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Los ojos vidriosos del hombretón despidieron chispas de fuego, sus pómulos se congestionaron. Tas tragó saliva al ver que cerraba el puño, si bien la posadera avanzó unos metros para situarse delante de él en arrogante postura. Su frondosa melena rozó el mentón de barba crecida y el kender detectó un temblor en la apretada manaza, que comenzó a abrirse bajo el femenino influjo.

—En cualquier caso te equivocas, Caramon —le aclaró Tika con una mueca oscura—, no pretende causarle el menor daño. Es tan necia como tú. Ama a Raistlin y quiere salvarle, apartarle de la malignidad que lo corroe. ¡Los dioses la acompañen, pobre desdichada!

Caramon escudriñó los ojos verdes de su mujer, deseoso de constatar la veracidad de tales declaraciones.

—¿No me engañas? —preguntó, ya más tranquilo.

—No, Caramon. Por ese motivo vino a «El Ultimo Hogar», para hablar contigo. Pensó que tú podías contribuir de algún modo a su causa, pero cuanto te vio anoche en aquel estado…

La reacción no se hizo esperar. La maciza testa del guerrero se cobijó en su pecho, inundados los ojos de lágrimas.

—¡Qué vergüenza! Una perfecta extraña arriesga su vida en el empeño de rescatar a mi gemelo de las tinieblas —acertó a decir con voz entrecortada. En lugar de infundirse ánimos, parecía recrearse en la pasividad y en su desgracia.

—¡Por las lunas que nos alumbran, ensilla un caballo y rastrea sus huellas! —lo incitó Tika irritada por su actitud, estampando el pie en el suelo a fin de reforzar tan desabrida orden—. Sabes de sobra que nunca alcanzará la Torre en solitario, y tú ya has atravesado el Bosque de Wayreth. Tu compañía puede serle crucial.

—Sí —recordó él—. Me interné con Raist en su espesura cuando él quiso someterse a la Prueba de la hechicería. ¡Aquella maldita Prueba! Lo custodié en todo momento, feliz porque me necesitaba.

—Ahora quien te necesita es Crysania —aseveró la muchacha. Caramon todavía titubeaba, y Tas comprobó que unos surcos de severidad cruzaban el rostro de la posadera—. No tienes tiempo que perder, o de lo contrario nunca le darás alcance. Supongo que no habrás olvidado el camino.

—Yo no, desde luego —intervino el kender en la cumbre de la excitación—. O, para hablar con propiedad, conservo un mapa.

Tika y Caramon se giraron al unísono hacia Tas. Enzarzados en su disputa, la presencia del hombrecillo se había borrado de sus mentes.

—No sé si debo fiarme —comentó el guerrero, a la vez que clavaba en Tasslehoff una túrbida mirada—. En una ocasión tus mapas nos condujeron a un puerto sin mar.

—¡No fue culpa mía! —se defendió el kender, herido en su dignidad—. Incluso Tanis tuvo que admitirlo: se trataba de antiguos documentos, diseñados antes de que el Cataclismo retirara las aguas. Escucha, Caramon, has de llevarme contigo para que pueda dar cuenta de mi misión a la sacerdotisa. Es cierto, me encargó algo de la máxima confianza y he cumplido sus instrucciones al pie de la letra. Tal como ella deseaba, he encontrado a… Pero aquí está —concluyó al detectar un movimiento.

Tas extendió el índice y Tika y Caramon se volvieron para toparse con el fardo andante, que se recortaba en el umbral de su dormitorio. La única diferencia que presentaba la amorfa figura respecto a los momentos anteriores era que le habían crecido dos ojos negros y recelosos.

—Tengo hambre —declaró la aparición en tono acusador—. ¿Cuánto comen?

—Mi tarea consistía en localizar a Bupu y traerla —explicó orgulloso Tasslehoff Burrfoot.

—¿Qué diablos puede querer Crysania de una enana gully? —preguntó Tika más atónita de lo imaginable, después de acompañar a Bupu a la cocina y darle pan seco con medio queso.

Ahora que la enana se había instalado de nuevo en la acequia, donde el fangoso riachuelo proporcionaba el complemento líquido a su ágape, el trío se hallaba más cómodo. Ni el aspecto de Bupu ni su olor contribuían a relajarles.

