Jack se giró y se perdió entre la multitud. Samantha se quedó mirándolo, intentando recordar cuándo había sido la última vez que había deseado a un hombre.
Durante los dos últimos años de su matrimonio se había acostado con su marido por rutina, pero no había disfrutado en absoluto porque estaba tan dolida que no podía sentir nada.
¿Acaso el tiempo estaba curando sus heridas o era porque se trataba de Jack? Sabía lo que era hacer el amor con él, recordaba perfectamente sus besos y las sensaciones que le provocaba sentirlo dentro.
Un mes atrás, habría jurado y perjurado que no tenía ningún interés en un encuentro sexual con un hombre, pero las cosas habían cambiado.
Desde luego, no se quería acostar con cualquiera, sólo con Jack.
Jack había perdido ya la cuenta de la cantidad de veces que lo habían comparado con su padre y de la cantidad de gente que le había dicho lo buena persona que era George Hanson.
A las once, estaba cansado y se quería ir a casa, pero todavía le quedaba mucha gente por saludar y con la que charlar.
Formaba parte de su trabajo.
Helen se acercó a él y le ofreció un vaso de whisky.
– ¿Qué tal lo llevas? -le preguntó.
– No es la idea que yo tengo de pasarlo bien precisamente, pero bueno… -contestó Jack-. ¿Y tú?
Helen miró a su alrededor y se encogió de hombros.
– El año pasado vine con tu padre, así que no me está resultando fácil -admitió.
Jack se dio cuenta de que le brillaban los ojos de emoción y una vez más tuvo la sensación de que no había juzgado bien a aquella mujer.
– Estabas realmente enamorada de él.
– Sí, pero no hace falta que lo digas en tono tan sorprendido -contestó Helen-. Jack, te aseguro que soy una mujer muy inteligente y muy válida profesionalmente. No necesito casarme con un hombre para conseguir lo que quiero porque eso lo puedo hacer yo sola -le advirtió-. Te he visto bailando con Samantha. Hacéis una pareja muy bonita -añadió cambiando de tema.
– Eso es porque ella es muy bonita -contestó Jack.
– Somos muy amigas, ya lo sabes. Eres un hombre maravilloso, Jack, pero sé cómo eres. La monogamia en serie es maravillosa en teoría, pero a veces alguien no sale bien parado.
Desde luego, se lo estaba diciendo bien clarito.
– Y a ti no te gustaría que ese alguien fuera Samantha.
– Ya ha tenido bastante con lo que le ha tocado pasar.
– Me ha contado lo de su divorcio.
– Dudo mucho que te lo haya contado todo.
– ¿A qué te refieres?
– Trátala bien.
– Hago lo que puedo -contestó Jack-. Ahora entiendo quién puso su nombre en la lista de candidatas. No tenía ni idea de cómo había llegado allí.
– Sabía que era buena para el trabajo y que, además, tú confiarías en ella.
Por cómo lo había dicho, Jack sospechó que Helen sabía más de lo que parecía. ¿Qué le habría contado Samantha?
– Una buena idea -le agradeció sinceramente.
– Tengo mis momentos -bromeó Helen-. Bueno, aunque no te apetezca mucho, tenemos que volver con los demás -sonrió.
– Así es -sonrió Jack despidiéndose a continuación.
Samantha era consciente de que estaba hablando por hablar, pero era tarde, tenía hambre, estaba cansada y no podía callar.
– La fiesta ha sido una gran idea, todo ha salido fenomenal y los anunciantes se han ido encantados. Se me han ocurrido un par de ideas geniales para la próxima reunión con los creativos -comentó cuando Jack paró en un semáforo.
Jack asintió. Era obvio que a ninguno de los dos le interesaba aquella conversación.
– La orquesta era muy buena -añadió Samantha con una gran sonrisa-. Ha bailado mucha gente, lo que no es nada normal en una fiesta de trabajo. Sí, la verdad es que ha estado todo fenomenal.
– No hace falta que me des conversación -contestó Jack-. No pasa nada porque vayamos en silencio.
Vaya, lo estaba aburriendo con su cháchara. Fantástico.
