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—¿Si conozco a algún investigador atómico? —dijo la señora Oliver con voz sorprendida—. No sé. Me figuro que debo conocer alguno. Nunca sé con claridad lo que hacen realmente.

—Sin embargo, en su Persecución del Asesino figura como sospechoso un investigador atómico, ¿no es eso?

—¡Ah, bueno! Eso fue para andar con los tiempos. Quiero decir, cuando fui a comprar regalos para mis sobrinos, las últimas Navidades, todo se volvía novelas científicas y juguetes supersónicos y estratosféricos, y entonces, cuando empecé con eso de la Persecución del Asesino, pensé: «Será mejor estar a la moda y que el más sospechoso sea un investigador atómico.» Después de todo, si me hacía falta algo de jerga técnica, siempre podía preguntar a Alec Legge.

—¿Alec Legge..., el marido de Sally Legge? ¿Es investigador atómico?

—Sí, lo es. No está en Harwell, sino en algún lugar de Gales. Cardiff. ¿O Bristol? Es sólo una casa de campo que tiene en el río Helm. Sí, claro, entonces, después de todo, conozco a un investigador atómico.

—¿Y no sería por encontrarse con él en Nasse House por lo que se le ocurrió la idea de un investigador atómico? Pero su esposa no es yugoslava.

—¡Ah, no! —dijo la señora Oliver—. Sally no puede ser más que inglesa. Se habrá dado cuenta, ¿verdad?

—Entonces, ¿por qué se le ocurrió lo de la esposa yugoslava?

—No lo sé en realidad... ¿Sería por los refugiados? ¿Por los estudiantes? Todas esas chicas extranjeras del Albergue invadieron los bosques de Nasse House y hablando un inglés entrecortado...

—Ya veo... Sí; ahora veo muchas cosas.

—Ya era hora —dijo la señora Oliver.

Pardon?

—Digo que ya era hora —dijo la señora Oliver—. Que ya era hora de que viera usted cosas, quiero decir. Hasta este momento no parece que haya hecho usted absolutamente nada.

Su voz encerraba un reproche.

—No se puede llegar al fondo de las cosas en un momento —se defendió Poirot—. La policía ha andado completamente desconcertada.

—¡Ah, la policía! —dijo la señora Oliver—. Otra cosa sería si una mujer estuviera al frente de Scotland Yard...

Poirot se apresuró a interrumpir la tantas veces repetida frase.

—El asunto ha sido muy complejo —dijo—. Extraordinariamente complejo. Pero ahora, y se lo digo confidencialmente, ¡ahora estoy llegando al fin!

La señora Oliver no se dejó impresionar.

—Sí, lo creo —dijo—; pero entretanto se han cometido dos asesinatos.

—Tres —corrigió Poirot.

—¿Tres asesinatos? ¿Quién es la tercera víctima?

—Un hombre viejo llamado Merdell —dijo Hércules Poirot.

—No me he enterado de eso —dijo la señora Oliver—. ¿Saldrá en los periódicos?

—No —dijo Poirot—, hasta ahora nadie ha sospechado que no se tratara de un accidente.

—¿Y no fue un accidente?

—No —dijo Poirot—, no fue un accidente.

—Bueno, dígame quién lo hizo..., es decir, quién los hizo; ¿o no puede usted decirlo por teléfono?

—Esas cosas no se dicen por teléfono —dijo Poirot.

—Entonces, cuelgo —dijo la señora Oliver—. No puedo soportarlo.

—Espere un momento —dijo Poirot—. Quería preguntarle otra cosa. ¿Qué era?

—Eso es un síntoma de la edad —dijo la señora Oliver—. Me pasa a mí. Se me olvidan las cosas...

—Era algo, un pequeño detalle... que me preocupaba. En la caseta de los botes...

Hizo retroceder a su imaginación. El montón de tebeos. Las frases de Marlene garabateadas en el margen. «Alberto sale con Doreen.» Había tenido la impresión de que algo faltaba..., de que tenía que preguntar alguna cosa más a la señora Oliver.

—¿Sigue usted ahí, monsieur Poirot? —preguntó la señora Oliver. Al mismo tiempo, la telefonista solicitó más dinero para la prórroga.

Concluidas las formalidades de rigor, Poirot volvió a hablar.

—¿Está usted ahí, señora?