—Prometí no revelarlo —argüyó Tas haciéndose el importante, mientras ayudaba a Caramon a embutirse en su cota de malla. Era éste un arduo empeño, ya que el corpulento guerrero había engordado considerablemente desde que la usara por última vez. Tika y Tas se aplicaron con afán a abrochar correas insuficientes y estrujar rollos de grasa debajo del metal, mientras el sudor empapaba sus cuerpos.

Durante la complicada operación Caramon gimió y se lamentó, a la manera de los presos cuando los atan al potro de tormento. Humedecía con frecuencia sus labios y su ansiosa mirada se desviaba, sin que pudiera evitarlo, hacia la redoma que su mujer había abandonado en un rincón de la alcoba.

—Vamos, Tas —lo hostigó Tika, sabedora de que su amigo era incapaz de guardar un secreto aunque le fuera en ello la vida—. Estoy segura de que a Crysania no le importaría.

—Me conminó a jurarlo en nombre de Paladine, no me pongas en una encrucijada —le rogó él en solemne ademán—. Y ya sabes que esta divinidad (me refiero a Fizban, una de sus encarnaciones) y yo somos íntimos. —Hizo una pausa, y cambió de tema—. Aguanta un instante el resuello, Caramon, de lo contrario no encajaremos esta parte. ¿Cómo han podido ceder tus carnes de este modo? —le preguntó irritado.

Apuntalando el pie contra el rubicundo muslo, el kender tiró de la cincha con todas sus fuerzas y provocó un alarido de dolor del comprimido guerrero.

—Estoy en forma —protestó Caramon cuando se hubo calmado—. Es la armadura la que ha encogido.

—Ignoraba que este tipo de metal encerrara tales propiedades —respondió Tas muy interesado—. ¡Creo que ya lo tengo! Sus piezas se reducen bajo los efectos del calor. ¿Lo averiguaste haciendo experimentos o acaso esta zona se ha vuelto tórrida en verano?

—Haz el favor de callarte —le espetó el hombretón.

—Sólo intentaba colaborar —rezongó Tas, molesto por la brusquedad del antiguo compañero—. ¿De qué hablábamos? Ah, sí, de la Hija Venerable de Paladine. Empeñé mi honor, así que lo único que os puedo contar es que me sonsacó todo cuanto recordaba sobre Raistlin. No me pareció inconveniente ayudarla, y al ver mi buena voluntad me encomendó la búsqueda secreta de Bupu. Todo guarda relación —agregó, pero enmudeció al comprender que ya estaba hablando más de la cuenta—. A decir verdad, Tika, Crysania es una persona estupenda —continuó dando un ágil sesgo a la plática—. Quizá no repararás nunca en ello pero, al igual que la mayoría de los kenders, carezco de hondas convicciones en materia religiosa. Sin embargo, no hay que ser creyente para intuir la bondad que anida en la sacerdotisa. Y también es inteligente, quizá más que el mismo Tanis.

Se produjo una corta pausa, en la que los ojos de Tas emitieron chispas misteriosas. Aunque ardía en deseos de hablar, su reserva le confería cierto protagonismo.

—Creo que no perjudicaré a nadie si os confieso que ha concebido un plan para salvar a Raistlin. Bupu forma parte de sus designios, quiere presentarla ante Par-Salian.

Incluso Caramon adaptó una expresión incrédula al oírle y, en cuanto a Tika, no pudo evitar el pensar que quizá Riverwind y Tanis estaban en lo cierto al afirmar que Crysania había perdido el juicio. En cualquier caso, todo aquello susceptible de despertar una esperanza en su esposo sería digno de su mayor respeto.

El guerrero había fraguado sus propias ideas acerca de la situación, ideas que manifestó sin titubeos.

—El responsable de lo ocurrido es Fis… Fistandolde o comoquiera que se llame —apuntó sin cesar de manipular las múltiples correas de cuero, que se clavaban en sus flácidas carnes—. Ya sabéis a quién me refiero, el mago Fizban nos relató todos los pormenores necesarios. Y también Par-Salian está en conocimiento de ciertos detalles. Solucionaremos el problema —aseveró, iluminado su rostro—. Traeré a Raistlin aquí, Tika, tal como acordamos. Se albergará en la habitación que le destinamos desde el principio, y cuidaremos de él. Ocuparemos la casa nueva y viviremos felices. —Le brillaban las pupilas, pero Tika apenas lo advirtió. Tuvo que desviar la mirada, embargada por la emoción frente a aquellas declaraciones tan propias del otro Caramon, aquél a quien un día amó.