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¡Pero eso no quería decir que estuviera interesado en ella! Bueno, lo estaba, pero sólo a nivel sexual.

– No quiero nada serio con ella -se defendió.

– Tú dite eso todos los días mil veces y, a lo mejor, al final, te lo crees y todo.

Capítulo 8

La fiesta que la empresa daba en honor de sus anunciantes estaba siendo realmente impresionante.

Como era la primera vez que Samantha acudía a aquella fiesta, no sabía si era normal tal dispendio y lujo o en aquella ocasión, dada la situación, se había hecho un esfuerzo extra para tranquilizar a los clientes.

Fuera como fuese, estaba encantada de estar allí y se sentía como la Cenicienta del baile.

Por una vez, había decidido dejar la ropa suelta en el armario y se había puesto un vestido sin tirantes en un precioso todo verde manzana. La maravillosa tela era casi del mismo tono de sus ojos. Sólo llevaba unos pendientes antiguos que parecían de diamantes, aunque no lo eran, y que le favorecían un montón.

Para terminar, se había pasado casi dos horas peinándose, pero había merecido la pena porque había conseguido que sus rizos, que normalmente no había quién domara, cayeran en cascada sobre sus hombros de manera sensual.

Se sentía bien y sabía que estaba guapa, pero no sabía si lo suficiente como para impresionar a Jack.

– No es que me importe mucho -murmuró mientras se acercaba a la barra a pedir una copa de vino.

Lo cierto era que le apetecía dejar a Jack con la boca abierta.

Al ver a David, se acercó a él. Todavía era pronto y la mayoría de los invitados no habían llegado aún.

– Estás muy guapa -sonrió David.

– Gracias -contestó Samantha-. Este lugar es precioso. Desde aquí, hay una vista maravillosa -añadió sinceramente pues por un lado se veía un maravilloso lago y por el otro las luces la ciudad.

– Sí, nos jugamos mucho -sonrió David-. Por cierto, la semana que viene me gustaría tener una reunión para hablar de la publicidad con la que vamos a lanzar la nueva página web que estáis diseñando. Hoy he reservado espacio en un par de revistas infantiles y también vamos a salir los sábados por la mañana en televisión.

Samantha se quedó mirándolo con los ojos como platos.

– ¿Nos vamos a anunciar en televisión? -exclamó sabiendo cuánto costaba aquello.

– Jack me ha dicho que ibas a salvar la empresa y que no reparara en gastos contigo.

Samantha dudaba mucho de que Jack hubiera dicho exactamente aquellas palabras, pero sí era consciente de que su proyecto le iba a dar un buen empujón a la empresa ahora que tanto lo necesitaba y agradecía mucho su respaldo.

– Te llamaré antes de la reunión porque tengo un montón de ideas para los anuncios.

– ¿Tú ideas? ¡Qué raro! -bromeó David.

Samantha se rió.

– Sí, la verdad es que tengo ideas para casi todo.

– Eso dice Jack.

Hubo algo en cómo lo había dicho que hizo que Samantha se preguntara qué le habría contado Jack a su tío David sobre ella, pero no se lo iba a preguntar, claro.

En aquel momento, comenzaron a llegar clientes y David le indicó que debían ir a saludar. Así comenzaron las presentaciones y las conversaciones de negocios en las que Samantha estaba tan versada.

Aproximadamente, una hora después, Samantha sintió un escalofrío por la espalda y, al girarse disimuladamente, comprobó que había sido porque Jack estaba detrás de ella, hablando junto al ventanal con dos hombres mayores.

Intentando no perder el hilo de la conversación que estaba manteniendo, sintió que la sangre le corría más rápidamente por las venas de lo normal, que la piel le quemaba y que le costaba respirar.

Jack estaba realmente guapo ataviado con un esmoquin.

«Está para comérselo», pensó recordando cómo se habían besado la última vez.

A pesar del miedo que le había quedado como regalo de su matrimonio y del temor que le inspiraban los hombres como Jack, Samantha se encontró deseando que se repitiera su último encuentro, pero con el tiempo necesario como para llegar hasta el final.

