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—¿Cree usted entonces que pude haber presenciado el asesinato?

—El asesinato se cometió dentro de la caseta, pero podía haber visto usted a la chica, que podía haberse asomado a la ventana o salido al balcón. Si la hubiera visto, por lo menos hubiéramos podido saber con mayor exactitud la hora de su muerte. Si cuando usted pasó por allí estaba todavía viva...

—¡Ah, ya comprendo! Sí, comprendo. Pero ¿por qué preguntarme precisamente a mí? Hay muchos botes que suben y bajan por el río de Helmmouth a aquí. Barcos de recreo. Están pasando continuamente. ¿Por qué no les pregunta a ellos?

—Ya les preguntaremos a ellos —dijo el inspector—. Descuide, que ya les preguntaremos. Entonces ¿debo entender que no ha visto usted nada fuera de lo normal en la caseta de los botes?

—Nada en absoluto. No había nada que indicara que había alguien dentro. Naturalmente, no miré a la caseta con gran atención, y tampoco pasé muy cerca. Puede que hubiera alguien mirando por la ventana, como usted sugiere, pero, si fue así, yo no he visto a esa persona. —y añadió cortésmente—: Siento mucho no poder ayudarle.

—Bueno —dijo el inspector en tono amistoso—; no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Hay unas cuantas cosas que quisiera saber, señor De Sousa.

—Diga.

—¿Ha venido usted solo en este crucero o está con algunos amigos?

—Han estado conmigo amigos hasta hace muy poco, pero desde hace tres días estoy solo... con la tripulación, por supuesto.

—¿Y cómo se llama su yate, señor De Sousa?

Espérance.

—Según tengo entendido, lady Stubbs es prima suya.

De Sousa se encogió de hombros.

—Prima lejana, No muy próxima. Tenga usted en cuenta que en las islas hay muchos matrimonios entre parientes. Todos somos primos unos de otros. Hattie es prima segunda o tercera. No la veo desde que era una completa chiquilla, de catorce a quince años.

—¿Y pensó usted hacerle hoy su visita sorpresa?

—Visita sorpresa no, inspector. Le había escrito diciéndoselo.

—Ya sé que ha recibido una carta de usted esta mañana, pero fue para ella una sorpresa el saber que se encontraba en el país.

—No, inspector; se equivoca usted. Le escribí a mi prima... espere un momento, hace tres semanas. Le escribí desde Francia, poco antes de salir para aquí.

El inspector se sorprendió.

—¿Le escribió usted desde Francia, diciéndole que tenía intención de visitarla?

—Sí. Le dije que estaba de viaje en mi yate y que probablemente llegaría a Torquay o Helmmouth alrededor de esta fecha y que le haría saber más tarde la fecha exacta de mi llegada.

El inspector Bland le miró fijamente. Esta declaración estaba en completo desacuerdo con lo que le habían dicho sobre la llegada de la carta de Étienne De Sousa a la hora de desayunar. Más de un testigo había declarado que lady Stubbs al enterarse del contenido de la carta, se había disgustado y alarmado, mostrando claramente su miedo. De Sousa le devolvió la mirada sin perder la calma. Sonriendo ligeramente, se quitó de la rodilla una mota de polvo.

—¿Contestó lady Stubbs a su primera carta? —preguntó el inspector.

De Sousa dudó unos segundos antes de contestar. Luego respondió:

—Es tan difícil de recordar... No, creo que no. Pero no era necesario. Yo estaba viajando, sin dirección fija. Y además, no creo que a mi prima Hattie le guste mucho escribir. No es muy inteligente, aunque creo que se ha convertido en una mujer muy guapa.

—¿No la ha visto usted todavía? —Bland lo dijo en forma de pregunta, y De Sousa mostró los dientes en una agradable sonrisa.

—Creo que ha desaparecido del modo más inexplicable —dijo—. No hay duda de que esta espèce de gala la aburre.

Escogiendo con cuidado su palabras, dijo Bland:

—¿Tiene usted algún motivo para creer, señor De Sousa, que su prima podía querer evitarle a usted por alguna razón?

—¿Qué motivo iba a tener para ello?

—Eso es lo que me pregunto yo, señor De Sousa.

—¿Cree usted que Hattie se ha ausentado de la fiesta para no encontrarse conmigo? ¡Qué idea más absurda!

—¿No tenía, que usted sepa, ningún motivo para... digamos, tener miedo de usted?

—¿Miedo... de mí? —De Sousa se mostraba incrédulo y divertido—. ¡Permítame que le diga, inspector, que ésa es una idea fantástica!

—¿Ha estado usted siempre en buenas relaciones con ella?

—Ya se lo he dicho a usted. No he tenido relaciones con ella. No la veo desde que era una joven chiquilla de catorce años.

—Sin embargo, viene usted a verla, cuando viene a Inglaterra.

—Ah, vi una nota sobre ella en una de sus revistas de sociedad. Mencionaba su nombre de soltera y que estaba casada con un acaudalado inglés y pensé: «Tengo que ver qué tal está la pequeña Hattie; a ver si ahora le rige la cabeza mejor que antes». —Se encogió nuevamente de hombros—. Fue una mera cortesía entre primos. Curiosidad... nada más que eso.

De nuevo el inspector se quedó mirando a De Sousa. ¿Qué habría tras la máscara burlona y serena? Adoptó un tono más confidencial.

—¿No podría usted decirme algo más sobre su prima? ¿Su carácter, sus reacciones?

De Sousa mostró una sorpresa cortés.

—La verdad..., ¿tiene eso algo que ver con el asesinato de la chica en la caseta de los botes, que, según creo, es el asunto que le ocupa?

—Puede tener relación —dijo el inspector Bland.

De Sousa observó al inspector en silencio durante unos pocos segundos. Luego dijo encogiéndose de hombros:

—Nunca conocí bien a mi prima. Era uno de tantos parientes en una larga familia y no de los más interesantes para mí. Pero, en respuesta a su pregunta, le diré que, aunque mentalmente deficiente, nunca, que yo sepa, tuvo mi prima tendencias homicidas.

—Por favor, señor De Sousa, yo no he insinuado semejante cosa.

—¿No? No estoy seguro. No veo qué otra razón puede usted tener para hacer esa pregunta. No; a menos que Hattie haya cambiado mucho, no es homicida —Se levantó—. Estoy seguro, inspector, de que no puede usted desear preguntarme nada más. Lo único que me queda es desearle mucho éxito y que encuentre usted al asesino.

—Supongo, señor De Sousa, que no pensará usted marcharse de Helmmouth hasta dentro de un par de días.

—Habla usted con mucha cortesía. ¿Es una orden?

—Solamente un ruego, señor.

—Gracias. Tengo intención de quedarme en Helmmouth dos días. Sir George ha tenido la amabilidad de pedirme que me quede en su casa, pero prefiero quedarme en el Espérance. Si desea usted preguntarme algo más será allí donde me encuentre.

Hizo una inclinación cortés.

Hoskins le abrió la puerta y De Sousa salió de la habitación.

—¡Qué tipo más pelotillero!—murmuró el inspector.

—Sí —dijo Hoskins de completo acuerdo.

—Supongamos que lady Stubbs tiene manía homicida —continuó el inspector para sí—. ¿Por qué iba a atacar a una chica tan vulgar? No tiene sentido.

—Con las personas chifladas, nunca se sabe —dijo el policía Hoskins.

—La cuestión es saber el grado de su chifladura.

Hoskins movió la cabeza con suficiencia.

—Apuesto algo a que tiene un coeficiente de inteligencia mínimo.

El inspector le miró irritado.

—No repita como un loro esos términos modernistas. Me importa poco si su coeficiente de inteligencia es alto o bajo. Lo único que me importa es saber si es una de esas mujeres que encontrarían divertido, o apetecible o necesario poner una cuerda alrededor del cuello de una niña y estrangularla. Y, en cualquier caso, ¿dónde diablos está la mujer? Salga y entérese de si Frank ha hecho ya algún progreso en su búsqueda.

Hoskins obedeció y salió de la habitación para volver momentos después con el sargento Cottrell, un joven activo, con muy buena opinión de sí mismo, que siempre se las arreglaba para irritar a su superior. El inspector Bland prefería con mucho la sabiduría campesina de Hoskins a los aires de sabelotodo de Frank Cottrell.