Samantha cerró la boca, apretó los labios y se prometió no volver a decir nada hasta llegar a casa, pero le fue imposible.
– Me gusta tu coche. ¿Es nuevo?
– No, lo tengo desde hace dos años. ¿Por qué estás tan nerviosa?
– ¿Quién? ¿Yo? Yo no estoy nerviosa. Estoy bien. Estoy perfectamente. Me lo he pasado estupendamente esta noche.
– Desde luego, no has bebido nada. Y, por lo que he visto, tampoco has comido. ¿Qué te pasa?
– Nada. Estoy muy bien. Estoy perfectamente. ¿Lo ves? Estoy perfectamente.
Jack metió el coche en el aparcamiento del edificio y se dirigió hacia su plaza de garaje. Tras apagar el motor, se giró hacia Samantha.
– ¿Estás preocupada porque crees que voy a intentar algo contigo? -le preguntó.
Samantha se quedó estupefacta. Desde luego, qué ironía. Llevaba unas cuantas semanas cruzando los dedos para que Jack no se fijara en ella y no la tuviera más que por una compañera de trabajo, pero ahora le gustaría que la encontrara deseable.
Si le acababa de decir que si creía que iba intentar algo con ella, obviamente era porque no lo iba a intentar.
– ¿Por qué iba a estar preocupada por eso? -contestó sin poder mirarlo a los ojos.
– Por lo que pasó la última vez que estuvimos a solas.
Ah, sí.
Lo debía de decir por aquel beso mágico.
– A mí me gustó -murmuró Samantha.
– A mí, también -contestó Jack abriéndole la puerta-. Venga, te acompaño a casa -le dijo tomándola de la mano y conduciéndola hacia el ascensor.
A Samantha le hubiera gustado decir algo, invitarlo a pasar o, por lo menos, quedar bien haciéndose la mujer sofisticada y mundana, pero no se le ocurría cómo indicarle que no quería que la velada terminara.
Cuando el ascensor llegó a su planta, se giró para despedirse y se encontró con que Jack también salía del ascensor y la acompañaba hacia su puerta.
Al llegar frente a su casa, le tomó el rostro entre las manos y sonrió.
– Me has dicho que no muchas veces, pero esta noche hay algo diferente en tus ojos. ¿Qué debo creer, tu mirada o tus palabras?
Samantha sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Qué quería hacer? ¿Qué quería tener con Jack?
– Las palabras se las lleva el viento -contestó.
– Me alegro -dijo Jack abriendo la puerta y dejándola entrar en su propia casa.
Una vez dentro, cerró la puerta y la besó y Samantha se apretó contra él y le pasó los brazos por el cuello.
Mientras se besaban, no podía evitar que su mente recordara imágenes de ellos dos desnudos, juntos, pletóricos de deseo.
Jack le mordisqueó el labio inferior e introdujo la lengua en su boca con una fuerza que hizo que a Samantha le temblaran las piernas.
Sentía sus manos por todas partes, en los hombros, en los brazos, en la espalda. Ella también lo tocó y le quitó la chaqueta. Jack la dejó caer al suelo y allí fue a parar también la corbata.
– Los gemelos -le dijo Jack colocándose detrás de ella y alargando los brazos.
Mientras Samantha luchaba con los gemelos de oro y diamantes, que se le resistían tontamente, Jack le mordisqueó el hombro haciendo que se le pusiera la carne de gallina.
Samantha sintió que los pezones se le endurecían y que mojaba las braguitas. Por fin, consiguió quitarle los gemelos y, cuando se disponía a darse la vuelta para besarlo de nuevo, Jack la mantuvo de espaldas a él y comenzó a frotarse contra su trasero.
Al instante, Samantha percibió que estaba completamente excitado y sintió que se derretía. Jack le agarró los pechos por detrás y, al sentir sus pulgares jugueteando con sus pezones, Samantha se dijo que aquello era maravilloso.
– Llevo toda la noche queriendo hacer esto -murmuró Jack con la respiración entrecortada-. Ese vestido me estaba volviendo loco. No sabía qué me parecía más erótico, si agarrarte por detrás y tocarte como estoy haciendo o meterte la mano por debajo del dobladillo.