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– Sí que lo recuerdo. Por cierto, no ocurrió hace un año sino hace un año y medio. Siempre has pensado más de prisa que yo, siempre cogías todos los cambios al vuelo, y por esta razón tú eres el jefe y no yo. Como sabes, Víctor, soy duro de mollera. Lo que a ti te parecía obvio el año pasado, yo empiezo a comprenderlo ahora. Así que, dime, ¿tienes posibilidades de resolver el asesinato de Yeriómina?

– ¿Te digo la verdad?

– La verdad.

– Si quieres saber la verdad, no. Puedo resolverlo pero no quiero.

– ¿Por qué?

– Porque no quiero perder a gente. El hombre que ha desplegado tales esfuerzos para ocultar una violación que ya ha prescrito y que, por conseguirlo, ha cometido un nuevo crimen, no se parará ante nada. No le amenazaban ni el proceso ni la cárcel, la víctima no había presentado la denuncia, no se le hubiese podido reclamar responsabilidad penal de ninguna de las maneras. El envío de manuscritos al extranjero y su utilización en provecho propio, incluso si aporta pingües beneficios, no son punibles por la ley, pertenecen al ámbito del derecho de la propiedad intelectual. Y si estaba tan asustado que organizó el asesinato de la muchacha en cuanto se olió que tendría problemas, significa que vio amenazada su reputación que, al parecer, en su situación actual le importa mucho más que la libertad. Pero, Pasha, nada hay más importante que la libertad. Sólo la vida.

– Y ahora ¿qué? ¿Quieres decir que su reputación la sostiene todo un grupo de gente que no tendrá escrúpulos para prescindir de él si les falla?

– Exactamente. O, si no es así, entonces carga con otros pecados, que con toda seguridad saldrán a relucir de continuarse el trabajo sobre el caso de Yeriómina. Por eso creo que luchará a muerte. Su propia vida está en juego. Hoy cuenta con la colaboración de Lártsev, le habrá prometido el oro y el moro. Mañana querrá meter en vereda a alguien más. Sólo dispone de dos medios: el soborno y el chantaje. Todos nosotros vivimos de nuestro sueldo, todos nosotros debemos mantener a nuestras familias. Aquí lo tienes, Pasha, el esquema integral. Ya han empezado a trabajarse a Anastasia. No puedo correr más riesgos.

– Estoy de acuerdo contigo -asintió Zherejov-. Tampoco yo los asumiría. Lo haría de algún otro modo. ¿Tienes alguna idea?

– Ninguna -suspiró Gordéyev.

De pronto se levantó del sillón y empezó a dar vueltas por el despacho, transformándose al instante en Gordéyev el Buñuelo de siempre.

– No conseguiré inventar nada hasta que entienda qué es lo que le sucede a Kaménskaya -exclamó con nerviosismo, zigzagueando a la espalda de Zherejov, rodeando la larga mesa de conferencias-. Tengo las manos atadas, temo dar un paso en falso y perjudicarla. Pasha, piensa que el hecho de que no haya querido mandarme ningún mensaje con la doctora nos dice una sola cosa: de alguna manera se ha enterado de que Lártsev no es el único que está en el ajo sino que hay otros y no sabemos quiénes son, por lo que más vale no fiarse de nadie. ¿Cómo se ha enterado? ¿Qué le ha ocurrido? Existen miles de variantes e hipótesis que podríamos poner a prueba ahora mismo pero que sólo conviene utilizar cuando sepamos qué es lo que pasa en realidad. Si lo hacemos a ciegas, ¡la liamos!…

– Tranquilo, Víctor, no te sulfures -le interrumpió inesperadamente Zherejov, que conservaba la calma-. Haz lo que ellos dicen.

– ¡¿Qué?!

Gordéyev se quedó de una pieza, la mirada incrédula fija en el ayudante.

– ¿Qué has dicho?

– He dicho que hagas lo que ordenan. ¿Quieren que se pare la investigación del caso del asesinato de Yeriómina y el crimen quede impune? Como quien dice, de mil amores y con mucho gusto. Declárate en huelga. Luego te sientas a caballo en la tapia y disfrutas con el espectáculo de la batalla de los leones en la selva.