Haciendo un gran esfuerzo, consiguió dejar de mirarlo y concentrarse de nuevo en la conversación pero, transcurridos unos minutos, sintió de nuevo el escalofrío y comprobó que Jack se había acercado y lo tenía a su lado.

– ¿Os lo estáis pasando bien? -preguntó Jack al llegar al grupo.

– Una fiesta maravillosa -contestó Melinda Myers, la presidenta de la empresa de concesionarios de coches más importante del Midwest-. Tu padre se habría sentido muy orgulloso de ti, Jack.

– Gracias -contestó Jack tensándose levemente-. A pesar de lo que ha pasado, no quería romper la tradición de esta fiesta.

– Una buena idea. Hanson Media Group siempre ha sabido hacer las cosas bien, siempre ha sido un gran socio para mí y no quiero que esto cambie.

– Yo, tampoco -sonrió Jack.

– Samantha me ha estado contando la cantidad de cosas que quiere hacer en Internet. Estoy sinceramente impresionada. Me ha ofrecido pasar a formar parte del proyecto de ampliación y me lo estoy pensando seriamente.

– Fíate de ella, sabe lo que dice -sonrió Jack.

– Ya se nota.

Samantha hizo un gran esfuerzo para estar pendiente de lo que decía la mujer de negocios, pero le resultaba muy difícil porque Jack le había colocado al llegar la mano en las lumbares y sentía el calor que emanaba de su piel.

Aquel calor, que se estaba apoderando de todo su cuerpo, se había concentrado sobre todo en sus pechos.

En un momento dado, otro invitado se acercó a Melinda y la invitó a bailar y en un abrir y cerrar de ojos el grupo se había disuelto y Samantha y Jack se habían quedado a solas.

– ¿Qué te parece? -le preguntó Jack.

– Todo está saliendo fenomenal -contestó Samantha-. Estaba preocupada por la reacción de los anunciantes ante la actual crisis de la empresa, pero parece que todos se lo han tomado bastante bien. Mucho de ese mérito es tuyo. Lo siento mucho, porque sé que no te hace gracia, pero es la verdad. Te ven como al sustituto perfecto de tu padre.

– Lo que no es decir mucho teniendo en cuenta que mi padre los ha engañado.

– No lo decía en ese sentido.

– Ya lo sé -dijo Jack dejando su copa en la bandeja de un camarero que pasaba-. ¿Quieres bailar?

Samantha sabía que aquello iba a ser dos partes de placer y una de tortura, pero no pudo resistirse.

– Claro que sí -contestó dejando su copa también.

Jack la tomó de la mano y la llevó a la pista de baile, donde la estrechó entre sus brazos. Samantha se dejó llevar y le pareció que llevaba toda la vida bailando con él.

¿Sería porque ya había bailado con él antes? ¿En la universidad?

– Estás frunciendo el ceño -comentó Jack-. ¿Tan mal bailo?

– No, no es por eso -sonrió Samantha-. Estaba intentando recordar si ya he bailado contigo antes.

– No, nunca.

– ¿Cómo estás tan seguro?

– Porque me acordaría.

¿Y eso qué quería decir?

Samantha prefirió no preguntarlo, así que se relajó, apoyó la cabeza en su hombro y se dejó llevar por la música.

– ¿Te he dicho que estás espectacular? -le dijo Jack al oído.

– No, así que en prenda me lo vas a tener que repetir.

– Estás espectacular -repitió Jack-. Ese vestido te queda de maravilla, es casi tan increíble coma la percha.

¡Toma cumplido!

– La verdad es que no me arreglo casi nunca, pero de vez en cuando me parece muy divertido.

– Merece la pena que lo hagas.

Cuando terminó la canción, Samantha se quedó con la sensación de que quería más. Mucho más. Sin embargo, aquella fiesta era una fiesta de trabajo y había que seguir hablando con los invitados.

– Gracias por el baile -se despidió de Jack.

– De nada.

Jack se quedó mirándola a los ojos un segundo más de lo estrictamente necesario y en aquel momento Samantha sintió que todo su cuerpo explotaba de deseo.