—Estoy aquí —dijo la señora Oliver—. Vamos a dejarnos de gastar dinero preguntándonos si estamos aquí. ¿De qué se trata?

—Es algo muy importante. ¿Recuerda usted su Persecución del Asesino?

—Pues claro que la recuerdo. Me parece que era de eso precisamente de lo que estábamos hablando, ¿no era así?

—Cometí un error muy grave —dijo Poirot—. No leí el resumen que hizo usted para los concursantes. Ante la importancia de descubrir al asesino, esto otro parecía no tener valor. Me equivoqué. Lo tenía. Usted es la persona sensitiva, señora. A usted la afecta la atmósfera, la personalidad de las personas que conoce. Y estas personas se reflejan en sus obras. No exactamente iguales a la realidad, pero son la inspiración de donde su cerebro extrae sus creaciones.

—Me gusta su lenguaje florido —dijo remarcando las palabras la señora Oliver—. Pero ¿qué quiere usted decir con exactitud?

—Que, desde el principio, ha sabido usted más de este crimen de lo que usted misma creía. Vamos ahora con la pregunta que quería decirle..., dos preguntas en realidad; pero la primera es muy importante. ¿Cuando empezó usted a organizar su Persecución del Asesino, pensaba usted ni remotamente que el cadáver fuera descubierto en la caseta de los botes?

—No.

—¿Dónde había pensado, señora Oliver, que fuera descubierto?

—En aquel pequeño cenador tan gracioso, metido entre los rododendros, cerca de la casa. Me parecía el lugar ideal. Pero entonces, alguien, no recuerdo quién, empezó a insistir en que era mejor en el templete. ¡Eso, claro, era absurdo! Es decir, cualquiera podía llegar allí por casualidad y encontrar el cadáver, sin haber seguido ni una sola pista. ¡La gente es tan tonta! ¡Como es natural, no pude consentir en eso!

—Entonces, a cambio del cenador aceptó usted la caseta, ¿verdad?

—Sí, así es como ocurrió. En realidad, lo de la caseta no estaba mal, aunque yo sigo pensando que hubiera sido mejor el cenador.

—Sí, ésa es la técnica que me esbozó usted el primer día. Y hay otra cosa todavía. ¿Recuerda usted que me dijo que la última pista estaba escrita en uno de los tebeos que le llevaron a Marlene para que se entretuviera?

—Sí, claro.

—Dígame, ¿era algo así como... —hizo un esfuerzo mental para situarse de nuevo en el momento en que había estado leyendo las frases mal escritas—: «Alberto sale con Doreen», «Georgie Porgie besa a las exploradoras en el bosque», «Peter pellizca a las chicas en el cine»?

—¡Qué barbaridad, nada de eso! —dijo la señora Oliver ligeramente escandalizada—. No era nada tan tonto como eso. No, mi clave era completamente sencilla —bajó la voz y habló en tono misterioso—. «Mira en la mochila de la exploradora.»

Epatant! —exclamó Poirot—. Epatant! Naturalmente, el tebeo donde estaba escrito eso tenía que ser retirado de allí. ¡Podía haber dado alguna idea a alguien!

—La mochila, por supuesto, estaba en el suelo, junto al cadáver, y...

—Pero yo estoy pensando en otra mochila.

—Me está usted armando un lío con todas esas mochilas —se quejó la señora Oliver—. En mi historia no había más que una. ¿No quiere usted saber lo que había dentro?

—De ningún modo —dijo Poirot—. Es decir —añadió amable y cortésmente—, me encantaría oírlo, naturalmente, pero...

La señora Oliver pasó por encima del «pero».

—A me parece muy ingenioso —dijo con orgullo creador—. En la mochila de Marlene, que se suponía era la mochila de la yugoslava, no sé si me entiende...

—Sí, sí —dijo Poirot, disponiéndose a perderse en la niebla una vez más.

—Bueno, en la mochila estaba la botella de medicina, que contenía el veneno con que el hacendado había envenenado a su esposa. ¿Entiende? La chica yugoslava había estado aquí haciendo prácticas de enfermera, y estaba en la casa cuando el coronel Blunt había envenenado a su primera esposa por el dinero. Y ella, la enfermera, había cogido la botella y la había escondido, y luego volvió para hacerlo víctima de un escándalo. Y por eso, claro, la mató. ¿Encaja esto, monsieur Poirot?