CAPÍTULO 13

Liosa Chistiakov, pensativo, colocó la dama de corazones sobre la sota del mismo palo, tendió la mano y subió el volumen de la radio situada encima de la mesa de la cocina porque empezaban a dar las noticias. Nastia se asomó a la cocina y exigió irritada:

– Quita el sonido, haz el favor.

– Pero si quiero oír los informativos.

– Baja la radio.

– Si la bajo, no oiré nada, con lo que crepitan las sartenes. Por cierto, si no te has fijado, estoy preparando la comida.

Meticulosamente, fue desplazando los naipes de un montoncito a otro, de acuerdo con las reglas del solitario llamado «La tumba de Napoleón».

– Sabes perfectamente que los ruidos extraños me molestan, que no puedo concentrarme con ese blablablá a mi lado.

Enfadada como estaba, Nastia no se dio cuenta de que el rostro de su compañero había empezado a alterarse, no se percató de que el ambiente del apartamento se había ido tensando y al fin había alcanzado ese punto crítico que hacía que todas las reclamaciones y caprichos dejaran de ser ridículos y disparatados para convertirse en peligrosos.

– ¿Conque vuestra merced no puede pensar? -preguntó Liosa con sorna elevando poco a poco la voz y recogiendo los naipes de la mesa-. Usted, señora mía, sabe cómo darse la vida regalada. Se ha traído del pueblo al niñero, el cual le hace también las veces de cocinera, y también de camarera, y también de perro guardián y, de paso, simultanea todo esto con las funciones de enfermera. A usted no le cuesta ni un céntimo, me paga en especie. Trabajo para su merced lo comido por lo servido. Por eso puede permitirse, ya que es cómo corresponde tratar a la servidumbre, no dirigirme palabra durante días, no verme, tratarme a patadas, incluso colocarme delante del cañón de la pistola de un loco que se planta aquí en plena noche. Al diablo con mi trabajo, con mis obligaciones ante amigos y compañeros, qué te importa encerrarme en tu casa sin dar explicaciones y, encima, exigirme que no ponga la radio. Tengo un doctorando que dentro de una semana presenta su tesis pero debo estar aquí guardando el piso en vez de ganarme mi sueldo de doctor en Ciencias y ayudarle a prepararse. No he ido a una boda a la que me habían invitado hace dos meses, no me he presentado en la fiesta homenaje a mi monitor científico, con lo que le he dado un disgusto de muerte al viejo, he faltado a la cita con otro doctorando mío, que vive en el otro extremo de Rusia y ha venido aquí expresamente para verme, tal como habíamos quedado anteriormente, el hombre ha tenido que meterse en el hotel del instituto, los precios de Moscú le comen su magro sueldo de ingeniero, mientras está esperando con paciencia a que su majestad Chistiakov se digne separarse de su novia y acudir, por fin, al trabajo. Estoy ocasionando molestias y disgustos a mucha gente, tendré que dar muchas explicaciones y salvar relaciones dañadas. Y me gustaría saber a santo de qué estoy haciendo tantos sacrificios.

Nastia creyó verlas, esas olas de ira, que nacían dentro de aquella cabeza, bajo la cabellera ondulada de color rojo oscuro, que caían sobre aquellos hombros y brazos para deslizarse por los dedos, finos y flexibles, y morir, como en la arena, en los naipes que aquellas manos no dejaban de barajar. Se imaginó por un segundo que, si los naipes no estuvieran allí, esa ira largamente contenida se habría escapado de aquellas manos y le habría salpicado la cara. La imagen fue tan viva y verosímil que la hizo estremecerse.

– Liósenka, pero si te he explicado… -dijo Nastia.

Pero el hombre la interrumpió furibundo:

– Eso te lo crees tú, que me has explicado algo. En realidad, tus explicaciones se parecen demasiado a las órdenes que se dan a los perros amaestrados. Y para mí, señora mía, tal situación es insostenible. Una de dos: o me respetas y me cuentas todas las cosas desde el principio, para que comprenda qué rayos está pasando aquí, o si no, te compras un perro, me dejas en paz y ¡hasta nunca!