A Samantha le parecían bien cualquiera de las dos opciones.
– Desnúdate -murmuró Jack besándola por el cuello-. Quiero tocarte de arriba abajo hasta dejarte exhausta y, luego, volver a empezar.
Samantha recordaba que la otra vez que se había acostado con él Jack también le había dicho aquel tipo de cosas. De todos los hombres con los que se había acostado, él era el único que hablaba y a Samantha le encantaba pues la excitaba sobremanera. Samantha se giró y lo besó y Jack aprovechó para bajarle la cremallera del vestido, que cayó al suelo, y para acariciarle de nuevo los pechos, pero esta vez sin nada que se interpusiera entre sus dedos y la piel de Samantha pues no llevaba sujetador. Samantha sintió que le faltaba el aire y, de repente, vio salir volando tres libros, el correo y una carpeta de plástico y cuando se quiso dar cuenta estaba tumbada sobre la mesa de madera con Jack encima lamiéndole los pezones.
– Más -le pidió-. No pares.
Jack no paró sino que se dirigió al otro pecho. Samantha sentía su otra mano entre las piernas y maldijo en silencio porque todavía llevaba puestas las braguitas.
– Quítamelas -le dijo.
Jack así lo hizo y, cuando la tuvo desnuda junto a él, deslizó una mano entre sus piernas e introdujo sus dedos en el centro de su feminidad, que lo esperaba húmedo y caliente.
«Qué maravilla», pensó Samantha al borde del éxtasis.
Jack encontró con facilidad el lugar preferido de Samantha y comenzó a acariciarlo con el dedo pulgar mientras introducía rítmicamente el índice y el corazón en su cuerpo.
Samantha sintió que todo su cuerpo se tensaba y, aunque había sido muy rápido, supuso que iba a tener un orgasmo.
– Jack -gritó sintiendo que todo le daba vueltas.
Jack siguió lamiéndole los pechos. El placer era tan intenso que Samantha no podía soportarlo y cuando, por fin, la oleada de placer hubo pasado, lo miró a los ojos y sonrió.
– Guau -exclamó.
Jack sonrió y la tomó en brazos.
– ¿Qué haces?
– Llevar a la cama a esta mujer desnuda que me he encontrado.
– Buena idea.
Una vez en su dormitorio, Jack la depositó sobre la cama y se desnudó, dejando al descubierto su maravilloso cuerpo y su increíble erección.
– ¿Preservativo? -preguntó.
Samantha le señaló la mesilla de noche y no creyó que fuera necesario explicarle por qué la caja estaba sin abrir. Los había comprado al día siguiente de que se hubieran besado.
Jack sacó un preservativo de la caja, pero no se lo puso sino que se colocó entre las piernas de Samantha y se arrodilló sobre ella.
– Te deseo -le dijo.
– Yo, también -contestó Samantha.
– Bien.
A continuación, se inclinó sobre ella y comenzó a besarle por la tripa. Samantha sabía perfectamente lo que iba a hacer y sintió que una excitación sobrecogedora se apoderaba de ella por completo porque recordaba lo increíble que había sido la última vez.
Sintió la punta de su lengua sobre el clítoris, sintió cómo Jack dibujaba círculos un par de veces alrededor de aquel punto tan sensible antes de lamerlo con la lengua entera.
Samantha se sintió perdida. Aquello era demasiado. Sin pensárselo dos veces, separó las rodillas e hincó los talones en el colchón para prepararse a disfrutar. Aquello era lo más íntimo que había compartido jamás con un hombre y Jack era el único con el que había tenido la confianza porque, aunque con Vance la había tenido, su ex marido decía que era asqueroso… aunque bien que le gustaba a él que ella se lo hiciera.
De repente, Samantha sintió que todo el cuerpo le temblaba y perdió el control como jamás lo había perdido. Jack siguió besándola y lamiéndola, acariciándola con la lengua y con los dedos hasta hacerla gritar de placer.
Samantha perdió la noción del tiempo y de la realidad y sólo sentía oleadas de placer por todo el cuerpo. Cuando recobró el sentido, sintió a Jack tumbado sobre ella y, en un abrir y cerrar de ojos, lo percibió dentro de su cuerpo.
