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Poirot tenía la casi certeza de que era falsa. Recordó la escena durante el desayuno. No parecía haber la menor razón para que sir George y lady Stubbs fingieran una sorpresa (lady Stubbs incluso una consternación) que no sentían. No podía imaginar qué fin perseguían con ello. Sin embargo, concediendo que Étienne de Sousa hubiera mentido, ¿por qué había mentido? ¿Para dar la impresión de que su visita había sido anunciada y admitida? Podía ser, pero era un motivo muy poco convincente. Desde luego, no había prueba alguna de que semejante carta hubiera sido escrita o recibida. ¿Sería un intento por parte de Étienne de Sousa de demostrar su buena fe, de hacer que su visita pareciera natural e incluso esperada? Realmente, sir George le había recibido muy amistosamente, aunque no lo conocía.

Poirot hizo una pausa, deteniéndose en este pensamiento. Sir George no conocía a De Sousa. Su esposa, que le conocía, no lo había visto. ¿Habría algo de esto? ¿Sería posible que el Étienne de Sousa que había llegado aquel día a la fiesta no fuera el verdadero Étienne de Sousa? Consideró la cuestión, pero tampoco encontró un motivo que la justificara. ¿Qué iba a ganar De Sousa? En cualquier caso, a De Sousa no le beneficiaba la muerte de Hattie. Hattie, según la policía había averiguado, no tenia dinero propio, excepto el de su esposo.

Poirot trató de recordar con exactitud lo que le había dicho lady Stubbs aquella mañana. «Es un hombre malo. Hace cosas malas.» Y, según Bland, le había dicho a su esposo: «Mata a la gente.» Examinando todos los hechos, había en todo eso algo significativo. Mata a la gente.

El día en que Étienne de Sousa había llegado a Nasse House, una persona había sido asesinada con toda seguridad, posiblemente dos personas. La señora Folliat había dicho que no había que hacer caso de las frases melodramáticas de Hattie. Lo había dicho con mucha insistencia. La señora Folliat...

Hércules Poirot frunció el ceño; luego dio un golpe con la mano en el brazo del sillón.

—Siempre, siempre vuelvo a la señora Folliat. Es la clave de todo este asunto. Si yo supiera lo que ella sabe... No puedo seguir más tiempo sentado en un sillón, limitándome a pensar. No, tengo que coger un tren y volver a Devon para hacer una visita a la señora Folliat.

2

Hércules Poirot se detuvo un instante ante las grandes puertas de hierro forjado de Nasse House. Miró la calzada en curva que se extendía ante él. El verano había terminado. Las hojas doradas caían de los árboles, revoloteando suavemente. Los pequeños ciclámenes ponían una nota de color en las lomas de hierba situadas en primer término. Poirot lanzó un suspiro. La belleza de Nasse House le atraía, aun a su pesar. No sentía gran admiración por la belleza salvaje; le gustaban las recortadas y en orden; pero no podía dejar de apreciar la belleza, a un tiempo suave y salvaje, de aquellos árboles y arbustos.

A la izquierda estaba la casita blanca de la señora Folliat. Hacía buena tarde. Probablemente la señora Folliat no estaría en casa. Andaría por los alrededores, con su cesta de jardinera, o si no, visitando a algunos vecinos. Tenía muchos amigos. Éste era su hogar y había sido su hogar durante muchos años. ¿Qué era lo que le había dicho el viejo del embarcadero? «Siempre seguramente habrá algún Folliat en Nasse House.»

Poirot golpeó suavemente con los nudillos la puerta de la casa. Después de unos segundos de espera, oyó pasos dentro. Le parecieron unos pasos lentos y algo vacilantes. Luego se abrió la puerta y la señora Folliat apareció en el umbral. Poirot se sobresaltó al verla tan vieja y tan frágil. Ella le miró durante unos segundos, como si no creyera lo que veía, y luego dijo:

—¡Monsieur Poirot! ¡Usted!

