Выбрать главу

—¡Ah, es usted, monsieur Poirot...!

—Le pido mil perdones, señora. La he molestado.

—No, no. No me molesta. Estoy descansando; eso es todo. Ya no soy tan joven como antes. La impresión... fue demasiado fuerte para mí.

—Comprendo —dijo Poirot—. Comprendo perfectamente.

La señora Folliat, apretando entre su mano pequeña un pañuelo, miraba fijamente al techo. Dijo con voz medio ahogada por la emoción.

—No puedo soportar el pensar en ello. ¡Esa pobre chica!

—Sí, lo sé —dijo Poirot—. Lo sé.

—Tan joven —siguió la señora Folliat—. Empezando a vivir. —y repitió—: No puedo soportar el pensar en ello.

Poirot la contempló con curiosidad. Parecía, pensó, haber envejecido unos diez años desde la primera hora de la tarde, cuando la había visto interpretar graciosamente el papel de anfitriona que recibe a sus invitados. En aquel momento tenía el rostro contraído y ojeroso, surcado por profundas arrugas.

—Todavía ayer me decía usted, señora, que éste es un mundo muy malo.

—¿He dicho eso? —la señora Folliat pareció sobresaltarse—. Es cierto... Sí, estoy empezando a darme cuenta de cuan cierto es. —y añadió en voz baja—: Pero no creí que fuera a ocurrir nada así.

De nuevo la miró con curiosidad.

—¿Qué esperaba usted que ocurriera entonces? ¿Esperaba algo?

—No, no. No quise decir eso.

Poirot insistió.

—Pero usted esperaba que ocurriera algo, algo fuera de lo corriente.

—Me ha interpretado mal, monsieur Poirot. Sólo quise decir que una cosa así es lo último que uno esperaría que ocurriera en una verbena.

—También lady Stubbs habló de maldad.

—¿Hattie? No me hable de ella, no me hable de ella. No quiero pensar en ella —se quedó en silencio durante un momento y luego habló—. ¿Qué decía de la maldad?

—Estaba hablando de su primo Étienne De Sousa. Dijo que era malo, que era un hombre malo. Dijo también que le tenía miedo.

Él la observaba, pero la señora Folliat se limitó a mover la cabeza con escepticismo.

—Étienne De Sousa... ¿Quién es?

—Claro, usted no desayunó con los demás. Lo había olvidado. Lady Stubbs recibió una carta de ese primo suyo, a quien no había visto desde que tenía quince años. Le decía que tenía intención de hacerle una visita hoy, esta tarde.

—¿Y vino?

—Sí. Llegó aquí a eso de las cuatro y media.

—¿No querrá usted decir aquel joven guapo, moreno, que subió por el sendero del ferry? Me pregunté entonces quién podría ser.

—Sí, señora, ése era el señor De Sousa.

La señora Folliat dijo con energía:

—Yo en su lugar no prestaría atención a las cosas que dice Hattie. —enrojeció ante la mirada sorprendida de Poirot y continuó—: Es como una niña, quiero decir que emplea términos de niño, bueno, malo... No hay términos medios para ella. Yo no prestaría la menor atención a lo que diga sobre ese Étienne De Sousa.

De nuevo se sorprendió Poirot. Dijo lentamente:

—Conoce usted muy bien a lady Stubbs, ¿no es así, señora Folliat?

—Probablemente tan bien como pueda conocerla otro cualquiera. Es posible que la conozca mejor incluso que su marido. ¿Por qué?

—¿Cómo es en realidad, señora?

—¡Qué pregunta más extraña, monsieur Poirot!

—¿Sabe usted, verdad, señora, que lady Stubbs no aparece por ninguna parte?

De nuevo la sorprendió su respuesta. No expresó preocupación ni sorpresa.

—¿De modo que ha huido? —dijo—. Ya.

—¿Le parece natural?

—¿Natural? No sé. Nunca se sabe lo que va a hacer Hattie.

—¿Cree usted que ha huido por un sentimiento de culpabilidad?

—¿Qué quiere usted decir, monsieur Poirot?

—Su primo estuvo hablando de ella esta tarde. Mencionó casualmente que siempre había sido mentalmente deficiente. Creo debe usted saber, señora, que las personas mentalmente deficientes no son siempre responsables de sus actos.