La deliciosa sensación hizo que se estremeciera de placer con cada embestida. Jack se agarró al cabecero de la cama y le hizo el amor sin parar de mirarla a los ojos, a lo que Samantha contestó abrazándole la cintura con las piernas hasta que sintió que él también alcanzaba el orgasmo, momento que aprovechó para acompañarlo contrayendo los músculos vaginales.
Capítulo 9
Jack corrió las cortinas y volvió a la cama para ver el amanecer. Al volverse a tumbar, le apartó a Samantha un rizo de la cara para observar lo bonita que era.
No era que no se hubiera dado cuenta antes de su belleza, pero esta mañana se había vuelto a maravillar de ella.
Estaba tumbada entre las sábanas revueltas, desnuda y le bastó ver su pezón para volverla a desear, pero se dijo que con tres veces ya había estado bien.
Volvió a acariciarle el pelo, maravillándose de su suavidad, recordando cómo había sido la segunda vez, cuando Samantha se había sentado a horcajadas sobre él y le había hecho el amor como una amazona salvaje.
Desde luego, se complementaban bien en la cama. ¿Opinaría ella lo mismo cuando se despertara o le daría por decir que todo aquello había sido un error que nunca tendría que haber sucedido?
Samantha se estiró levemente y abrió los ojos. Al girarse y tenderse boca arriba, quedó con los pechos al descubierto y no se molestó en taparse.
– ¿Has dormido? -le preguntó.
Jack asintió.
Samantha sonrió.
– Estás muy serio. ¿Qué te pasa?
– Nada -contestó Jack.
Samantha se acercó a él y le acarició el torso desnudo.
– ¿Qué te pasa? ¿Te arrepientes de lo de anoche? -le preguntó preocupada.
– Yo no, pero supongo que tú sí -contestó Jack.
– Oh -exclamó Samantha dolida.
– Perdona, no tendría que haber sido tan bruto.
Samantha se incorporó y se tapó con las sábanas.
– No pasa nada, es normal que te haya salido así después de cómo me he comportado. Llevo mucho tiempo diciéndote que no y actuando como que sí. No te creas que para mí ha sido fácil, he querido pararlo pero no he sabido cómo. No te creas que no lo he intentado, me he repetido una y otra vez que tenía que vivir el presente sin pensar en el futuro, sobre todo porque te has portado de maravilla conmigo desde que he llegado a Chicago. Eres un hombre maravilloso y no me arrepiento en absoluto de lo de anoche -le explicó Samantha-. Bueno, sólo me arrepiento de una cosa, de haber tardado tanto tiempo en acostarme contigo.
– ¿No te arrepientes? -dijo Jack sorprendido.
– No. ¿Y tú?
Jack sonrió.
– ¿Estás de broma? Lo de anoche fue increíble.
– Sí, es que tengo un talento especial para estas cosas -bromeó Samantha-. Bueno, ¿cuáles son tus reglas del juego?
– ¿Por qué das por hecho que tengo reglas?
– Porque todos los hombres las tenéis. Dime cuáles son y ya veremos si yo estoy de acuerdo.
«Territorio peligroso», pensó Jack.
Aunque, tal vez, no porque Samantha acababa de divorciarse y Jack no creía que quisiera una relación seria.
– Monogamia en serie -le propuso-. Estamos juntos lo que dure, no para siempre y, cuando se termine, seremos buenos amigos.
– ¿Eso quiere decir que serías como mi novio? -sonrió Samantha.
– Si lo quieres llamar así…
– ¿Y nos haríamos tatuajes cada uno con el nombre del otro? -bromeó.
– Por supuesto que no.
– ¿Haríamos el amor?
– Constantemente.
– ¿Y qué te hace pensar que te deseo?
– Anoche gritabas como una loca.
– Yo no me acuerdo de eso -se sonrojó Samantha.
– Pues te lo digo yo, gritabas como una loca.
Samantha se puso seria.
– Jack, has tenido mucha paciencia conmigo. Tenía mucho miedo de que me hicieras daño y pensé que era mejor evitar cualquier tipo de relación contigo, pero ésa no es forma de vivir. Mi reacción ante ti consistía en complicar la situación.