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La observación me resultaba muy difícil, por cuanto suponía revertir esa educación. Al tratar de concentrarme, tendí a dispersarme. No obstante, el esfuerzo que debía hacer para contener esa tendencia me apartaba de mis pensamientos. Una vez lograda esa desconexión de mi diálogo interno, era sencillo observar según las prescripciones de la Gorda.

Don Juan se había cansado de repetir que la condición esencial de la brujería residía para él en la capacidad para detener el diálogo interno. En términos correspondientes a la explicación provista por la Gorda, respecto de los dos dominios de la atención, la detención del diálogo interno era una forma de descripción operativa del acto de desconectar la atención del tonal.

También decía don Juan que cuando detenemos el diálogo interno también paramos el mundo. Esa era una descripción operativa del inconcebible proceso de concentración de nuestra segunda atención. Aseveraba que hay una parte de nosotros siempre cerrada bajo llave, porque le tememos; para la razón es algo así como un pariente loco al que mantenemos en un calabozo. Según palabras de la Gorda, eso era nuestra segunda atención. Cuando lográbamos finalmente concentrarla en algo, el mundo se paraba. Puesto que, como hombres corrientes, sólo conocemos la atención del tonal, no parece exagerado afirmar que, una vez que la misma es suprimida, el mundo entero debe cesar su movimiento. La concentración de nuestra salvaje, ineducada, segunda atención, debe ser, por fuerza, terrorífica. Don Juan tenía razón al decir que el único modo de evitar que el pariente loco irrumpiera con violencia en nuestra vida, era escudarse en el infinito diálogo interno.

La Gorda y las hermanitas se pusieron de pie tras unos treinta minutos de observación. La Gorda me indicó con la cabeza que las siguiera. Entraron en la cocina. La Gorda me señaló un banco para que me sentara. Dijo que iba al camino a buscar a los Genaros. Salió por la puerta de delante.

Las hermanitas se sentaron a mi alrededor. Lidia se ofreció para responder a todo lo que yo quisiera preguntar. Le pedí que me hablase de su observación del lugar de poder de don Juan, pero no me comprendió.

– Soy observadora de distancias y de sombras -dijo-. Cuando llegué a serlo, el Nagual me hizo comenzar todo otra vez; hube de observar las sombras de hojas, plantas y árboles y rocas. Yo no miró los objetos: sólo miro sus sombras. Aunque no haya luz alguna, hay sombras; hasta de noche hay sombras. Dado que soy observadora de sombras, lo soy de distancia. Puedo observar sombras, aún en la distancia.

»Las sombras del amanecer no rebelan gran cosa. Las sombras descansan a esa hora. De modo que es inútil observar muy temprano. Alrededor de las seis, las sombras despiertan, y su mejor momento está cerca de las cinco de la tarde. En ese momento se hallan enteramente despiertas.

– ¿Qué te dicen las sombras?

– Todo lo que desee saber. Me dicen cosas ya sea por su temperatura, sus movimientos o sus colores. No conozco, sin embargo, todos los significados del color y el calor. El Nagual dejó por mi cuenta el aprenderlo.

– ¿Cómo aprendes?

– En el soñar. Los soñadores deben observar para soñar, y deben buscar sueños para observar. Por ejemplo, el Nagual me hacía observar sombras de rocas; luego, en mi soñar, descubría que esas sombras poseían luz, de modo que, desde entonces, buscaba la luz en las sombras hasta dar con ella. Observar y soñar son cosas que están unidas. Me costó un largo tiempo de observación de sombras el llevarlas a mi soñar. Y luego me costó un largo período de soñar y observar el conseguir que ambas cosas se unieran, para ver realmente en las sombras lo que veía en mi soñar. ¿Entiendes? Todos hacemos lo mismo. El soñar de Rosa gira en torno a los árboles porque es una observadora de árboles y el de Josefina tiene que ver con nubes porque es una observadora de nubes. Observan árboles y nubes hasta alcanzar con ello el nivel de su soñar

Rosa y Josefina hicieron un gesto de asentimiento.