—¿Qué está usted tratando de decir, monsieur Poirot?

—Esas personas son sencillas... como niños. En un rapto de ira pueden matar.

La señora Folliat se volvió hacia él con repentina cólera.

—¡Hattie nunca ha sido así! No le permito que diga esas cosas. Era una chica suave, cariñosa, aunque fuera... un poco simple. Hattie no hubiera matado a nadie.

Se encaró con él, con la respiración agitada, todavía indignada.

Poirot se quedó sorprendido. Muy sorprendido.

2

Interrumpiendo la escena, Hoskins entró en la habitación.

Dijo, disculpándose:

—La andaba buscando, señora.

—Buenas tardes, Hoskins —la señora Folliat recobró su equilibrio habitual, y fue de nuevo la dueña de Nasse House—. ¿Quería usted algo?

—El inspector le envía sus respetos y desearía hablar unas palabras con usted. Si está en condiciones, naturalmente —se apresuró a añadir, observando, como Hércules Poirot, los efectos de la impresión recibida.

—Claro que estoy en condiciones.

La señora Folliat se puso en pie y salió de la habitación detrás de Hoskins.

Poirot, que se había levantado, cortésmente, se volvió a sentar y se quedó mirando al techo, desconcertado y con el ceño fruncido.

El inspector se levantó cuando entró la señora Folliat y el policía le apartó la silla para que pudiera sentarse.

—Siento molestarla, señora Folliat —dijo Bland—; pero me figuro que conocerá usted a todo el mundo de los alrededores y creo que podrá usted ayudarnos.

La señora Folliat sonrió débilmente.

—Sí, supongo que conozco a todo el mundo de por aquí. ¿Qué quiere usted saber, inspector?

—¿Conocía usted a los Tucker? ¿A la familia y a la chica?

—Sí, mucho; han sido siempre colonos nuestros. La señora Tucker era la más joven de muchos hermanos. Su hermano mayor fue jardinero mayor nuestro. Se casó con Alfred Tucker, un labrador..., bastante tonto, pero muy agradable. La señora Tucker tiene muy mal carácter. Buena ama de casa, eso sí, y muy limpia, pero Tucker no puede pasar nunca más allá de la cocina con sus botas sucias puestas. Todas esas cosas. A sus hijos les regaña mucho. La mayoría de ellos se han casado y están trabajando. Sólo quedaban en casa esta pobre chica, Marlene, y tres niños pequeños, dos niños y una niña, que todavía van a la escuela.

—Y ahora, señora Folliat, conociendo a la familia como usted la conoce, ¿se le ocurre algún motivo para que Marlene haya sido asesinada esta tarde?

—No, ninguno. Es completamente... completamente increíble, no sé si me entiende, inspector. No andaba con ningún chico ni nada por el estilo, por lo menos no lo creo. En cualquier caso, no he oído nada.

—¿Y la gente que ha intervenido en esta Persecución del Asesino? ¿Puede decirme usted algo?

—A la señora Oliver no la conocía. Es completamente distinta a la idea que yo tengo de una escritora de novelas policíacas. Está muy disgustada, pobrecilla, con lo que ha ocurrido... Naturalmente.

—¿Y de los demás concurrentes, el capitán Warburton, por ejemplo?

—No veo la razón para que asesinara a Marlene Tucker, si es eso lo que quiere usted saber —dijo la señora Folliat con calma—. No me gusta mucho. Es un hombre taimado, pero supongo que los agentes políticos tienen que estar al tanto de todos los trucos de la política. Desde luego, es un hombre muy activo y ha trabajado mucho para organizar la fiesta. Pero, en cualquier caso, no creo que hubiera podido matar a la chica, porque estuvo toda la tarde en el césped.

El inspector asintió con un enérgico movimiento de cabeza.

—¿Y los Legge? ¿Qué sabe usted de ellos?

—Parecen un matrimonio muy agradable. Él tiene un carácter un poco... difícil, diría yo. No sé gran cosa de él. Ella era una Castairs, antes de su matrimonio, y conozco mucho a unos parientes suyos. Alquilaron Mill Cottage, por dos meses, y espero que hayan disfrutado de sus vacaciones. Nos hemos hecho todos muy buenos amigos.