Samantha se puso en pie rápidamente y fue hacia él.
– No digas eso Jack. No es cierto. Estaba enferma. Tú mismo lo acabas decir, que tenía una enfermedad. Echarte la culpa de su depresión es de locos, es como echarme a mí la culpa de que Vance me maltratara. La ayudaste, estuviste a su lado, pero, al final ella no pudo soportarlo y decidió quitarse la vida, pero eso no tuvo nada que ver contigo -insistió Samantha vehementemente-. Debes creerlo.
– Quiero creerlo, no te puedes ni imaginar cuánto. Hace ya tiempo de eso y, más o menos, lo he olvidado, pero de vez en cuando me pregunto si no podría haberla salvado.
– Tú no puedes salvar a una persona que no quiere que la salven.
Jack se giró hacia ella.
– Tú te has salvado a ti misma, eso es lo que estaba pensando la otra noche, que te has salvado a ti misma.
Entonces, se quedaron mirándose a los ojos y ambos se dieron cuenta de que habían bajado por completo las barreras y se estaban mostrando tal cual eran, de que el dolor circulaba alrededor de ellos y los unía en un momento de intimidad emocional muy intenso.
El primer instinto de Samantha fue huir. Si se quedaba, si entraban en aquellos temas juntos, corría el riesgo de empezar a preocuparse en demasía por Jack, se arriesgaba a perderse dentro de él.
Sin embargo, no podía negar la verdad. Se habían contado el uno al otro su secreto más íntimo, ahora se sabían la experiencia de cada uno.
¿Y adónde les conducía aquello?
Jack leyó la pregunta en sus ojos, la tomó entre sus brazos y la besó. Samantha notó que la abrazaba con fuerza, como si no quisiera separarse jamás de ella. Los besos de Jack le dejaron muy claro que era importante para él y que la necesitaba a su lado en aquellos momentos.
Samantha sintió que el deseo se apoderaba de ella y le acarició los hombros. Le encantaban sus músculos. Cuando Jack deslizó las manos por sus caderas y se apretó contra ella, Samantha se arqueó y, satisfecha, percibió su erección.
– Más -murmuró.
Jack le acarició los pechos jugando con sus pezones, haciendo que Samantha jadeara y echara la cabeza hacia atrás para disfrutar de sus maravillosas caricias.
Jack continuó acariciándola y, a través de la blusa y del sujetador, Samantha sintió sus exquisitos dedos mientras Jack la besaba por el cuello.
De repente, Samantha sintió la necesidad de encontrarse desnuda a su lado, dio un paso atrás y comenzó a desnudarlo.
– Ahora -le ordenó.
Jack le quitó la blusa mientras Samantha le quitaba el jersey, le desabrochó el cinturón, le abrió los pantalones y le quitó los calzoncillos mientras Jack se deshacía de su falda y de sus braguitas.
Por fin desnudos, se acariciaron con pasión. Jack no paraba de besarla y de acariciarle los pechos y Samantha deslizó sus manos por su espalda hasta encontrarse con su trasero, que empujó hacia delante. Al hacerlo, se encontró con su potente erección, prueba inequívoca de lo mucho que la deseaba.
Jack se percató de que ella también estaba húmeda, así que la condujo hasta el sofá, donde Samantha quedó tendida con las piernas abiertas. Jack se arrodilló ante ella y su lengua se dirigió directamente al centro de su feminidad.
Samantha se rindió a la magia de su lengua y Jack continuó dándole placer hasta que la hizo llegar a un orgasmo que perduró en el tiempo pues, después de verla contraerse por las oleadas de placer, siguió acariciándola hasta que todas las células de su cuerpo suspiraron de éxtasis.
– Eres increíble -le dijo-. Podría estar haciéndote esto todo el día -sonrió Jack.
Con aquellas sencillas palabras, Samantha se sintió una mujer especial, abrió los brazos y lo abrazó, momento que Jack aprovechó para introducirse en su cuerpo.
