Los juicios mentales habituales y la contracción emocional hacen que mantengas una relación personalizada y reactiva con las personas y sucesos de tu vida. Todo esto son formas de sufrimiento autocreado, pero no las reconoces como tales porque son satisfactorias para el ego. El ego se crece en la reactividad y el conflicto.
Qué simple sería la vida sin estas historias.
Está lloviendo.El no ha llamado.Yo estuve allí. Ella, no.
Cuando estés sufriendo, cuando te sientas infeliz estáte totalmente con lo que es Ahora. La infelicidad y los problemas no pueden sobrevivir en el Ahora.
El sufrimiento comienza cuando nombras o etiquetas mentalmente una situación como mala o in-deseable. Te sientes agraviado por una situación y ese resentimiento la personaliza, haciendo que surja el «yo» reactivo.
Nombrar y etiquetar son procesos habituales, pero esos hábitos pueden romperse. Empieza a prac-ticar en pequeños hechos el hábito de «no nombrar». Si pierdes el avión, si dejas caer y rompes una taza, o si te resbalas y caes en un charco, ¿puedes contenerte y no llamar mala o dolorosa a esa experiencia? ¿Puedes aceptar inmediatamente que ese momento es como es?
Considerar que algo es malo produce una contracción emocional en ti. Cuando dejas que la situa-ción sea, sin nombrarla, de repente dispones de una enorme energía.
La contracción corta tu conexión con ese poder el poder de la vida misma.
Comieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Ve más allá del bien y del mal absteniéndote de etiquetar mentalmente las cosas, de considerarlas buenas o malas. Cuando vas más allá del hábito de nombrar, el poder del universo se mueve a través de ti. Cuando mantienes una relación no reactiva con las experiencias, muchas veces lo que antes hubieras llamado «malo» dará un giro rápido, cuando no inmediato, mediante el poder de la vida misma.
Observa qué ocurre cuando, en lugar de considerar «mala» una experiencia, la aceptas interna-mente, le das un «sí» interno, dejándola ser como es.
Sea cual sea tu situación existencial, ¿cómo te sentirías sí la aceptases completamente como es, ahora mismo?
Hay muchas formas de sufrimiento sutiles y no tan sutiles que consideramos «normales», y que ge-neralmente no reconocemos que nos hacen sufrir, e incluso pueden ser satisfactorias para el ego: irritación, impaciencia, ira, tener un problema con algo o alguien, resentimiento, queja.
Puedes aprender a reconocer todas esas formas de sufrimiento cuando se presentan, y reconcer: «En este momento estoy creando sufrimiento para mí mismo.»
Si tienes el hábito de crearte sufrimiento, probablemente también harás sufrir a otros. Estos patro-nes mentales inconscientes tienden a llegar a su fin por el simple hecho de hacerlos conscientes, dándote cuenta de ellos a medida que ocurren.
No puedes ser consciente y crearte sufrimiento a ti mismo.
Éste es el milagro: detrás de cada estado, persona o situación que parece «malo» o «malvado» se esconde un bien mayor. Ese bien mayor se te revela -tanto dentro como fuera- mediante la acepta-ción interna de lo que es.
«No te resistas al mal» es una de las más altas verdades de la humanidad.
Un diálogo: Acepta lo que es.
Estas molesto y enfadado. Entonces acepta lo que es.
¿Aceptar que estoy molesto y enfadado? ¿Acepto, que no puedo aceptarlo?
Sí. Lleva aceptación a tu no-aceptación. Lleva rendición a tu no-rendición. A continuación observa qué ocurre.
El dolor físico es uno de los profesores más severos que podemos tener. Su enseñanza es: «La re-sistencia es inútil.»
Nada podría ser más normal que el deseo de no sufrir. Sin embargo, si puedes abandonar esa actitud y permitir que el dolor esté presente, tal vez sientas una sutil separación interna del dolor, como un espacio entre el dolor y tú, por así decirlo. Esto implica sufrir conscientemente, voluntariamente. Cuando sufres conscientemente, el dolor físico puede quemar rápidamente el ego en ti, ya que el ego está compuesto en gran medida de resistencia. Lo mismo es válido para la incapacidad física extrema.
«Ofrecer tu sufrimiento a Dios» es otro modo de decir lo mismo.
No hace falta ser cristiano para comprender la profunda verdad universal contenida simbólicamen-te en la imagen de la cruz.
La cruz es un instrumento de tortura. Representa el sufrimiento más extremo, la mayor limitación, la mayor impotencia con la que un ser humano puede toparse. Entonces, de repente, ese ser humano se rinde, sufre voluntariamente, conscientemente, y eso queda expresado en las palabras: «Hágase tu voluntad, y no la mía.» En ese momento, la cruz, el instrumento de tortura, muestra su cara oculta: también es un símbolo sagrado, un símbolo de lo divino.
Lo que parecía negar la existencia de cualquier dimensión trascendental en la vida, se convierte, mediante la rendición, en una abertura a esa dimensión trascendental.