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– ¿Y qué, pues? ¿Qué buscaba Lártsev en su casa?

– Tal vez, Lártsev se había enterado de que Oleg trabajaba para ese escurridizo Arsén y pensó que tenía que ver con el secuestro de Nadia -aventuró Nastia.

– Tal vez pensó eso -convino Gordéyev-. Pero en este caso, ¿por qué no le habló, por qué no intentó averiguar dónde tenían a la niña sino que le disparó sin más? La madre de Oleg dice que lo hizo sin mediar palabra. Hay otra variante: Lártsev pudo haberse enterado de que fue Oleg quien mató a Morózov, y fue allí para ejecutarle por traidor. Así las cosas, sería de esperar que prescindiese de conversaciones. Lo que más me fastidia de todo esto es que nuestros chicos llegaron allí sólo medio minuto más tarde, ya estaban en la escalera cuando oyeron los disparos.

– No me lo creo -dijo Nastia negando con la cabeza-. ¿Fue a verle para matarle delante de su madre? Me lo creería de cualquiera menos de Volodka.

– Tampoco yo me lo creo. Antes de ir a casa de Oleg, Lártsev estuvo en la Sociedad de Cazadores y Pescadores. Probablemente, le urgía obtener la dirección de Mescherínov y, tal vez, Oleg le había contado que su madre era cazadora y que vivía en la avenida Lenin. Conseguir la dirección de este modo le resultaba más sencillo y rápido que regresar a Petrovka y esperar a que llegase el estudiante, o informarse en la Oficina de Empadronamiento. ¿Hay otras hipótesis?

– De momento no. Pero seguiré pensando. Tengo el mal presentimiento de que nunca llegaremos a saber toda la verdad sobre este caso. Y Zhenia, ¿qué pasó con él?

– Lo que pasó con Zhenia, Stásenka, es que se había metido en una historia muy fea. Encontramos en su bolsa unos apuntes sobre el caso de Yeriómina. Resulta que se dedicaba a investigarlo por cuenta propia y te ocultaba la información, supongo que quería encontrar a los asesinos solo, sin ayuda del vecino. Así tú te quedarías cubierta de porquería y todos los honores serían para él. En esos apuntes hay tela suficiente para vincular a Fistín y su comando al asesinato de Vica, de modo que al menos esto debemos agradecérselo. Pero al parecer, ayer ocurrió algo que lo convirtió en un peligro para el intermediario. ¿Qué fue exactamente?, ya nunca lo sabremos. No le contó nada a Pasha Zherejov, prefirió esperar a que yo volviera. Y lo que le trajo la espera. Aunque no se habla mal de los difuntos, ha sido un estúpido. No se pueden despreciar las reglas del juego cuando se juega en equipo. Siempre acaba mal. Fíjate en un detalle: le mataron sin intentar siquiera esclarecer si había contado a alguien su último descubrimiento. ¿Te das cuenta de lo que significa?

– Fue una medida disciplinaria que iba dirigida, entre otros, también a mí -respondió Nastia-. Me demostraban que no hablaban por hablar: nos has prometido que nadie más iba a investigar el asesinato de Yeriómina y has incumplido la promesa. Que te sirva de escarmiento. Cielo santo, ¡qué monstruos tenían que ser para matar a un hombre con el único fin de probar algo a alguien! ¿Fue Oleg quien asesinó a Morózov?

– Lo más probable. En cualquier caso, el estudiante llevaba encima una pistola con silenciador pero los análisis balísticos no estarán listos hasta después de las fiestas. Ay, Señor, Señor -Víctor Alexéyevich movió la cabeza y apoyó la frente en el puño con gesto de cansancio-, ¿será que no valgo en absoluto para este trabajo? No he reconocido al enemigo en ese chaval de la academia. He perdido a Volodka. Yo mismo, con mis propias manos, le metí justamente en la boca de la bestia y no supe cubrirle como Dios manda. Confié en su profesionalidad y en los agentes de seguimiento. Si no se les hubiera escapado, quizá todo habría salido de un modo distinto. No me lo perdonaré mientras viva. No es la primera vez que pierdo gente pero hasta ahora nunca había dado un patinazo tan gordo.

– No se angustie, Víctor Alexéyevich, la culpa no es sólo suya -quiso consolarle Nastia-. Si tuviera suficiente plantilla, habría podido enviar gente a buscar a Lártsev en todas direcciones a la vez, cuando aquellos dos le perdieron, y se habría evitado la tragedia. Pero así…

– ¿Sabes qué se me acaba de ocurrir? -se animó de pronto Gordéyev-. ¿Por qué Oleg, que tanto se esforzaba por impedirnos sacar algo en claro, un buen día coge y me suelta toda la verdad sobre Nikiforchuk?

– ¿Por qué?

– Porque tú y yo, aunque estábamos jugando con los ojos vendados, habíamos logrado meterles un gol. Habíamos enemistado a Grádov con el intermediario, y éste dejó de ayudarle. ¿Crees que ha sido una casualidad que durante dos meses no avanzáramos ni un milímetro y luego, de golpe, en un solo día los cogimos a todos? El intermediario se había desentendido del asunto, y he aquí el resultado. Hemos enfrentado al intermediario con Fistín y gracias a esto salvamos a la niña, aunque lo hicimos con las manos del tío Kolia.

– Entonces, resulta, Víctor Alexéyevich, que somos unos manipuladores, unos titiriteros, lo mismo que ese intermediario. ¿En qué somos mejores que él?

– Has puesto el dedo en la llaga, Stásenka. Por duro que sea reconocerlo, en nuestro trabajo es imposible mantener la pureza moral. Tenemos que mirar a la verdad a los ojos porque los cuentos idealistas sólo valen para los bobos. Ni tú ni yo lo somos. Claro está que la mafia es inmortal pero tampoco faltan, por el momento, detectives que saben pensar con la cabeza. Ni faltarán. Tal vez todo esto tenga alguna base sociobiológica, ¿eh? Oye, Alexei, haznos de arbitro, por algo eres profesor.

– Desde el punto de vista de la selección natural, la mafia irá volviéndose cada vez más aguerrida, y los detectives, más robustos; los más débiles perecerán, los más fuertes sobrevivirán -contestó Liosa Chistiakov con suma seriedad-. Pero desde el punto de vista de las matemáticas, estáis abocados a una coexistencia paralela y perpetua. Vuestras trayectorias no se cruzarán jamás. Nunca. La mafia no os romperá. Pero tampoco vosotros la arrasaréis a ella.

– Gracias, bonito, por los ánimos que nos has dado -sonrió sombríamente Gordéyev.

Támara Serguéyevna Rachkova cortó un apetitoso trozo de filete asado a las finas hierbas y se lo sirvió a su marido.

– Gracias, mamita -se lo agradeció éste, y levantó la copa de vino-. Brindemos por el año nuevo, que sea tan bueno como el anterior. Ya somos viejecitos, no le pedimos gran cosa a la vida, sólo que Dios nos dé salud y pequeñas alegrías. ¿Cierto?

– Cierto, papi -convino Támara Serguéyevna-. Brindemos… por el año nuevo y por nosotros dos. Cuarenta años juntos, que se dice pronto. Aunque eres un chiflado filatelista te quiero, a pesar de los pesares.

– Y yo te quiero a ti -sonrió Arsén, y apuró la copa a pequeños sorbos.

Biografía

Hija y nieta de juristas, y jurista ella también, durante veinte años Alexandra Marínina (seudónimo de Marina Alexéyeva) desempeñó varios trabajos de índole científica para la policía criminal rusa y llegó a colaborar con la famosa Petrovka, 38, sede de la Dirección General del Interior. Doctora en Criminología, nunca abandonó su gran afición, la música. Su primera novela, Los crímenes del balneario, presenta a la funcionaria de la policía de Moscú Anastasia Kaménskaya. Perezosa, fría, de físico corriente, poco hábil con las armas, inteligente y algo achacosa, resulta un personaje fascinante por el que el lector siente una instantánea simpatía. Sus novelas se han convertido en grandes éxitos de ventas en países como Italia, Francia, Alemania, Holanda, China, Japón y Corea, con más de dieciocho millones de ejemplares vendidos. En Rusia es, sin duda, la gran revelación de la novela rusa contemporánea y ya ha publicado veinte novelas. El personaje de Anastasia Kaménskaya también ha cautivado a sus compatriotas y la televisión rusa ha rodado una serie de dieciséis episodios protagonizados por esta excepcional mujer.

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