Por un momento, le pareció que había visto el miedo asomar a sus ojos, pero acaso ello fuera pura imaginación por su parte. Dijo cortésmente:

—¿Puedo pasar, señora?

—Naturalmente.

Había recobrado todo su equilibrio, le hizo seña de que entrara y le condujo a su pequeña salita. En ella había un par de butacas cubiertas con exquisitos tapices de punto de aguja, sobre una mesita, un servicio de té de porcelana de Derby y en la repisa de la chimenea varias figuras de delicada porcelana procedentes de Chelsea. La señora Folliat dijo:

—Iré a buscar otra taza.

Poirot alzó la mano en débil protesta, pero ella no admitió la protesta.

—Tiene que tomar una tacita.

La señora Folliat salió de la habitación. Poirot echó una nueva ojeada a su alrededor. Una labor de punto de aguja con la aguja clavada descansaba sobre la mesa. Contra la pared había una estantería con libros. En la pared había un racimo de miniaturas y una fotografía borrosa, en un marco de plata, de un hombre con uniforme, con bigotes tiesos y barbilla débil.

La señora Folliat volvió a la habitación llevando una taza con su plato.

—¿Es su marido, señora? —dijo Poirot.

—Si.

Observando que la mirada de Poirot resbalaba por la repisa de la estantería, como si buscara más fotografías, la señora Folliat dijo bruscamente:

—No soy aficionada a las fotografías. Le hacen a una vivir el pasado. Hay que aprender a olvidar. Hay que cortar las ramas secas.

Poirot recordó que la primera vez que había visto a la señora Folliat estaba recortando un arbusto con unas tijeras. Recordaba que había dicho algo entonces sobre las ramas secas. La miró pensativo tratando de llegar al fondo de su carácter. Era una mujer enigmática, pensó, y, a pesar de su dulzura y su fragilidad, tenía una faceta que podía ser cruel. Una mujer que podía cortar ramas secas, no solamente de la plantas, sino también de su propia vida...

La señora Folliat se sentó y sirvió una taza de té, preguntando:

—¿Leche? ¿Azúcar?

—Tres terrones de azúcar, si me hace usted el favor, señora.

Ella le tendió su taza y dijo en tono de desconfianza:

—Me sorprendió el verle. No sé por qué, no creí que volviera usted a pasar por esta parte del mundo.

—No estoy pasando, exactamente —dijo Poirot.

—¿No?

Hizo la pregunta levantando ligeramente las cejas.

—Mi visita a esta región es intencionada.

Ella siguió mirándole interrogante.

—He venido en parte para verla a usted, señora.

—¿Sí?

—Para empezar... ¿No habrá habido noticias de la joven lady Stubbs?

La señora Folliat negó con un suave movimiento de cabeza.

—El otro día, en Cornualles, la marea arrojó un cadáver a tierra —dijo—. George fue allí para ver si podía identificarlo. Pero no era ella. —añadió—: Me da mucha pena George. La tensión ha sido muy grande para él.

—¿Sigue creyendo que su mujer puede estar viva?

La señora Folliat negó con un movimiento lento de cabeza.

—Creo —dijo— que está perdiendo las esperanzas. Después de todo, si Hattie estuviera viva, no le sería posible ocultarse, con toda la Prensa y la policía detrás de ella. Incluso si le hubiera ocurrido algo como la pérdida de la memoria..., bueno, la policía la habría encontrado a estas horas, ¿no es cierto?

—Sí, es de suponer que sí —dijo Poirot—. ¿Sigue buscándola la policía?

—Me figuro que sí. No lo sé en realidad.

—Pero sir George ha perdido las esperanzas.

—Él no lo dice —dijo la señora Folliat—. Claro que no lo he visto recientemente. Se ha pasado en Londres la mayor parte del tiempo.

—¿Y la chica asesinada? ¿No ha habido ningún progreso en este asunto?

—Que yo sepa, no. Parece un asesinato sin sentido, sin el menor objeto... Pobre chica.

—Veo, señora, que todavía le disgusta pensar en ella.

La señora Folliat no contestó en seguida. Pasados unos segundos dijo: