez que conozco a un hombre, de que no va a salir nada bueno.
– Ahora se supone que tienes que decir aquello de «salvando lo presente».
– Por supuesto, tú eres un hombre maravilloso y soy consciente de ello.
– ¿Pero?
– Pero eres rico y poderoso y me cuesta asimilarlo.
– Te entiendo. Resulta que tú crees que cualquier hombre con el que salgas terminará abandonándote y yo estoy convencido de que cualquier mujer a la que quiera me dejará. Desde luego, no somos una pareja normal.
Samantha sonrió.
– No puedo pasarme así la vida entera, tengo que superar mis temores. Ahora que sabes la historia de mi patético divorcio, espero que entiendas por qué me he comportado de manera tan extraña contigo. Ya sé que mi pasado no excusa mis actos presentes, pero espero que me entiendas y que me disculpes.
Jack se quedó mirándola fijamente. Hasta aquel momento, nunca se le había pasado por la cabeza que la razón del comportamiento de Samantha tuviera nada que ver con él.
– ¿Qué te pasa?
– Creía que te comportabas tan prudentemente conmigo por algo que te pasaba a ti, no sabía que fuera por mí. Yo no puedo hacer nada para cambiar lo que soy. Provengo de una familia con dinero y me va muy bien profesionalmente, así que parece que tengo todo lo que a ti no te gusta.
– Exacto.
¡Viva la sinceridad!
– Me parece que debería tirar la toalla -bromeó Jack.
– Me siento fatal porque tú has sido siempre maravilloso conmigo. Me encantaba ser tu amiga en la universidad. Te aseguro que siempre supe que jamás me harías daño.
– No pareces muy convencida.
– Da igual. Tengo que superar mis miedos.
– No hace falta que te obligues.
– Eso es lo que haría una persona madura y yo quiero ser madura. Quiero que seamos amigos.
– Somos amigos.
Samantha se mordió el labio inferior y se quedó mirando a Jack a los ojos. Si hubiera sido cualquier otra mujer, Jack habría tomado aquel gesto como una invitación, pero con Samantha no estaba seguro, así que decidió no arriesgarse.
Sin embargo, había algo en su sonrisa y en el brillo de sus ojos, una promesa y un deseo, que lo hizo inclinarse hacia delante y acariciarle la mejilla.
Jack decidió darle tiempo más que de sobra para que se retirara, pero, al comprobar que no lo hacía, la besó.
A continuación, esperó.
Quería que Samantha le devolviera el beso. Siguió esperando.
Por fin, Samantha le rozó el labio inferior con la punta de la lengua.
Fue como si le hubiera prendido fuego a un barril de gasolina. Jack sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo. Le hubiera apetecido tomarla entre sus brazos, acariciarla con maestría hasta haberla excitado por completo, haberla desnudado y haberla hecho gozar, pero no se movió, se quedó allí sentado, dejando que Samantha lo besara, dejando que tomara ella la iniciativa.
Cuando volvió a pasarle la lengua por el labio inferior, Jack abrió la boca y Samantha se adentró en la concavidad de su boca y la exploró.
Jack estaba cada vez más excitado, pero consiguió controlarse. Cuando Samantha entrelazó su lengua con la suya, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre ella.
Cuando Samantha se apartó, puso cara de póquer para que no se diera cuenta de la pasión que se había apoderado de él.
– Me ha gustado -sonrió Samantha.
– A mí, también -contestó Jack.
– Soy una mujer adulta y acepto responsabilidad total por lo que acaba de suceder.
¿Eso quería decir que no iba a salir corriendo de nuevo?
– ¿Y?
– Y nada -contestó Samantha-. Gracias por tu paciencia.
– Ha sido un placer -contestó Jack alargando el brazo para comerse una alita de pollo.
Lo cierto era que placer, placer, lo que se decía placer… le dolía tanto la entrepierna que no era precisamente placer lo que sentía, pero se dijo que, cuando pasara un rato, se encontraría mucho mejor.
Dentro de un momento la erección dejaría de latirle al mismo ritmo que el corazón y la temperatura corporal volvería a ser normal, pero, hasta entonces, aquello era un infierno.
– Cuando empiece la temporada, podríamos ir a ver jugar a los Cubs -propuso.
– Menudo cambio de tema -sonrió Samantha.
– Sí -admitió Jack.
– ¿Para que no nos sintamos mal ninguno de los dos?
– Más o menos.
Más bien, porque pensar en béisbol le impedía pensar en sexo.
– Cuéntame todo lo que sepas de los Cubs -sonrió Samantha.
– Helen vino a verme el otro día -le contó Jack a su tío David-. Me pareció que… estaba preocupada por mí…
– ¿Tanto te extraña?
– Sí, la verdad es que sí.
– ¿Por qué?
– No entiendo por qué se tendría que preocupar por mí.
– ¿Y por qué no?
– ¿Tú la conoces bien?
– No, tu padre y yo no nos llevábamos muy bien últimamente. Sin embargo, he hablado con ella varias veces e incluso hemos comido juntos y me parece una mujer inteligente y razonable. Tal vez, deberías hacer el esfuerzo de conocerla.
– Eso mismo dice Samantha.
David sonrió.
– ¿Qué?
– Por cómo dices su nombre, veo que las cosas progresan entre vosotros.
– De eso, nada. Simplemente, somos compañeros de trabajo.
– Ya.
– Es verdad. Acaba de salir de un divorcio y no me interesa meterme en eso.
– Pero si ya te has metido.
«¿Ah, sí?», pensó Jack.
A continuación, recordó el fin de semana que habían pasado juntos, hablando del pasado y de sí mismos, volviéndose a conocer y a comprender.