Alec Legge se rió con desprecio.
—Algunas veces —dijo— pienso que es una pena que haya sobrevivido.
—Es, ¿sabe? —insistió Poirot—, una forma de humildad. Y la humildad tiene mucho valor. Recuerdo que durante la guerra había un slogan escrito en el metro de Londres: «Todo depende de ti», decía. Creo que lo había escrito un teólogo eminente, pero, en mi opinión, era una doctrina peligrosa e indeseable. Porque no es cierto. Todo no depende, por ejemplo, de la señora Blank, de la Villa Blank, junto al pantano. Y si se le induce a creerlo así, se le hará un daño. Mientras ella piensa en el papel que puede representar en los asuntos mundiales, el niño derrama el cacharro del agua hirviendo.
—Sus puntos de vista son muy anticuados. Vamos a ver: ¿qué slogan escogería usted?
—No es necesario que redacte yo uno propio. En este país hay uno más antiguo que me satisface plenamente.
—¿Y es...?
—Pon tu confianza en Dios y cuida de que tu pólvora esté seca.
—Vaya, vaya... —Alec Legge parecía divertido—. De lo más inesperado, viniendo de usted. ¿Sabe usted lo que me gustaría hacer en este país?
—Sin duda alguna, algo violento y desagradable —dijo Poirot sonriendo.
Alec Legge no se rió.
—Me gustaría que todas las personas mentalmente débiles fueran aniquiladas... ¡Todas! No dejarlas crecer. Si durante una generación sólo se permitiera vivir a las personas inteligentes, imagínese cuál sería el resultado.
—Acaso fuera un considerable aumento en el número de los pacientes de los manicomios —dijo Poirot fríamente—. En una planta, señor Legge, las raíces son tan necesarias como las flores. Por grandes y hermosas que sean las flores, no podrían existir si se destruyen las raíces. —y continuó en tono confidencial—: ¿Considera usted a lady Stubbs como posible candidata a su cámara mortuoria?
—Sí, desde luego. ¿Para qué sirve una mujer como ésa? ¿En qué medida ha contribuido ella al bien de la sociedad? ¿Le ha pasado alguna vez por la cabeza una idea que no esté relacionada con vestidos o pieles o joyas? Como le digo, ¿para qué sirve?
—Usted y yo —dijo Poirot suavemente— somos, desde luego, mucho más inteligente que lady Stubbs. Pero —movió tristemente la cabeza— me temo que somos mucho menos decorativos.
—Decorativos...
Alec estaba empezando un bufido de indignación, pero fue interrumpido por la llegada de la señora Oliver y del capitán Warburton, que entraban por la puerta ventana.
Capítulo IV
—Tiene usted que venir a ver las pistas y las demás cosas de la Persecución del Asesino, monsieur Poirot —dijo la señora Oliver sin aliento. Poirot se levantó y la siguió, obediente. Los tres cruzaron el vestíbulo y entraron en una pequeña habitación, amueblada sencillamente, como una oficina de negocios.
—Las armas mortales a su izquierda —observó el capitán Warburton, señalando con la mano una pequeña mesa de juego, cubierta con paño verde. En ella yacían una pequeña pistola, un trozo de cañería de plomo, con una mancha siniestra de óxido, una botella azul con una etiqueta que decía «veneno», un trozo de cuerda de tender la ropa y una jeringa hipodérmica.
—Éstas son las armas —explicó la señora Oliver—, y éstos son los sospechosos.
Le tendió una tarjeta impresa, que él leyó con interés.
SOSPECHOSOS
Estella Glynne....hermosa y misteriosa joven invitada del
Coronel Blunt.....hacendado, cuya hija
Joan..............está casada con
Peter Gaye........joven investigador atómico.
Señorita Willing..ama de llaves.
Quiet.............mayordomo.
Maya Stavisky.....una excursionista.
Esteban Loyola....un huésped al que no se ha invitado.
Poirot parpadeó y miró hacia la señora Oliver, sin comprender una palabra.
—Un reparto magnifico —dijo cortésmente—. Pero permítame que le pregunte, señora, ¿qué es lo que hace el concursante?
—Déle la vuelta a la tarjeta —dijo sonriendo el capitán Warburton.
Poirot así lo hizo.
En el otro lado estaba impreso lo siguiente:
Nombre y dirección: .............................
Solución: .......................................
Nombre del asesino: .............................
Arma: ...........................................
Motivo: .........................................
Lugar y hora: ...................................
Razones para llegar a su conclusión: ............
.................................................
—A todo el que entra en el concurso se le da una de estas tarjetas —explicó el capitán Warburton rápidamente—; y un cuadernito y un lápiz para apuntar las pistas. Habrá seis pistas. Se va de una a otra, como en la Búsqueda del Tesoro y las armas están escondidas en sitios sospechosos. Aquí está la primera pista: una foto. Todo el mundo empieza con una de éstas. Poirot cogió la pequeña foto y la estudió, frunciendo el ceño. Luego la puso al revés. Seguía desconcertado, al parecer Warburton se rió.
—Ingenioso truco fotográfico, ¿verdad? —dijo complacido—. Muy sencillo, una vez que se sabe qué es.
Poirot, que no sabía lo que era, sentía una irritación creciente.
—¿Una especie de ventana atrancada? —sugirió.
—Sí, reconozco que parece un poco de eso. No, es un trozo de red de tenis.
—¡Ah! —Poirot contempló de nuevo la fotografía—. Es lo que usted dice. ¡Está clarísimo, cuando le han dicho a uno qué es!
—Depende mucho de cómo se la mira —rió Warburton.
—Ésa es una verdad muy profunda.
—La segunda pista se encuentra en una caja, en el centro de la red de tenis. En la caja están esta botella de veneno vacía, y este tapón de corcho suelto.
—Sólo que —se apresuró a decir la señora Oliver— la botella tiene tapón de rosca; conque el corcho es la verdadera pista.
—Ya sé, señora, que es usted muy inteligente, pero no acabo de comprender...
La señora Oliver le interrumpió.
—Ah, claro, es que hay una historia. Como en las revistas... una sinopsis.
Se volvió hacia el capitán Warburton.
—¿Tiene usted los prospectos? —dijo.
—Todavía no han venido de la imprenta.
—¡Si los prometieron!
—Ya lo sé. Ya lo sé. Todo el mundo promete. Estarán esta tarde a las seis. Voy a ir a buscarlos en el coche.
—Ah, muy bien.
La señora Oliver suspiró profundamente y se volvió a Poirot.
—Bueno, tendré que contárselo entonces. Sólo que no sé contar muy bien las cosas. Es decir, cuando escribo, todo está muy claro, pero hablando, todo resulta complicadísimo; y por eso nunca discuto el asunto de mis libros con nadie. La experiencia me ha enseñado a no hacerlo, porque si lo hago, se me quedan mirando sin comprender y dicen: «Ah... sí, pero no sé qué ocurrió... y ¿cómo va a sacarse un libro de todo eso?» Así me animan. Y además no es cierto, ¡porque cuando me pongo a escribir sale el libro!
La señora Oliver hizo una pausa para tomar aliento y luego continuó:
—Bueno, la cosa es como sigue. Hay un joven, Peter Gaye, que es investigador atómico, y se sospecha que está a sueldo de los comunistas, y está casado con esta chica, Joan Blunt, y su primera mujer se ha muerto, pero resulta que no está muerta, y, aparece, porque es una agente secreto, o a lo mejor no lo es, es decir, puede que en realidad sea una exploradora... y la mujer tiene un asunto con otro, y este hombre, Loyola, aparece, o bien para reunirse con Maya o para espiarla, y hay una carta de escándalo que puede ser del ama de llaves, o también puede ser del mayordomo, y el revólver desaparece, y como no se sabe para quién era la carta, y la jeringuilla desapareció a la hora de cenar y luego...
La señora Oliver llegó a un punto y aparte, juzgando acertadamente cuál sería la reacción de Poirot.