A continuación, colocó sus manos en las caderas de Samantha y comenzó moverse en su interior mientras ella le rodeaba las caderas con las piernas y lo recibía gustosa, deseosa de perderse en él como él se estaba perdiendo en ella.
Al cabo de un rato, sintió que Jack paraba de moverse, se tensaba y la miraba a los ojos. Samantha se quedó mirándolo también y sintió que aquel momento de conexión era muy especial.
Desde luego, estaba completamente compenetrada con aquel hombre y… enamorada de él
La revelación la sorprendió, pero, una vez admitida la verdad, la asimiló con naturalidad.
Estaba enamorada de Jack.
No sabía si era un sentimiento nuevo o se trataba de un sentimiento que había permanecido oculto durante los últimos diez años, pero lo cierto era que lo amaba y que no tenía ni idea de lo que iba a hacer a partir de ese momento.
Capítulo 12
– ¿A que te ha ido bien? -preguntó Samantha entrando en el despacho de Jack para comer juntos.
– Bueno, desde luego, mis jefes tienen grandes planes para mí -contestó Jack.
Samantha se acercó y sonrió.
– Qué bien -dijo poniéndose de puntillas y besándolo en la boca-. Eso es porque están impresionados contigo, como yo.
Como de costumbre, tenerla tan cerca hacía que Jack la deseara sobremanera. Por muchas veces que hacían el amor, el deseo nunca desaparecía.
Samantha se sentó en el sofá y sacó dos sándwiches de una bolsa de papel.
– ¿Pavo o jamón?
– Me da igual -contestó Jack.
Samantha le entregó el de jamón y, a continuación, sacó una ensalada, dos bolsas de patatas fritas y servilletas. Jack sacó dos refrescos de la nevera que tenía en un rincón del despacho y se sentó a su lado.
– Cuéntame -le dijo Samantha.
– Verás, los socios del bufete lo tienen todo pensado -contestó Jack desenvolviendo su sándwich-. Me apoyan para que me presente a juez.
– Eso es maravilloso.
– Sí, por lo visto, les está gustando lo que estoy haciendo aquí.
– ¡Genial!
– Sí, pero hay una cosa…
– No hace falta que me lo digas, sé que no sabes qué hacer, que no sabes si seguir tu propio camino o quedarte haciéndote cargo de la empresa familiar.
– Qué bien me conoces. Todavía no lo he decidido. Por una parte, me dan ganas de decirle al Consejo de Administración que dimito porque esta empresa no me importa nada.
– Eso no es verdad -contestó Samantha acariciándole el brazo-. Te importan los empleados y no quieres que se queden sin trabajo y, además, hay una pequeña parte de ti que se niega a perder la empresa por la que tu padre luchó tanto.
– Eso no es así -contestó Jack tensándose.
Pero Samantha no se achantó.
Al final, Jack suspiró.
– Tienes razón -admitió-. Mi padre me importa un bledo, pero no quiero que esta empresa se vaya al garete.
Samantha sonrió.
– La verdad es que no entiendo cómo podía tenerte miedo en la universidad. Entonces, creía que te parecías a mi padre, pero ahora veo que no eres como él en absoluto.
– ¿Por qué me tenías miedo?
– Porque creía que me harías daño y que terminarías abandonándome.
«Al final, fuiste tú la que me abandonaste a mí», pensó Jack.
– No me parezco ni a tu padre ni a Vance.
– Ahora lo sé.
«Mejor tarde que nunca», pensó Jack.
En los diez años que habían pasado separados, los dos habían aprendido su lección. Por desgracia, la de Jack había sido que no debía fiarse de nadie porque todo el mundo acaba yéndose.
– Voy a hablar con Helen -anunció Samantha-. Ella se puede hacer cargo de la empresa para que tú puedas volver a tu bufete.
– ¿Por qué te preocupas por mí? -quiso saber Jack encantado de que lo hiciera.