– ¿Y la Gorda? -pregunté.

– Es la observadora de pulgas -dijo Rosa, y todas rieron.

– A la Gorda no le gusta que le piquen pulgas -explicó Lidia-. No tiene forma y puede observarlo todo, pero antes solía dedicarse a la lluvia.

– ¿Y Pablito?

– Observa el sexo de las mujeres -dijo Rosa con indiferencia.

Soltaron una carcajada. Rosa me palmeó la espalda.

– Se me ocurre que, puesto que es tu compañero, sigue tu ejemplo -dijo

Golpearon la mesa y movieron los bancos al empujarlos con los pies en medio de su risa.

– Pablito es observador de rocas -dijo Lidia-. Néstor atiende la lluvia y a las plantas y Benigno a la distancia. Pero no me preguntes más acerca de la observación, porque perderé mi poder si te cuento más.

– ¿Y por qué la Gorda me lo dice todo?

– Ella ha perdido la forma -replicó Lidia-. Cuando yo la pierda haré lo mismo. Pero para entonces no te interesará escucharme. Te importa ahora porque eres tan torpe como nosotras. Cuando pierdas tu forma dejarás de serlo.

– ¿Por qué haces tantas preguntas cuando sabes todo esto? -quiso saber Rosa.

– Porque es como nosotras -dijo Lidia-. No es un verdadero nagual. Aún es un hombre.

Se volvió hacia mí. Durante un instante su rostro se mostró duro y sus ojos penetrantes y fríos, pero su expresión se hizo más dulce al hablarme.

– Pablito y tu son compañeros -dijo-. Le aprecias ¿no?.

Lo pensé antes de responder. Le dije que, de algún modo, confiaba en él implícitamente. Por cierta razón ignorada, sentía afinidad con el.

– Le estimas tanto que jugaste sucio con él. -dijo en tono acusador-. En aquella cima desde la cual saltaron, él estaba llegando a concentrar su segunda atención por sus propios medios; tú le obligastes a arrojarse contigo.

– Sólo le cogí por el brazo -protesté.

– Un brujo no coge a otro brujo por el brazo -dijo. Todos somos capaces de valernos por nosotros mismos. Tú no necesitas que ninguna de nosotras te ayude. Sólo un brujo que ve y carece de forma puede auxiliar. En aquella montaña, era de esperar que tu saltases primero. Ahora Pablito está ligado a ti. Imagino que te propones ayudarnos del mismo modo. ¡Dios mío! ¡Cuanto más pienso en ti más te desprecio!

Rosa y Josefina mascullaron unas palabras diciendo estar de acuerdo. Rosa se puso de pie y me enfrentó con los ojos llenos de ira. Exigía saber lo que me proponía hacer con ellas. Le respondí que pensaba partir muy pronto. Esa afirmación pareció chocarles. Las tres hablaron a la vez. La voz de Lidia se imponía a las demás. Dijo que el momento de partir había sido en la noche anterior, y que mi decisión de quedarme había suscitado su odio. Josefina comenzó a aullar obscenidades en mi contra.

Experimenté un súbito escalofrío. Me puse de pie y les dije que se callaran con una voz distinta a la mía. Me miraron horrorizadas. Traté de restar importancia a la cuestión, pero me había asustado a mi mismo tanto como a ellas.

En ese instante se presentó la Gorda en la cocina, como si hubiese estado escondida en la habitación de delante, aguardando a que iniciáramos una pelea. Manifestó que nos había advertido sobre el peligro que todos corríamos de caer los unos en las redes de los otros. Tuve que reír al ver el modo en que nos regañaba, como si fuésemos niños. Aseveró que nos debíamos mutuo respeto y que el respeto entre guerreros era un asunto sumamente delicado. Las hermanitas sabían comportarse como guerreros entre sí, al igual que los Genaros, pero en cuanto yo me inmiscuía en alguno de los grupos, o los dos grupos se reunían todos olvidaban su saber guerrero y se comportaban como bestias.